Adolfo Pacheco, por siempre...

Adolfo Pacheco, por siempre...

Tras un grave accidente de tránsito, el juglar falleció. Un sentido homenaje

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
enero 30, 2023
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Adolfo Pacheco, por siempre...

En Barranquilla, en donde reposan los restos de sus padres, Miguel Antonio Pacheco Blanco y Mercedes Isabel Anillo Herrera, será sepultado el que sin duda alguna fue el último de los grandes compositores de nuestra música vallenata. El futuro de este folclor está por ahora nublado, porque no hay en el presente un personaje que pueda calzar los zapatos de las otras leyendas que hoy están en otra dimensión. Así quedó notificado cuando las directivas de la Fundación de la Leyenda Vallenata lo declararon a él y a Rafael Calixto Escalona Martínez, a Leandro Díaz Duarte y a Emiliano Zuleta Baquero como los compositores vitalicios. Y ninguno de ellos está para continuar con ese gran legado de narrar historias, ponerles música y en apenas tres minutos convertirlas en nuestra propia banda sonora.

Adolfo Rafael Pacheco Anillo nació el mismo día en que San Jacinto Bolívar (su tierra natal) estaba de fiesta, el jueves 8 de agosto de 1940. A muy temprana edad, a los 8 años, quedó sin el amor de su madre, quien falleció. Detrás de ese hecho, que muchas veces puede pasar sin mayores traumatismos, vinieron muchas cosas. El padre, un negro mojino como lo descalificaron los padres de Mercedes, no pudo soportar el dolor. La primera decisión que tomó fue enviar a su hijo a un internado y de regreso le dijo que lo suyo era la ingeniería, pero que primero tendría que pagar el servicio militar.

Fue cuando decidió irse para Bogotá, en donde le explicaron que era la ciudad de las grandes oportunidades y fue allá en donde, cuando se refugió en las oficinas de El Espectador, se dio cuenta de que era negro, tal como se lo dijo una periodista al sorprenderlo enfudado en sus ropas costeñas en la sala de redacción del gran diario. Sin embargo, lo suyo no era ni la política, aunque haya sido diputado y concejal; tampoco la academia, en tanto que estudió ingeniería civil en la Universidad Javeriana en la capital de la república. Lo suyo fue la composición, pero la grande.

Trascendió tanto que alguna vez Gabriel García Márquez, el premio Nobel de Literatura, le dijo que le cambiaba sus Cien años de soledad por La hamaca grande, y que más bien le bailara una cumbia al son de un acordeón.

Desde que comenzó a tener uso de razón era de los que no transigían muy fácil en materia de ideologías y cree que su destino es el ser un líder con ideas de izquierda y piensa viajar a la antigua Unión Soviética, pero tampoco le alcanzaron ni las ganas ni la plata para hacer del proyecto una realidad. Fue por esa época cuando se juntaron los grandes, Consuelo Araújo Noguera, Rafael Escalona, Gabriel García Márquez y Alfonso López Michelsen para inventar un festival que llamaron Vallenato. Al llegar la noticia a los Montes de María, muchos acordeoneros de la región de las sabanas de Bolívar, Sucre y Córdoba se declaran en rebeldía, liderados por Adolfo Pacheco. No podían creer que la música de acordeón fuera vallenata solo porque tendría un festival en Valledupar.

Adolfo Pacheco tomó la vocería para decirle a la propia Consuelo: “No es necesario acabar lo nuestro para que brille lo tuyo y de ahí nace La Hamaca grande”. “Acompáñenme, a un collar de cumbia sanjacintera llevo en mi canto, con Adolfo Pacheco y un viejo son de Toño Fernández y llevo una Hamaca Grande, más grande que el cerro e'Maco, pa que el pueblo vallenato meciéndose en ella cante”. En ese tiempo la palabra vallenato no era de uso común hasta que se volvió universal, gracias a estas letras.

Sin embargo, cuando conocimos aquellas composiciones eran los años buenos en donde podíamos divertirnos sin correr ningún riesgo en las calles de El Bagre. Había un sitio por la calle de los kioscos que se llamaba La Bristol, un negocio del que nunca se supo que era en realidad, pero que lo teníamos como un refugio para escuchar los mejores vallenatos de esos tiempos. Y fue allí, donde Elver Díaz, su administrador y compañero en el colegio de bachillerato, donde escuché por primera vez uno de los mejores merengues que jamás había oído, muy a pesar de mi escaso conocimiento en esa materia.

