Reflexión y reparación, no lapidación
Opinión

Reflexión y reparación, no lapidación

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febrero 03, 2015
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Por estos días, de recrudecimiento de las violencias en contra de las mujeres, he tenido mis ideas y emociones en franco choque.

Al ser una persona que opina desde la vida, desde el mundo académico y el activismo en tantos temas como me den papaya, me han buscado de varios medios a preguntarme acerca de los últimos delitos contra la vida de las mujeres y las niñas. Por supuesto, como buena colombiana, he opinado de lo divino y lo humano. Pero en el fondo siento una desazón, un vacío.¿Qué pasa con la cantidad de esfuerzos, recursos y energías invertidas en campañas, capacitaciones, sensibilizaciones sobre los derechos humanos de las mujeres? Una periodista me pregunta qué falta para que sean más efectivos. Le  respondo varios lugares comunes: más recursos, esfuerzos más continuados, mayor articulación de esfuerzos, más compromiso estatal.  Pero en el fondo, me siento como los hámsteres, que corren y corren en sus rueditas, sin llegar a ninguna parte distinta que su propia jaula.

Tengo claro que se puede hacer que en una generación o menos, retrocedan de manera contundente hábitos e incluso creencias dañinas y atávicas. Las violencias contra los niños y niñas son un ejemplo: se han ilegitimado y han disminuido, aunque todavía hay mamás que matan a sus hijas dándoles contra la pared o papás que abusan física y sexualmente, que abandonan, que se desentienden. Pero la próxima generación tendrá mejores patrones de crianza.

Así que mucho de mi tiempo y el de muchas amigas de esta causa, lo copan  reflexiones sobre cuáles son las claves para que las violencias contra las mujeres también desaparezcan.

Es difícil encontrar optimismo en este tema, por las cifras y las historias de hombres de toda condición que violentan. El caso de Antonio Morales, periodista e intelectual de izquierda acusado por una exnovia de violentarla y la respuesta suya y de varias personas vinculadas a la Bogotá Humana, calificando la denuncia como parte de los numerosos complots que la derecha y en general, los enemigos del cambio han orquestado contra el gobierno de Gustavo Petro, es otro caso que me ronda añadiendo toques agridulces a mis días.

No conozco personalmente a Antonio ni a su exnovia. Conozco personas que los conocen, quieren y admiran. Sin conocer detalles del caso, creo que la izquierda podrá ser verdadera alternativa de cambio si es capaz de reconocer sus problemas, profundizar en ellos y generar soluciones que se diferencien de las medidas de ocultamiento, negación, revictimización, o lapidación con las que tradicionalmente se han enfrentado desde la odiada y a veces tan parecida, derecha. Recuerdo  las consignas de las feministas del sur cuando increpaban a muchos dirigentes de izquierda afirmando “En la calle sos un Ché y en la casa un Pinochet”. Así que no pretendo añadir una piedra para lapidar a Antonio, sino reflexionar sobre las violencias, cuando son ejercidas por hombres “progresistas”.

Llama la atención que en casos como este, siempre haya dirigentes que salen a exigir a las mujeres que sacrifiquen su  dignidad y bienestar para proteger el proyecto colectivo o de gobernabilidad.

Sin embargo, en medio de tanta confusión y mezquindad, llegan también voces de hombres, que desde la profunda reflexión dan pistas y esperanza de que sí se pueden tramitar de manera diferente estos asuntos tan complejos y sensibles. Solo que se requieren almas grandes, que puedan desnudarse y sin el empañamiento del ego, crecer en humanidad. Me refiero a un mensaje maravilloso que encontré de un amigo que a mi manera de ver y sentir,  logra poner el acento donde es. Me permito compartirlo por su sabiduría:

No creo en dios, ni en su ira divina, ni en la espada flamígera que dicen que portaba alguno de sus secuaces autodenominados ángeles o arcángeles. Tampoco creo que la confesión y el arrepentimiento y penitencia haga de uno un man más bonito o un humano más humano. Esto no es pues, una confesión, ni un cibergrito para que me absuelvas en nombre de todas las mujeres. Es solo un comentario que hago al oído de una mujer inteligente y medio sabia. No creo en Antonio Morales R. Y no creo en su versión, ni en la versión que sus creyentes han propalado acerca de la joven abogada que lo denuncia por violación y por maltrato. No creo en la limpieza de Morales, ni en la versión con la cual pretende quitar todo crédito a la palabra de la querellante. No les creo porque también yo he sido violento de palabra y obra contra mujeres que he amado y me han amado. Porque también yo he abusado de posiciones de poder y he conquistado por arrasamiento, dejando a la conquistada sin más opciones que ser objeto de conquista por mi parte.Es más: no puedo creer en Morales, porque yo para disculparme al otro día frente al espejo, he dicho exactamente lo que Antonio ha dicho. Palabras calcadas. Ni una palabra que reconozca que somos producto cultural, que cometemos errores, que la hemos cagado, cagándonos en la vida ajena. Nada.Sus/mis palabras siempre defienden la inocencia del violento y ponen la culpa en la víctima. Y ni el menor signo de superar nuestra deficiencia, ni la menor posibilidad de conversar con la muchacha para saber qué sintió ella, cómo elaboró el abandono, cómo se ve ella después de los actos de violencia, cómo le duele su vida destruida.Y no creo en las versiones de Morales y sus fans, porque conozco la versión de otra periodista, recién llegada a Bogotá a mediados de los 90... cosas iguales a las que hoy denuncia esta otra joven.Un día, muchos tipos, entre ellos Toño Morales y yo, deberemos pedir perdón y reconocer nuestras violencias.

Y yo añado: Un día, más temprano que tarde, hombres como vos, van a lograr erosionar para siempre, los pedestales de machismo que nos separan de una vida llena de felicidad, compinchería, goce y disfrute a hombres y mujeres. Gracias por las pistas. Esperemos que muchos hombres logren pensar en esto y empeñarse en reparar los daños. Del cambio cultural nos encargamos entre todas y todos.

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