Hace poco el artista puertorriqueño Benito Antonio Martínez Ocasio, más conocido como Bad Bunny (El Conejo Malo), se vio tristemente envuelto en una polémica a partir de un episodio en el que dio una muestra no solo de malos modales al arrojarle el teléfono móvil a una de sus enceguecidas fans quien lo hubiera “acorralado” con el lamentable propósito de solicitarle una foto, sino también una exhibición de ese autopercibido y ampliamente proyectado ego, validado por la cultura de masas que los hace sentirse por encima de los demás, con derecho divino, dioses en la tierra, intocables ante los ojos y manos de los hombres.
Pues bien, este episodio le ha costado no solo críticas de la prensa y las redes sociales, sino también un desplome de sus canciones en las listas de Spotify y el descontento de muchos de sus seguidores, quienes ven en esta actitud un desatino y un atrevimiento por parte del artista quien, además, incapaz de reconocer su error, salió a defender su mal comportamiento en su cuenta de Twitter.
Quisiera aprovechar la fragilidad del momento por la que pasa el artista —no me atrevería a hacerlo en otro en el que podría verme expuesto a una horda de fanáticos furiosos dispuestos a justificar sus más extravagantes ocurrencias— sobre todo porque, al parecer, hasta sus propios bunniers están de acuerdo en que, en esta ocasión, se pasó de la raya; por tanto, me permitiré hacer una reflexión en torno al artista, a su “arte” —si es que así se le puede llamar— y sus implicaciones.
Hace poco menos de dos meses se llevó a cabo el concierto del renombrado “cantante” urbano en la hermosa ciudad de Medellín, la de la eterna primavera. Como era de esperarse, fue un éxito rotundo que propició, incluso, una serie de episodios de estafa a la cual sucumbieron fanáticos de todos los rincones del país, quienes fueron presas de las malas intenciones de algunos avivatos que se aprovecharon de sus necesidades para revender boletas falsas a precios exorbitantes.
Todo muy bien con el concierto si no fuera porque el artista de arte poco, pues su música y sus canciones son un ejemplo del deterioro de la música popular actual: mala calidad musical, cantantes que no lo son, fenómenos de masa y de consumo sin contenido, afinación mediada por la tecnología, todo que lamentar. Y es que, para pesar de sus más fervientes seguidores y aunque quizás les cueste aceptarlo, sí es posible establecer criterios objetivos a la hora de decir si un cantante y su música es buena: afinación, timbre, rango vocal, diseño de la melodía, recursos armónicos, calidad de la letra; todos factores determinantes dentro del universo musical que nos permiten saber si estamos frente a una pieza artística o un simple producto de entretenimiento.
Voy a hacer una comparación que me resulta más ilustrativa. A propósito de la celebración del mundial de fútbol, la máxima fiesta de este deporte, conocemos por la historia que este se ha caracterizado por ponderar y reconocer grandes jugadores como el recién fallecido Pelé o a Maradona, y otros tantos como Di Stefano, Ronaldo “el fenómeno”, Luis Figo, Zidane, Ronaldinho, y más recientemente figuras como Cristiano Ronaldo, Kylian Mbappe y Lio Messi; todos estos jugadores de altísimo nivel quienes, además, se han destacado por demostrar en la cancha todo un conjunto de habilidades que hacen de su juego no solo un despliegue de talento sino un homenaje a las capacidades humanas y a lo que el hombre puede lograr con sus pies y una pelota: regate, definición, velocidad, precisión, potencia, fuerza y todas estas con una combinación maravillosa de emoción y estilo.
Ahora imagine el lector por un momento que la historia del futbol —que es un deporte de masas— hubiese ponderado a los jugadores menos destacados: los más lentos, los que menos anotaciones hacían, los que con la pelota en los pies no hicieran más que enredarse y caerse o tal vez un toque incipiente a alguno de sus colegas o, quizás, a sus contrarios; en otras palabras, los más malos. Pues eso es lo que ha pasado con la industria musical y me rehúso a pensar que estamos en lo correcto. Todos estos artistas brillan por su ausencia de talento, para ser más técnicos: colores de voz insípidos, rangos vocales irrisorios, desafinación, por no hablar de la poética alrededor de sus canciones ni de todo el maquillaje que la producción musical le imprime a este desfile de indecencia artística.
Y no es una valoración subjetiva, basta con examinar su producción y los niveles de autotune o hacer una ligera comparación con artistas como Michael Jackson para ver cómo la industria viene desde hace aproximadamente 20 años posicionando la falta de talento. Haciendo un paréntesis, me parece que este es uno de los relatos mejor difundidos: el de que el arte es subjetivo y, por lo tanto, no es posible decir qué es lo bueno y qué es lo malo, que todo está en los gustos.
Pues no, estimados lectores, sí se puede señalar, objetivamente, la mala calidad de un producto artístico, y no solo se puede, sino que es deber hacerlo. Algo paradójico es ver este reclamo al interior del género, donde algunos nostálgicos del reggaetón se lamentan de que los artistas y producciones pasadas eran mejores. En esto tengo que estar de acuerdo con ellos, aun en el género hubo mejores cantantes, mejores letras, mejores canciones que ahora.