El propio compositor lo señaló alguna vez cuando dijo: "Ese merengue se lo compuse a Miguel Antonio Pacheco Blanco, mi papá, quien fue un campesino de piernas curvas que en su juventud cortaba leña y procreó hijos con varias mujeres. Lo escribí en 1964, año en que mi viejo, apaleado por la mala situación económica, se vio obligado a emigrar a Barranquilla, en contra de su voluntad, solo y en la ruina. Andrés Landero fue el primero en conocer la letra y cantarla, pero nunca la grabó”. Ahí quedó dicho todo. Pero no faltaron los famosos “correveidiles”, los “llevaytrae” que le fueron con el cuento al viejo de que con esa canción se había burlado de su situación económica, y eso lo tenía muy molesto. Así que llegué prevenido, un poco nervioso y primero tuve que aclarar las cosas”, rememora Adolfo.

Parecía un guion de novela venezolana, porque una vez dentro de la casa de su progenitor, este dijo con tono sereno, pero fuerte, que no había escuchado todavía la canción, pero estaba muy enojado por los rumores. “Yo había viajado con la finalidad de aclararle el malentendido. Y antes de cantarle, le comuniqué: viejo, no sé qué le han dicho. Con todo mi amor y respeto de hijo, escribí este paseo para usted. Si no le gusta, no lo canto más, ni permitiré que se grabe. Solo espero que sepa perdonarme”.

Apenas entonó la primera estrofa, al viejo Miguel Pacheco Blanco se le humedecieron los ojos. Recuerda Adolfo que, al finalizar el canto, el viejo le dio el abrazo más fuerte y sentido que haya recibido en toda la vida. Adolfo comprendió en ese momento que las explicaciones carecían de fuerza. Lo único que le quedaba era cantar. La canción se salvaría o se condenaría ella sola: Buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad/ el viejo Miguel, del pueblo se fue muy decepcionado…Apenas entonó la primera estrofa, al viejo Miguel Pacheco Blanco se le humedecieron los ojos. Recordaba Adolfo que, al finalizar el canto, el viejo le dio el abrazo más fuerte y sentido que haya recibido en toda la vida.

“No hubo necesidad de que mi padre me dijera que la canción le había gustado. Todavía, con lágrimas en los ojos, me dijo que eso era un homenaje inmerecido y no una burla, como le habían informado. Lamentó mucho haberme prejuzgado y prometió no volver a emitir un juicio sin escuchar primero al acusado. ‘El viejo Miguel’ lo concebí como paseo, pero finalmente se grabó en ritmo de merengue”. La canción fue publicada por primera vez en 1967, en el sello Tropical, por Nasser Sir, acompañado por las guitarras de Pedro Rafael Barrios y Gilberto Romero, y el acordeón de Ramón Vargas. El conjunto se autodenominó Los reyes del vallenato, y solo grabó tres estrofas de la canción que no tuvo trascendencia porque apenas sonó en San Jacinto y sus alrededores. La versión que sí pegó fue la que más tarde, en 1968, grabaría Lisandro Meza, con un sonido característico del bajo Magdalena. Pero sus seguidores tuvieron que espera hasta el año 1980, cuando los Hermanos Zuleta sacaron al mercado el trabajo discográfico ‘Pa’ toda la vida’ que incluyó 11 canciones. Una de ellas fue ‘El viejo Migue’ cuyo protagonista se despidió para siempre un día del mes de abril de 1981, cuando contaba con apenas 70 años cuando su hijo estaba a pocos meses de recibir el grado de Derecho, en la Universidad de Cartagena.

El maestro Adolfo Pacheco se accidentó el pasado 19 de enero y desde ese momento mantuvo una lucha por su vida, la que perdió hacia la una de la mañana del sábado 28, cuando los dioses del Olimpo decidieron por él. A eso de las cinco, cuando apenas despuntaba el sol, recibí la llamada que no podría ser de otra, sino de ella, quien me dijo “se nos murió Adolfo” y colgó. No necesitaba ser un brujo para saber quién era ella y quién era Adolfo.

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