Estudiar filosofía ¿un voto de pobreza?
Opinión

Estudiar filosofía ¿un voto de pobreza?

El filósofo David Zuluaga demostró que no

Por:
enero 28, 2015
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Yo pensaba que estudiar filosofía era un voto de pobreza. Que todas esas almas bellas que un febril momento de su vida decidieron entregarse al difícil camino de los estudios filosóficos, debían acostumbrarse a ver crecer su alma —y en el mejor de los casos, su biblioteca— antes que su cuenta de ahorros.

Yo creía que los filósofos, al menos en Colombia, estábamos condenados a tener por destino laboral la docencia (un voto de pobreza más); la investigación (súmele otro voto más); o la burocracia académica (súmele una pequeña bonificación por servicios administrativos).

En fin, yo juraba que los filósofos estaban destinados a ser hombres vaciados (de dinero, de expectativas, de preocupaciones, de ambiciones, de necesidades…), pero satisfechos con su ejercicio de vida. O vaciados y atormentados... O vaciados y ya. Hasta que supe de David Zuluaga.

Cuenta el mito arriero, que David era el primogénito de un joven y brillante político caldense. Desde su más tierna infancia, el pequeño David demostró un amor casi natural por los más altos frutos del espíritu humano: la filosofía, la poesía y la política decente. Desgraciadamente, su hambre de conocimiento no estaba a la misma altura de los ingresos de sus humildes padres así que, gracias a un enorme esfuerzo, tuvo que abandonar su terruño para alzar vuelo hacia las más altas cumbres del saber.

Nuestro joven David, en una muestra de genialidad quizá hereditaria, decidió que la filosofía sería su compañera de vida y, para ello, se propuso superar sus propias barreras económicas para estudiar en la cuna de los espíritus más selectos del mundo: Harvard. Los detalles de este esfuerzo, como en todo mito, permanecen velados para las personas vulgares, pero lo valioso de esta historia es que nos enseña cómo un valiente muchacho decide dejar atrás las sencillas comodidades que le estaban reservadas en su finca, para iniciar el tortuoso camino de la filosofía.

Tras años de estudio y entrega, David se hizo filósofo. Y un filósofo alegre, impetuoso, audaz. Una mente refinada capaz de seducir en un instante a“mentes superiores”, como la del mismísimo Álvaro Uribe Vélez.

Cuentan las leyendas que el ilustre expresidente, quedó tan enamorado de la erudición, fino humor e inteligencia política de David, que podía pasar horas disfrutando de la compañía de este “buen muchacho” y hasta declamaban de memoria los más hermosos versos de los poetas clásicos griegos. Juntos, eran capaces de deslumbrar al vulgo con su memoria prodigiosa, implacable y casi perfecta, que les permitía citar in extenso discursos y poemas de los más grandes espíritus de la humanidad. Aunque, excepcionalmente, la traviesa memoria también les jugaba muy malas pasadas, sobre todo cuando debían recordar eventos nimios y prosaicos como el pago de una cuenta o una simple reunión.

(Hoy, me sorprendo imaginando esas escenas bucólicas: un anciano exgobernante, triste e incomprendido, recita atribulado algunos pasajes enigmáticos de Sófocles, mientras mira con melancolía a un cafetal y busca algo de alivio en los labios de un efebo inquieto que, con suave acento paisa, alaba sus ya viejas y olvidadas victorias con algún verso de Píndaro elegido primorosamente para la ocasión…).

Pero como todos los espíritus grandes, la vida del joven David no está exenta de tragedia. Él, tan exquisito para las artes como generoso con sus contertulios, ha sido maltratado cruelmente por las autoridades colombianas, un país malagradecido que parece haber olvidado quiénes lo llevaron por sendas de grandeza.

Dicen esos colombianos ingratos que David pagó 230 millones de pesos de su propio bolsillo a un confeso delincuente llamado Andrés Sepúlveda,  en pago por unos servicios de comunicación que este habría realizado con el único objetivo de enlodar, desde adentro, la campaña que llevaría al padre de David a la Presidencia.

Lo que ignoran esos buitres que persiguen a David es que, si bien no son muchos los jóvenes en Colombia que están en capacidad de prestar semejantes sumas de dinero con diligencia y amor, David, a diferencia de casi todos los chicos de su edad, es un joven filósofo. Y eso cambia por completo las cosas. Porque  David es un ejemplo para todos los jóvenes colombianos —y para mí mismo— de que sí se puede. La filosofía y el emprendimiento pueden tomarse de la mano y llevarnos a cumbres que creíamos inalcanzables.

A pesar de tener un alma más vieja, más pobre y sin ningún asomo de la genialidad de David, comparto con él su amor por la filosofía. Y por eso estoy seguro que David, alzando la antorcha de la Verdad que anima a su padre y a todo el pueblo uribista, vendrá a enfrentar a la justicia con el sosiego y la templanza propios de los hombres inocentes.

Vendrá David iluminado y triunfante, como le corresponde a la gente de su naturaleza, como solo lo hacen los hombres educados en la filosofía y la poesía. Volverá a la infame Colombia, como también volverá el atribulado —y apasionado amante de la filosofía— el doctor Luis Carlos Restrepo.

Vendrá David con la serenidad propia del hombre que sabe que la Verdad está de su lado, para enseñarnos a todos los colombianos ignorantes qué es la ÉTICA, pues a ella ha dedicado toda una vida de estudio y pasión.

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