Erase una vez una feria de arte contemporáneo que, después de los años del glamour y el exceso, se encontraba al borde de la ruina. La crisis económica mundial, desencadenada en el verano de 2006, había alejado de sus espaciosos pabellones al grueso de los coleccionistas privados, que no tenían muchas ganas de dejarse ver haciendo ostentación de riqueza en medio de una sociedad que veía esfumarse de golpe el sueño de una ilimitada prosperidad para todos. Tampoco estaban dispuestos a seguir pagando unos impuestos a la obra de arte que duplicaban o triplicaban los que se pagaban en las ferias mucho más prestigiosas y mejor surtidas de Basel, Londres o Miami. La fuga de los dueños de los Mercedes Benz y de los titulares de las tarjetas de crédito de oro fue un golpe muy duro pero sin embargo no fue el definitivo. El golpe definitivo, el mazazo que dejó al borde del colapso a la que fuera la feria estrella del país por antonomasia de los toros y los toreros, fue el que le propinó la fuga de los gobiernos de las comunidades autónomas que, por año tras año, aportaron cuantiosos ingresos a la feria, mediante dos mecanismos muy rentables. El primero, pagando a precio de oro los stands que cada comunidad alquilaba para auto promocionarse promocionando a sus artistas. El segundo, realizando la práctica totalidad de sus compras anuales de arte contemporáneo en las galerías que participaban en la feria. Y aunque nunca se han conocido cifras ciertas de cuanto se ha vendido en cada edición de la misma, lo que parece fuera de duda es que los generosos gastos de las comunidades autónomas generaban un porcentaje muy elevado de los ingresos de la feria. Pero la crisis también se llevó de calle a la generosidad de las comunidades debido a que todas ellas fueron sometidas a un riguroso programa de ajuste fiscal impuesto a todos los países de Europa por la tristemente célebre Troika: el BCE, la Comisión Europea y el FMI. Y sin dinero siquiera para satisfacer adecuadamente las demandas de los sistemas de educación y de salud pública, los gobiernos de las comunidades autónomas no podían permitirse el lujo de gastar a manos llenas el dinero público en una feria de arte por muy prestigiosa que fuera.
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Pero, como suele decirse, Dios aprieta pero no ahorca, por lo que una oportuna iluminación divina permitió a los directivos de la feria dar con la fórmula mágica capaz de salvarla de una quiebra más que eminente: si los coleccionistas y las comunidades autónomas nativas se habían marchado nada impedía que los reemplazaran los gobiernos de las hijas más queridas de la Madre Patria. ¨!Sí, sí que los reemplacen¡ ¨, clamaron al unísonos los directivos de una feria que de pronto veía despejarse el oscuro cielo de tormenta y abrirse de nuevo ante sus ojos un porvenir radiante. Colombia, como no podía ser de otro modo, dado su proverbial generosidad y la alegría con la que derrocha el dinero público, fue la primera en responder a esta llamada de socorro venida desde la fuente de su fe, su lengua y su sangre. En la edición de ARCO 2015 Colombia, por ser el país invitado, podrá exhibir a placer el maravilloso trabajo de sus artistas contemporáneos en el rutilante escenario de una feria que ayer estaba al borde la ruina y que hoy se siente renacer con nuevos bríos. La factura, eso sí, la pagan entre el Ministerio de Relaciones Exteriores, el de Cultura y la embajada de Colombia en Madrid. ¡Aleluya ¡