Cada seis de enero se venera a la Virgen de Manare en su santuario en Paz de Ariporo (Casanare). Muchos saben su importancia, sus milagros y elevan su devoción y fe, pero pocos conocen la verdadera historia de su rescate y cómo llegó a quedarse en el naciente municipio después de la Violencia.
En febrero de 1953, los militares acataron la orden de sacar los escondidos del monte y llevarlos a sus municipios de origen. Como Moreno se incendió y destruyó en la guerra, sus antiguos habitantes y otros de veredas aledañas se agruparon en Leche Mieles y posteriormente, tras la firma de la paz en septiembre de 1953, fundaron Paz de Ariporo.
Entre febrero y octubre, el municipio tomó forma. Tenía dieciséis manzanas, una trinchera, una escuela primitiva y una improvisada capilla. Todo estaba edificado en la parte más plana de la sabana y colindante con el aeropuerto, que aún hoy existe, hecho a pica y pala por los moreneros y militares en 1938.
Para llegar a ese feliz momento vivieron las peores tragedias, de las cuales me aparto para dar paso a la historia del rescate de la Vírgen de Manare:
Aparentemente completos, perdieron la calma en las noches dosificadas de aflicciones por la Virgen de Manare. Un grupo de matronas impacientes [i] no volvió a iluminarse imaginándola desamparada en medio de un terreno aniquilado, como sospecharon quedó el lugar después de la guerra.
El grupo alborotó con la idea de rescatarla y las mujeres hostigaron de tal forma que el militar al mando concedió el permiso para partir en su búsqueda. Pero no irían las autoras intelectuales, sino una comisión de casi veinte hombres [ii] que viajaron una mañana de marzo acompañados de algunos militares.
Las matronas encabezaron la caravana hasta la orilla del río, animándolos por tan ensalzable capricho. Cuando la oscuridad se evaporó entre los fulgores del sol, los hombres de la virgen se perdieron entre el camino polvoriento al otro lado del arroyo. El viaje era largo y se hizo a pie. Venían con ellos dos burros que transportaron comida y agua. Por eso, cuando consideraron que quedaba medio trecho, dividieron el grupo: unos la rescatarían y los demás aguardarían preparando alimentos.
El Manare que encontraron no era de este mundo, era una alforja estancada en el tiempo, un hospicio de almas quebrantadas que erraban en los despojos de calles. Un villorrio fantasma incinerado, pero todavía con inconcuso encantamiento que centelleaba embelesos sobre ellos. Al igual que Moreno y otros tantos, en la Violencia lo quemaron.
Buscaron la iglesia y la hallaron demolida, chamuscada, el altar venido abajo. Milagrosamente, entre despojos, la cabeza de la virgen estaba intacta y el manto de terciopelo y el cuerpo de madera, carbonizados. Lo encontrado fue áncora a su fe. Radiantes se abrazaron por tener un fragmento para llevar al pueblo. Ante el desalentador espectáculo, no entendieron cómo el beatífico rostro venció las lumbres.
Cuando los pueblos vecinos se enteraron del rescate, iniciaron la contienda para recuperarla: Hato Corozal justificando que Manare es de su jurisdicción y Yopal pregonando desarrollo. Los pazariporeños defendieron la propiedad intelectual, impugnando que ninguno fue por ella en los cuatro años que yació desamparada.
Finalizando, en 1954, arribó una comitiva encabezada por un padre Chucho que, con el aval del obispo vicario de Támara, prestó la virgen para homenajearla en Yopal y complacer sus habitantes en las festividades decembrinas. Ante el rumor de un asalto por parte del cura y comitiva, en las noches designaron una guardia de cuatro hombres que vigiló el templo.
No obstante, como la tensión y los murmullos acentuaron, el propio sacerdote fingió un robo, difundiendo el triste suceso en todo Casanare. La gente lamentó profundamente la pérdida de la virgen. La sacó una noche de la vieja capilla y la escondió dos años en casa de su amiga Angelina Abril, quien respetó el secreto tan devotamente que su hijo José Flórez se enteró de que su casa fue escondrijo el día que el padre decidió descubrir la virgen una vez estuvo remodelada la iglesia y construido un nicho especial para ella.
La mostró un seis de enero, perpetuando y respetando la fecha tradicional de la antigua romería de Manare. Ante la euforia incesante, el estallido entusiasta de los habitantes y la propagación de la noticia que catapultó el peregrinaje, el obispo Nicasio Balisa no tuvo más opción que reconocer oficialmente a Paz de Ariporo como Santuario de la Virgen, distinguiendo la valentía de rescatarla y defenderla apasionadamente.
En los años venideros, las procesiones superaron las de Manare con visitantes de toda Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia e incluso de Brasil. De hecho, pasaron a ser núcleo de las fiestas patronales. Veinte años después, monseñor Arturo Salazar Mejía, usando su naturaleza alegre y bromista, intentó reclamarla para Yopal, para entonces capital de la Intendencia de Casanare, pero su petición, al igual que las anteriores, obtuvo por respuesta un no rotundo.
