Desarmar a las FARC para volverlas a armar, aunque ya en el marco de la legalidad, no tiene sentido, aunque Gardeazábal defienda la postura de Santos, en su columna en el ADN, en donde apunta que con los «... guerrilleros del Llano se montó en 1953 el DAS rural cuando Guadalupe Salcedo entregó las armas». Pero olvida que los guerrilleros del Llano operaron de 1949 a 1953, es decir, escasa media década; mientras que las FARC ya llevan más de medio siglo operando en Colombia. Evidentemente son contextos muy diferentes, y el poder que tenía esa guerrilla no se asemeja al poder que hoy tiene las FARC. Hoy, entregarle más armas a las FARC, ya con la bendición del Estado, sería darle más poder a un mal y peligroso poder. En ese entonces, lo que se hizo con los del Llano, no fue darle poder a un gran poder como se podría hacer con los desmovilizados de las FARC.
Además, eso que cuenta Gardeazábal no funcionó muy bien. Así lo evidencia un artículo investigativo de Verdad Abierta, llamado “Así creció el paramilitarismo en los Llanos Orientales”:
«…Según le contaron a Verdadabierta.com, algunos ex guerrilleros de Monterrey (Casanare) de esos tiempos, hoy ya abuelos, el gobierno integró a algunos al DAS rural y el Ejército. “Después de que nos desmovilizamos, el gobierno nos dio una cuchara y elementos de aseo y un salvoconducto, pero cuando llegamos comenzaron a detenernos. Eso nos hizo devolver para el monte. Ya cuando comenzaron a aclararse las cosas, bajamos y después a algunos de nosotros nos integraron al DAS rural. ”, dijo uno que perteneció a las filas liberales armadas de los hermanos Tulio, Manuel y Pablo Bautista, desmovilizados en su mayoría el 15 de septiembre de 1953 en Monterrey.
El proyecto no cuajó, y sólo treinta años más tarde se volvió a ensayar en esas anchas llanuras un nuevo plan contrainsurgente….»
Retomando, a los desmovilizados no hay que entregarles más armas, hay que entregarles oportunidades de educación, de empleo, de reconstruir sus vidas. Es que no hay mucha diferencia entre estar en el bando legal de las armas, y en el ilegal. Ambos hostigan, amenazan y desangran. Sería muy fácil meter a los desmovilizados en las filas de los borregos obedientes y con salarios “llenadores”. Preferible que se vayan a coger más armas, pero ya bajo nuestro cobijo, diría el Gobierno, y no que vayan a estudiar y a hacer política. Ellos no quieren que salga un Petro de las desmovilizaciones, ellos quieren borregos. Ya decía Freire que la educación es un arma vital para la liberación del pueblo y la transformación de la sociedad. Esa debería de ser la única arma que le den a los desmovilizados: la de la educación, y no la de fuego.
Escuchaba en La W a un oyente que decía que esas podrían ser las próximas Convivir. Y tiene algo de razón. Las Convivir tenían (o tienen) la convicción mesiánica, igual que su patrón, de poder limpiar al país de los ‘ateos guerrilleros que amenazan con el orden del Estado’. Por qué no podría la futura policía rural integrada por miembros desmovilizados de las FARC tener la misma convicción mesiánica pero a la inversa: acabar con la extrema derecha fascista del país.
Y bueno, lo que debe evitar Santos es darle cuerda al uribismo para que emprenda campañas en contra del proceso de paz (más campañas, claro). Y el hecho de que el Presidente diga que esto de que desmovilizados integren la Policía Rural para el posconfilicto, es darle vía libre al uribismo y la extrema derecha para que arrecie su campaña antipaz.
No queda de más aclarar que estar en contra de esa propuesta no es cuestión de ser uribista o santista, sí de sentido común, me atrevería a decir.
Twitter: @TiiagoMolina