A raíz del reciente comentario mediante el cual rechacé la calificación que se le dio al incremento del salario mínimo decretado por Petro de ser el más alto del presente siglo, un lector me espetó un interrogante que siento la necesidad de responder, pues pone en entredicho la que ha sido mi posición política de siempre. A este lector —de quien no tengo la fortuna de saber quién es, pero al que le estoy agradecido por permitirme aclararle su inquietud, que debe ser también la de otros más—, le pareció conveniente emplazarme a que definiera mis posiciones políticas ante el gobierno de Petro, del cual me veía, a veces, furibundo defensor, y otras, detractor implacable.
Pues bien, apreciado amigo: jamás he sido defensor furibundo de nadie, ni de nadie su detractor. Simplemente he sido un tímido observador del acontecer político y de sus actores que ha procurado orientarse siempre con la brújula de sus exclusivos criterios. No he pretendido nunca ser neutral en mis afirmaciones, aunque sí he tratado de mantenerme dentro del mayor grado de objetividad posible.
Por Gustavo Petro y su actitud política siempre he sentido un reverencial respeto, salvo en la ocasión aquella en que se interpuso en el camino que recorría Carlos Gaviria Díaz hacia la Presidencia de la República. Por lo demás, he sido un admirador a ultranza de lo íntimamente ligadas que están sus convicciones políticas a los intereses populares, de la valentía y claridad con que las defiende y de la forma en que se hace el de la vista gorda ante los riesgos que tiene que asumir en defensa de tales convicciones. Estas cualidades son las que me mantienen a su lado, y las que me mantendrán mientras no observe en él lunares que las desdibujen.
Lo anterior no significa que todo lo de él me guste. No me gusta por ejemplo que quiera desarrollar el capitalismo, lo cual equivale a desarrollar a la burguesía, con todo y su poder. Lo que necesitamos desarrollar es las fuerzas productivas, pero bajo formas de propiedad de naturaleza colectivista y relaciones no alienadas de producción. No me gusta tan poco que haya renunciado a la potestad de expropiar, que es tanto como echar por la borda los avances alcanzados en cuanto al reconocimiento constitucional de la función social de la propiedad; ni me gustan otras cosas, de las cuales ya se dará el caso de poder hablar. Y a pesar de ellas, seguiré respaldando a Petro mientras se mantenga en sus reales; pero siempre con el arma de la crítica en la mano, sobre todo cuando haya que advertir desvíos o censurar claudicaciones.