De las ánimas que estaban en la fila la noche del perdón, pocas conocían la verdadera historia de la virgen o la escucharon incompleta, por eso impresionadas desearon más detalles.
—¿De dónde era esa virgen? —preguntaron.
—Antes, mucho antes, años antes de mis padres, un sacerdote jesuita la llevó de España a Betoyes, Arauca y allí era visitada, gracias a los milagros que le atribuían y a la fe de los viajeros —respondió Mercedes.
—¿Y cómo llegó a Manare?
—Betoyes fue destruido y la virgen se llevó a la iglesia de Manare. Al descubrirla, los fieles iniciaron peregrinajes de rincones del llano colombo venezolano y la carencia de hospedajes les obligaba a acampar en Moreno, para cruzar el río con la luz del día. Dormían en chinchorros guindados en árboles o donde les dieran permiso; en la alcaldía, en la escuela y en las casas. Se alimentaban con bastimento que cada viajante llevaba entre un pollero.
—¿Bastimento? —preguntó un ánima no llanera.
—Bastimento es sinónimo de comida, provisión. Para los llaneros, indispensable en sus correrías, porque desconocían el tiempo de culminar un viaje y guindaban donde se hacía noche, bajo cualquier árbol de la sabana o en una caballeriza, sin afán, mientras tuvieran consigo, en su caballo, su chinchorro y su pollero. El típico bastimento llanero tiene carne frita de cerdo, gordita y con cuero, o carne seca de res, tajadas de plátano verde y arepuelas de harina de trigo; alimentos aptos para comer fríos—, respondió Berta.
—¿Y el pollero? —preguntó un ánima no llanera imaginando cantidad de pollos.
—El pollero no son pollos. Es una tira de tela de más de un metro de larga y treinta centímetros de ancha con una raja en el centro y que al extenderla en el anca del caballo permite alcanzar el bastimento por cualquiera de los dos lados —respondieron otras ánimas odiosas.
—En las romerías a Manare —repuso Berta— en los polleros a más de bastimento llevaban tungos y hasta gallinas.
—¿Tungos? —preguntó otra ánima no llanera.
—La palabra “envuelto” me recuerda maíz, pero, para explicar, un tungo es un envuelto en forma de cono, hecho de masa de arroz y cuajada, pichero, dulce al gusto, empacado en hoja de bijao, soasada y limpia. Y, por si acaso, pichero es leche agria, que se fermenta, normalmente, dejándola de un día a otro, para que la alta temperatura llanera obre su efecto. Y bijao, no tengo que explicarlo.
—Impresionante —dijeron las ánimas y retornaron a la conversación de las peregrinaciones—. ¿Iban muchos?
—¡Miles! —gritó Mercedes—. La concurrencia admirable y los feligreses ofrecían lujosos e insólitos regalos; dinero, figuras en plata y oro como piernas, brazos, animales en miniatura, que pegaban al manto y en la noche los curas recogían.
—¿Para ayudar a los pobres? —preguntó un ánima, curiosa del destino de tanto oro.
—No responderé una pregunta que parece capciosa, pero era hermosa la fe, el fervor de los fieles, sacrificándose por caminos inhóspitos durante días, a pie, porque las bestias cargaban niños, polleros y maletas. Loable la valentía de mercachifles turcos, que a lomo de mula vendían productos, recorriendo toda Colombia. Por fidelidad ignoraban el clima, el cansancio, comían frio, pero nada importaba, porque amaban la virgen. Luego llegó la Violencia e incendiaron Manare.
—¿Conocieron Manare? —preguntaron las ánimas.
—Yo no —respondió Berta.
—Yo sí —dijo Mercedes—. Era un pueblo muy pequeño con un orgullo inmenso.
—¿Por qué se llamaba Manare? —preguntó un ánima no llanera.
—Era el dialecto de los indígenas que habitaban la meseta —respondió Mercedes.
—¿Qué ocurrió con la Virgen del Carmen, la patrona de los moreneros? —preguntaron otras ánimas—. ¿Se quemó con el pueblo?
—No. La hallaron entre las ruinas de Moreno y se llevó a Paz de Ariporo, antes del rescate de la Virgen de Manare. Los pazariporeños son muy orgullosos de las dos beldades y otras.
[i] Eufemia Lugo, Angelina Abril, Ana Silvia Páez, Mercedes Heredia, Joaquina Rodríguez de Silva, María Colmenares, Antonia Galvis, Ana Rosa Galvis, Carmen Lizarazo y otras señoras piadosas fueron las autoras intelectuales del rescate de la Virgen de Manare. [ii] Humberto Gama (quien tuvo liderazgo en la misión), Aurelio Abril, Aquilino Casivanay, Fidel Granados, José Flórez y otros rescataron la Virgen de Manare.