Esto demuestra algo, la industria ha estado preparando a la audiencia de masas para que sea cada generación más conformista con los productos de consumo. En últimas, así es más fácil vender. Al fin y al cabo, si nos conformamos con menos es mucho más ágil y más barata la construcción del producto. Para ser más precisos, la industria actual puede seleccionar a cualquier sujeto y convertirlo en una estrella sin necesidad de pasarlo por el filtro del talento, pues no es imperativo que cante ni que baile, tampoco que componga o escriba sus canciones; esto facilita mucho las cosas a la hora de vender.
Esta es la principal razón de que estos “artistas” hagan hasta dos y tres lanzamientos de álbumes al año (algo completamente absurdo) o que cada tanto salga un nuevo “talento” peor que el anterior. A propósito, es bien interesante lo de los lanzamientos y cómo esto demuestra la ligereza y superficialidad del arte en mención.
Suponga usted, estimado lector, que se dirige a comprar una camisa. De repente llega a la tienda y, para su sorpresa, se encuentra con muchas camisas todas ellas con el mismo diseño y una escasa oferta de colores. No siendo esto suficiente, las camisas son de mala calidad: telas baratas y tonos descoloridos. Supongamos que, al ver esto, usted busca otra tienda, pero, lamentablemente, el escenario es el mismo y así sigue con varias más. Usted termina por cansarse y empieza a ver “lo bueno” de estas malas prendas, termina por gustarle alguna y se la lleva para su casa.
Después de un tiempo, el mercado está lleno de todas estas camisas y usted termina por hacerse un asiduo consumidor de estos productos. Lo importante de esta analogía es considerar la siguiente premisa: si el consumidor se engancha con productos de baja calidad es mucho más rentable para el vendedor empresario, en últimas gasta menos recursos y genera mayores ganancias. Quien realmente pierde aquí es el consumidor.
Esto es lo que ha sucedido particularmente con la música pop y me siento en la obligación de sentar una voz de protesta. Ojo, esto no es nada nuevo y ya ha sucedido en otras artes, los diseños en la arquitectura urbana sucumbieron a la homogenización de estructuras verticales —que bien pudieran ser cajas de cigarrillo con agujeros ampliamente distanciadas de antiguas formas arquitectónicas del Art Decó y el neogótico del siglo pasado, cuando el estilo y la forma destacaban—. Me niego a pensar que el futuro del arte vaya a estar reducido a una mera muestra de entretenimiento con una escasa cuota de talento. En este punto es necesario aclarar que mi crítica no se dirige al artista en sí ni al género que, como dicen por ahí, para gustos los colores. Mi crítica se dirige específicamente a lo que esto pretende ser.
Una de las mentiras de la modernidad es aquella que reza que todo es arte y no hay criterios objetivos que permitan categorizar una obra más allá del gusto o la mera percepción de su creador o de las masas. Esta idea ha llevado a posicionar en el lugar de otrora fuera reservado para las más bellas obras fruto de la inteligencia y la sensibilidad humana, a estos productos de consumo de los que aquí se hace mención.
De este modo, vemos cómo la oferta cultural ha sido acaparada por esta clase de expresiones y son cada vez más reducidos los espacios para otro tipo de arte, para otro tipo de música. Esta usurpación es la que me parece indeseable, pues no considero conveniente que una música que está hecha para el mero entretenimiento vaya a ocupar el lugar del arte; es como si de repente toda la comida del mundo se redujera a hamburguesas con papas y Coca-Cola.
Finalmente, y para no extender más este texto, vale la pena reflexionar además sobre los valores que como referente cultural fomenta este afamado género y sus exponentes. Hace unas semanas se viralizó en redes un experimento llevado a cabo por Carolina de la Fuente, una docente argentina que utilizó unas barbies para representar las letras de las canciones de reguetón. Después de verlas surge la pregunta: ¿acaso es esta la cultura que queremos fomentar en las nuevas generaciones?
También me pregunto: ¿tenemos entonces que conformarnos con artistas poco competentes, con voces desafinadas y letras primitivas? ¿Acaso no merecemos más? O ¿es que no somos capaces de ser algo mejor como sujeto cultural? ¿Será que debemos soportar a estos artistas ególatras que se sienten con el derecho de arrebatarnos lo que nos es propio, puede ser un celular, puede ser toda nuestra cultura? Sin ánimo de ser puritano o conservador honestamente pienso que no. Estoy convencido de que el mundo latino tiene mejores cosas en lo que arte y cultura se refiere para entregarle al mundo, ya lo ha hecho antes con géneros maravillosos como la cumbia, la salsa o el bolero, música de masas que conquistó el mundo, y que merecen recibir todos los honores.
A propósito, le pregunté a la inteligencia artificial si me podía dar una reseña de la música de Bad Bunny, la siguiente fue su respuesta: "La música de Bad Bunny es repetitiva y carente de sustancia. Sus letras a menudo son despectivas hacia las mujeres y promueven relaciones poco saludables. Además, su estilo de música es muy similar al de otros artistas del género, lo cual hace difícil distinguirlo de los demás que, a pesar de tener un gran éxito comercial, su música se enfoca en temas superficiales y no aborda ninguna temática profunda o tiene poco contenido lírico. Que además se ha criticado por promover una cultura de violencia y sexismo, y que podría ser visto como un ejemplo de una industria musical cada vez más vacua".
Posdata. Hace un par de meses que falleció uno de los grandes representantes de la belleza de la música latina, me refiero al gran Pablo Milanés; la antítesis de lo que en este texto se denuncia, pues su música está plagada de belleza y sensibilidad. No obstante, su genio merece un texto aparte.