La Navidad en Pensilvania (IV)

La Navidad en Pensilvania (IV)

Cuarta entrega de lo que empezó como 'Pensilvania, tierra de promisión'

Por: Mario Arias Gómez
diciembre 26, 2022
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La Navidad en Pensilvania (IV)

A través de los siglos —según los eruditos—, paulatinamente fueron apareciendo las indistintas fiestas cristianas que tienen que ver o fueron inspiradas por ciertos pasajes de la vida de Cristo, comenzando por la Pascua (domingo), fiesta anual tenida como principal y única en la que se conmemora la resurrección de Jesús, el Señor. 

La iglesia tomó las formas exteriores de algunas celebraciones paganas y les introdujo un contenido y un sentido cristiano. Por ejemplo, el nacimiento de Cristo en el solsticio de invierno, momento en que los pueblos paganos celebraban el renacimiento del sol; bautizado el “sol de justicia”, moteado por la iglesia cristiana como el “Dios Creador”. 

Festividad que da comienzo al año litúrgico, que recoge el proceso de los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo y las recordaciones de los santos que el cristianismo exalta, glorifica a lo largo del año, profundiza en el misterio de la salvación, invita a escudriñar el camino de la fe, a revivir el amor divino que lleva a la redención ídem. 

Celebración que comienza con el Adviento —tiempo de espera— que antecede a la Navidad, a la Epifanía que comprenden el ‘Primer tiempo ordinario’. El seguido arranca con la Cuaresma, Semana Santa, la Pascua (tiempo Pascual), Pentecostés que se celebraba 50 días después de la Pascua del Cordero, que culminaba con la fiesta de Cristo Rey —‘Segundo tiempo ordinario’—. El Adviento abarca cuatro semanas que comprenden cuatro domingos que preceden al 25 de diciembre, tiempo de preparación del natalicio —entre pajas— del Niño Dios, que gozosos celebramos esta noche tiempo de Navidad, Primer tiempo ordinario (repito) que concluye 6 de enero con la Epifanía. 

Adviento que es el anuncio de un nuevo año litúrgico, representado por una corona y cuatro velas de colores que se encienden cada uno de los domingos, previos a la Navidad. Costumbre nacida en la Edad Media como preparación espiritual para la gala navideña. El círculo de la corona —que no tiene principio ni fin— simboliza el amor eterno de Dios, la inmortalidad del alma y la vida eterna por él concedida. 

La primera, la vela de la profecía, de color morado, significa esperanza. La segunda, la vela de Belén (morada). La tercera, la vela de Shepard (rosa). La cuarta, la vela del ángel (morada), se enciende (reitero) la última semana de Adviento. Otras tradiciones utilizan colores distintos que básicamente hacen referencia a la liturgia. El morado encarna el espíritu de vigilia. El verde tenido como símbolo de esperanza. El rojo o rosa, de alegría por la llegada de Jesús. El blanco, la presencia de Dios. Algunas creencias le agregan a la corona y a las velas frutos como la manzana. 

Durante el Adviento, la Navidad y la Epifanía se revive la espera gozosa de la encarnación del mesías. El color de los ornamentos significa: el blanco alegría y pureza, utilizado en la Navidad y la Pascua; el verde, la esperanza, usado en tiempo ordinario, en que no se celebra ninguna fiesta especial. El morado, violeta o púrpura, personifica luto y penitencia; empleado en Adviento, Cuaresma y Semana Santa, y el rojo, apunta al fuego del Espíritu Santo y al martirio; a la sangre y la realeza, dispuesto para las fiestas del Pentecostés y los santos mártires. 

Respecto al arribo al mundo o natividad de Jesús de Nazaret —deidad hecha hombre—, se tienen evidencias que se remontan a las pioneras excavaciones efectuadas en el siglo XIX en las catacumbas de la Basílica de San Sebastián, en Roma, en las que para el siglo IV, ya existía, entre los primeros cristianos, el hábito de la representación antropomórfica (“conjunto de creencias o de doctrinas que atribuyen a la divinidad la figura o las cualidades del ser humano”) del nacimiento; grafía convertida en uno de los símbolos navideños más difundidos. 

De acuerdo con la creencia, los icónicos el buey y la mula que acompañaron el suceso ocurrido en un ámbito rural, en un imaginario portal o establo, destinado a la crianza de animales, de ovejas y corderos —especialmente—, lo que sin duda encumbra el carácter pastoril, distintivo de humildad, de sencillez del ‘Cordero de Dios’, con el que se refieren —también— los cristianos a Cristo, engalanando, ilustrando —de paso— la recalada como hombre en el mundo. 

La construcción del primer pesebre (1223) se atribuye a San Francisco de Asís, en la ermita de Greccio—Italia, réplica del momento en que nació Jesús, la que buscó transmitir la profunda humildad que, de acuerdo a la creencia de índole cristiana, acompañó el advenimiento al mundo del Hijo de Dios, conocido como Pesebre de Greccio. 

