El 26 de enero se cumple un mes exacto de cuando lo vi por última vez, aunque también puedo decir que fue el año pasado, el lunes 26 de diciembre, cuando los vientos me llevaron a una estancia de menos de dos días. Y recuerdo que no fue una vez, sino dos las veces que nos encontramos. La primera fue en su especie de trono de siempre, con la figura de un custodio al pie del almacén con más historia en El Bagre, el de Cristina Gil, cuyos dueños lo abrieron para poner en venta la mercancía más exclusiva de aquellos tiempos a mediados del siglo pasado y cuya historia se funde con la misma de esa cabecera. El negocio compartió el vecindario con más de 30 bares y cantinas en donde los hombres de entonces apaciguaban sus pasiones con un sartal de putas venidas de todas partes del país.
El nombre con el que fue bautizado fue el de Miguel Humberto, hijo de Cristo Reyes Navarro Hermosilla y de Lucía Elena Hernández, nacido el jueves 18 de agosto de 1949 en lo que entonces era un simple corregimiento de Zaragoza y era el octavo de once hermanos, seis de los cuales nacieron en Buenavista, cuando este pertenecía al departamento de Bolívar y hoy jurisdicción de Córdoba. Fue el tercero de los que nacieron en El Bagre y su muerte repentina sorprendió a quienes lo conocieron porque, a pesar de sus 74 años y cinco meses de vida, parecía tener cuerda para rato. Sin embargo, la muerte, en medio de su libre albedrío, se lo llevó a la eternidad el pasado lunes 23 de enero.
Sus padres llegaron al naciente pueblo con la misma ilusión con la que llegaron centenares de personas que buscaban un sitio en donde poder levantar sin mayores afujías a sus hijos —que en el caso de ellos eran seis—, pero además para evadir la desazón de la violencia que comenzaba a mostrar sus garras en muchas partes de nuestra martirizada nación colombiana.
De Buenavista llegaron Wilson, Nístar, Cristo Rafael, Socorro, Julio y Magola; mientras que los demás nacieron en tierras antioqueñas pero con sus costumbres sabaneras intactas: Olga, Consuelo, Miguel, Amparo y Alfredo, a quien sus amigos lo conocen como Tatalo.
Eran los tiempos cuando la empresa minera trataba al pueblo como un enclave, de manera que ofrecía empleos para diferentes actividades y tareas y fue así como Cristo Reyes se convirtió en el que le hacía las vueltas a los gringos y además se encargaba de arreglar los campamentos en donde se alojaba el personal soltero y le ubicaron su vivienda en una especie de galpón junto con seis familias más, separadas apenas por cuatro láminas de cinc de aquellas que jamás se han visto, al lado de la subestación de energía, la misma que una vez estuvo a punto de llevarse al naciente pueblo cuando uno de sus transformadores convirtieron el espacio en llamas.
El sitio tenía como vecinos a los tres salones en donde aprendían las primeras letras las niñas de la escuela Francisco de Paula Santander, un poco más allá la de varones, la Simón Bolívar y hacia el norte estaban los caserones de Cornaliza, punto que era el límite del pequeño poblado. Inspirados en ese ambiente natural que ofrecía el río Nechí, uno de sus moradores le puso el nombre de Las Brisas y así se quedó para siempre.
Es posible que hoy, en pleno siglo XXI, el 90 por ciento no se haya enterado quien era Miguel Navarro, porque el crecimiento de El Bagre llegó al límite que muchos de sus primeros habitantes hoy parecen ser los advenedizos, los forasteros; al punto de que existen anécdotas que cuentan que hay más bagreños por fuera de su territorio que allá en la cabecera en el Bajo Cauca —y yo la creo— Y ahí me parece verlo, con su bigote de charro mexicano, con su calvicie prematura que le daban un aire de señor serio, pero que en el fondo era un personaje cargado de humor y de sonrisa pronta y un bromista de los de vieja data: un completo burletero de siete zuelas. Mejor dicho, un vergajo.
Pero la procesión va por dentro. Nunca tuvo hijos, a pesar de que sus últimos años los compartió, cosas de la vida, con la propietaria de aquel negocio que es uno de los referentes del municipio, Cristina Gil.
De esa numerosa familia, cuyos padres, don Cristo Reyes y doña Luci, como se le conoció desde entonces, quienes descansan para siempre en El Bagre, apenas quedan Cristo Rafael, quien de sus 88 años de vida, 82 los ha gozado, vivido y sufrido en ese pueblo, Consuelo, radicada en Caimito Sucre, Amparo, que vive en Medellín, y Alfredo, quien todavía sigue firme, dando lora con sacar adelante una empresa que cada día parece estar condenada al fracaso y a la liquidación total: el fútbol.-
Dije al principio que nos vimos dos veces. La segunda fue en el malecón, a orillas del Nechí, el mismo que cogió de cocora a los habitantes de aquella población porque ya aprendió a meterse sin permiso y a la hora menos pensada a las calles, a las casas, a los negocios y a todo lo que sea inundable, haciendo con eso que se suspendan las actividades diarias y comiencen las diatribas y aparezcan los ingenieros hidraúlicos a dar a conocer sus propias soluciones; pero como hace rato no ha hecho estragos, las noticias pasaron al cuarto de san Alejo y ya ni siquiera los más de quince candidatos tienen en cuenta esa calamidad dentro de su plan de gobierno.
El espacio era una especie de patio de la casa de los Bello Ríos, en donde se reúnen y arreglan las cosas a las buenas unos expertos jugadores de dominó mientras salen y llegan las chalupas desde aquel muelle de tantos recuerdos de infancia y en donde nos bañábamos cuando era costumbre.
Recuerdo que lo vi sentado al lado de una mesa en donde cuatro desocupados jugaban dominó —eso sí, aquí no se juega plata porque no ninguno de estos manes tiene un puto peso en el bolsillo, me contó—. Aquí, el que pierde desocupa el puesto y espera un nuevo turno.- Yo me sorprendí porque en menos de quince minutos no se dejaban de insultar, de ponerse apodos y le pregunté, bueno y cuando pelean cómo hacen para volver a la mesa. Aquí nadie pelea, esos hijueputas saben que el que lo haga no puede volver.-
Me despedí de él como si nos fuéramos a ver de nuevo."¿Cuándo vuelves?", me preguntó. Le dije, "un día de estos", sin saber que fue él quien emprendió primero el viaje, ese que no tiene regreso.