Da risotada, alborozo o carcajada eso de la moneda de… ¡$10.000!
Uno supone que una moneda debe ser inferior o similar, por cierta lógica, a la unidad monetaria del país. Por poner un ejemplo, la moneda de un dólar americano es la de más alto valor en la Unái Stei.
En 1965, cuando tenía cinco años, iba con un peso, un billete azulado con un cóndor de alas tomando vuelo, a comprar en tiendas cercanas a la casa, como la de señora Lucha, o la de don Fortunato y la señora Empera (seguro se llamaba Emperatriz), ahí por el cruce del entonces callejuelo Murillo (hoy es una avenida que va a dar al Estadio Metropolitano), y la carrera Concordia, en Barranquilla.
Las monedas por ese entonces eran de dos, cinco, veinte y cincuenta centavos. La de dos chivos ya tendía a desaparecer.
Con un papel moneda azulejo de un peso tú podías comprar una gaseosa (había marcas como Kol-Cana, Hipinto o Royal Crown Cola, la cerveza más vendida era la Germania y había una malta con un 2% de alcohol etílico, llamada Nutrimalta), un pan de calidad y un pedazo de queso. Mejor dicho, un sancocho de tienda. Y todavía te quedaba vuelto, vueltas o residuo del condoripeso.
Importante dato para pasar este rato: entre 1964 y 1983, el salario mínimo mensual estuvo determinado por el tipo de trabajo que se realizaba, o sea por actividad económica, y por sector, que podía ser urbano o rural.
Hagamos un juego de cálculos aritméticos muy sencillos.
Si entonces el pan pequeño costaba cinco centavos y hoy tengo los datos de que un pan similar vale $500 y el salario mínimo mensual es de $1.160.000, entonces puedes deducir, por regla de tres, el posible salario mínimo en 1965.
La fórmula es X = (500 X 1.160.000) / 0.5
X es el posible salario mínimo año 1965. ¿El resultado de la operación?
$1.160.
Antes de seguir, un corto y lectórico pare en el camino.
Sé que algunos y algunos no gustan de las cifras. Y menos de fórmulas. Lo digo porque acabo de presentar una.
Bueno, creo que conoces el comentario de críticos literarios según el cual una obra no debe tener más de una fórmula matemática para que sea de aceptación en el ámbito popular. Esto lo rebaten, en cierto modo, libros como Miles de millones, de Carl Sagan, y Ciclos de tiempo: Una extraordinaria nueva visión del universo, de Roger Penrose. ¿Que qué hace uno leyendo libros de física o matemáticas? Todo lectófilo lee de todo.
Retomemos ahora el tema central.
Me parece una burla lo de la bendita moneducha. En serio. Quién sabe qué contratico para producirla tendrán entre manos llenas y monederas.
Habrá algún altote directivo del banco central del país, el Banco de la República, que replicará y dirá que $10.000 equivalen a unas cuatro frías (eso sí, en una tienda de barrio popular, porque si te vas a refrescar a una aristocrática discoteca de la jai laif solo te alcanzará para una), o cuatro pasajes en TransMilenio de Vacatápolis ─tú sabes, así rebauticé a mi querida capital, donde he vivido buen tiempo─, o del Metro de Medellín, o del Mío de Cali, o del TransMetro de Mocanápolis ─ya debes saber que es otro “urbautizo” a Barranquilla La Bella, como decía el Joe Arroyo, en este caso por reconocimiento a los aborígenes mocaná, de los que el 80% de los quilleros tenemos genes, como Teo Gutiérrez o Carlos Bacca─, o del Transcaribe de Ciudad Calamarí ─o sea Cartagena─, o del Metrolínea de Bucaramanga, o del Megabús de Pereira con campeón de fútbol a bordo.
No cabe la menor duda: esa monedita de curso legal y lanzada como conmemorativa refleja la altísima desvalorización del peso nacional.
Vigente está la propuesta de quitarle tres ceros, que ha fracasado por el desagradable impacto psicológico en las masas estratos 1 al 4. Si llegara a pasar en este momento, el SMMLV, o sea el depauperizado salario mínimo mensual legal vigente, quedaría en solo $1.160 nuevos pesos o como los quieran llamar… ¡O sea que volveríamos a 1965!
Porque la nueva moneda básica equivaldrá a lo que hoy son $1.000. Por eso es que los billetes actuales de mayor valor ya vienen con un numerón y la aclaración de “miles en pesos”. Como preparando a la gente.
Tiene el de $2.000 un dos grande y al lado derecho “mil pesos”. Igual pasa con el del poeta rolo-vacatano José Asunción Silva, que es el de $5.000. Ídem con el de la antropóloga socorrana Virginia Gutiérrez que es el de $10.000 ─aclaro, el nuevo, porque el anterior trae a precisamente a La Pola─, y así seguimos con el boquiabierto lopecito de $20.000, el gabo de $50.000 y el verdoso lleras de $100.000.
El lado cara de la moneda de marras presenta la egregia figura de Policarpa Salavarrieta, con una leyenda que reza: “200 años del sacrificio de la heroína”.
¡Vaya!, de pronto estén saltando en un solo pie los narcotraficantes de heroína, puesto que la RAE incluye una drogadicta acepción. Pudieron poner otra cosa. Algo así como “una valiente patriota de la Independencia”.
Otros que también podrían estar de fiesta son los falsificadores, puesto que pudiera justificarse trucarla.
El lado sello trae la vivienda de Guaduas en que residió La Pola, hoy convertida en museo, el cual está ubicado en una manzana cercana al Parque Principal de esta población cundinamarquesa.
La Pola nació en 1795 y fue asesinada a trabuco por los chapetones, en nuestra Vacatápolis, el 14 de noviembre de 1817. Esta fecha está declarada de manera oficial como Día de la Mujer Colombiana (Ley 44 de 1967, art. 2).
Qué te digo. Por la época regía una dictadura colonial en nuestro territorio. Después vinieron las dictaduras tipo criollo-feudal-mercantilista, una era oscurantista que duró hasta… el 7 de agosto de 2022. O sea, hasta recién.
¡Por fin contamos con una incipiente democracia!
Finalicemos esto. Si alguien no simpatiza con lo que acabo de manifestar y por tanto conmigo, le digo de una: no soy monedita de oro para caerles bien a todos.