La historia le confiere a la orden franciscana el haber popularizado en la península itálica, la tradición del montaje de los pesebres. En su afán por emular la humildad y pobreza, valores que caracterizaron al Hijo de Dios, los convirtió —con la compasión— en principios fundacionales, identificatorios de la Orden, comunidad que ve en lo menesteroso y lo humilde, dones indiscutibles de Dios. 

De esta forma el pesebre —sinónimo de paz y amor— se convirtió en una de las principales herramientas evangelizadoras en la Italia del siglo XIV, que expandieron al continente europeo. 

En el nuevo mundo se afincó y popularizó luego que el papa levantara el dominio total ejercido por los jesuitas sobre las nuevas tierras descubiertas, lo que permitió a los franciscanos viajar a América a cumplir con su misión predicadora. 

En dicho ejercicio incorporaron al pesebre, vernáculos animales, figuras, plantas de las tierras recién descubiertas. A pesar de los siglos transcurridos, el sentido religioso, evangelizador de los franciscanos pervive sin mella alguna. 

Retomando los inmemoriales, sencillos, plácidos recuerdos de infancia  de la bella época navideña, recreados en las crónicas precedentes, vividos en medio de pompas de jabón, olor a incienso, acompañados por el celestial, sagrado cántico de los villancicos, la aparición de la estrella de Belén con el anuncio —cautivante— del nacimiento del Niño Jesús; tiempo del rezo de la novena, de la renovación, dedicado —por excelencia— a los niños; coyuntura para el perdón, para el reencuentro familiar, para el amor, la gratitud, para recordar, tiempo de los aguinaldos, los festejos, la renovación, la natilla y los buñuelos, las comilonas. 

Oportunidad —única— para salir de la rutina, para desearle —como lo hago— a los paisanos que, con sentido de pertenencia, están —como siempre— de regreso al amado terruño, que el Niño Jesús los proteja, les traiga —junto a sus familias, a los suyos— bendiciones, buena salud, los mantenga dentro del espectro de los valores humanos, permanezcan en paz, unidos, con el fervoroso ruego para que los resguarde contra todo mal y peligro. 

Que el indomable espíritu humano del ¡pensilvaneño! se conserve y mantenga vigente, alejado del gélido odio, del catastrófico paramilitarismo, terrorismo que otrora tocó a Arboleda; que la desesperanza, la frustración, el pesimismo no lo venza, que la oscuridad —en síntesis— de los pecados capitales: la ira, la gula, la soberbia, la lujuria, la pereza, la avaricia y la envidia, no los inoportune, toque.  

Para que los ilumine y contribuyan a ambientar, a facilitar  el ambicioso, aplaudido propósito, la meta del gobierno de liberar a los jóvenes detenidos, desdeñosamente llamados ninis —ni trabajan, ni estudian—, por manifestarse, protestar —con razón— en las calles, en el espacio público que es un bien colectivo, de todos, por reclamar por el injusto aislamiento, desamparo, desatención, exclusión, indolencia, trato de la apática, inconmovible, indolente, indiferente, insensible sociedad; para que no se repita —jamás— el atroz abandono, desdén, desidia, incuria, negligencia, orfandad prohijadas y heredadas del espurio, incapaz, remiso, somnoliento desgobierno del irresponsable, ocioso Iván Duque. 

Mocetones barbilampiños que no son unos borregos,  ni criminales, ni terroristas como los reseñó su mentor, el infernal virrey del Ubérrimo, convertido —además— en jefe de los despojos del conservatismo, entregado por el abyecto Carlos Holguín, el lechuguino Andrés Pastrana y sus cómplices, defenestrados, insufribles, sumisos operadores, directores del ceniciento, mercenario partido, entre ellos, el examigo Oya, que rehusó reunirse con el presidente Petro, movido por su enfermiza, indisimulada ojeriza, aduciendo no tragarlo, soportarlo —ni falta que hace—. 

Soez animosidad, enemistad, llevadas al extremo de proponerse en refundar el partido uribista —que no Conservador—, con la venia del frívolo cadáver político, Pastrana, asociado a las octogenarias reliquias —con olor a alcanfor—, restos de manzanillos: los precitados Holguín y Yepes, José Darío Salazar y Fernando Araujo, caterva de renegados, viudos todos de poder, reunidos en la Fundación Mariano Ospina Pérez, quienes convocaron y reunieron a una lánguida audiencia de miserias (escorias) humanas, de sacamicas al servicio del innombrable. Espuria operación en aras de reencaucharse, so pretexto de aguarle la fiesta a Petro, de hacerle imposible, a cuadritos su mandato. 

Esa la grandeza de miras con las que se presentan. Abrasiva, negativa, proscrita política opositora, enfrentada a la redención de los atribulados jóvenes, señalados arbitraria, infundadamente —sin pruebas—, de subversivos por el nefasto, sombrío gobierno anterior, que los encausó por el paro nacional en su contra del 21 de noviembre de 2019, replicado en 2020, que calificó de asonada, ordenando reprimirlo letalmente —a sangre y fuego— por el ESMAD; exceso que mereció la fuerte reprimenda irrogada por la alta comisionada para los DH de la ONU, Michelle Bachelet, quien manifestó la “grave preocupación por las violaciones de las fuerzas de  seguridad”, con cargo al cuestionado verdugo.

Protestas adelantadas a gritos —como única arma—, particularmente por los engañados, imberbes estudiantes, que —hombro a hombro— luchaban —luchan aún— por una educación de calidad, por programas de bienestar, de gratuidad, de oportunidades laborales, aunados a lo largo y ancho del país, de aplazadas, famélicas, hambreadas masas, hacinadas en los múltiples cinturones de miseria de las grandes ciudades, utilizadas como carne de cañón por la aciaga, manguiancha, repudiada política de la Seguridad Democrática, génesis de los falsos positivos, del selectivo asesinato de líderes sociales, de desmovilizados, presentados como “exitoso” balance que acreditó al régimen de ’los tres huevitos’, que perdonó a sus secuaces que comían invariablemente en la mano del pontífice, mientras amenazaba con darle en la cara a los maricas opositores como la Mechuda. 

Abusiva, opresiva, repudiable, violenta represión —sin atenuantes— del paro, en el que se disparó —indiscriminadamente— a matar, dejando un reguero de incontables víctimas; de muertos, huérfanos, viudas, heridos, lisiados; de detenidos, judicializados —en su mayoría estudiantes— ipso facto. 

Atroz realidad que llevó al imbatible candidato, Gustavo Petro, a prometer contrarrestar, prioritariamente —como lo ha hecho— al asumir como gobierno alternativo, en el contexto de la paz total, de la convivencia, de la justicia social, en el entendido que el Estado —garante del bien común— y el gobierno —como ejecutor—, tienen el deber, la obligación constitucional, moral, de defender, preservar, proteger, salvaguardar la vida, honra y bienes de los gobernados —artículos 11°, 21° de la Constitución y 4º de la Convención Americana de DH—; garantizar asimismo el pataleo, la protesta social, sin importar sus fines, apremiándole la neutralidad excepto en unos pocos casos extremos, excepcionales. 

Gobierno de la vida que, en cumplimiento de dicho mandato, en altruista, humano, liberal gesto de conciencia social y política, ha cumplido con liberar felizmente —en un ambiente de paz total, de reconciliación— antes de Nochebuena, como era el compromiso, a algunos jóvenes, luego de satisfacer lo establecido en el Decreto 2422, liberados investidos como voceros de paz, que los habilita para participar en los conflictos sociales de las indistintas zonas del país. 

Armónica, elogiada, encomiada, ensalzada, decisión que ojalá sea correspondida con un propósito sincero de enmienda por quienes resulten incursos en delitos; firme decisión a pesar del  inusitado cargamontón, del rechazo, la reprobación, el ruido del uribismo encarnado por la Cabal, Paloma, y otras bestias que olvidaron que Petro fue quien ganó las elecciones, abriéndole la puerta del ocaso a estos intocables, al punto de pretender continuar dictando cartilla al poder judicial —que tanto hicieron por desconceptuarlo, desprestigiarlo—; ‘oso’ que los  llevó a pedir —desvergonzadamente— a los jueces, negar las excarcelaciones, invocando la “excepción de inconstitucionalidad”. No están ni tibios.

Dependerá de los colombianos de bien —ilimitado reservorio moral— ambientar, apoyar, afianzar el ¡cambio!, hacerlo realidad, de modo que le dé entierro de tercera, al arbitrario, asocial, inequitativo, opresivo, sectario modelo neoliberal, legado del testaferro del furibismo, apoyado por su socio, la absorbida, incondicional, predicha minoría conservadora que, encogiéndose de hombros, miró para otro lado, como Duque amordazaba, disuadía, estrangulaba, pisoteada, reprimía, sofocaba a tiros la protesta social. 

Derecho a la protesta, amparada —recuerdo— por los artículos 1° y 2° de la Constitución que promueve la participación ciudadana en las decisiones que los afectan, artículos conexos al “derecho a la libertad de expresión” (20), al “derecho de petición” (23), al “derecho de asociación” (38) y al “derecho a participar en el control del poder político” (40). El 37 reza: “Toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente. Sólo la ley podrá establecer de manera expresa los casos en los cuales se podrá limitar el ejercicio de este derecho” y el 56 “garantiza el derecho de huelga, salvo en los servicios públicos esenciales definidos por el legislador”.

Concluyo este abreviado recuento histórico del origen y raíces de la Navidad, como el escalofriante, estremecedor y nostálgico relato —de importancia simbólica— de las añejas remembranzas acopiadas en las tres entregas anteriores de ¡Pensilvania, tierra de promisión!, no sin antes desearle una ¡dichosa Navidad y un venturoso 2023!, a los amables, pacientes lectores, a los viejos amigos y compañeros —compinches algunos de andanzas, de fatigas—. 

Que los dioses les sean propicios y que en el 2023 tengan la mayor suerte posible. 

Posdata. Dios mediante regreso el próximo 14 de enero de 2023. 

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