Desde hace décadas nuestros entornos rurales y urbanos se ven contaminados por la lógica de la violencia y las armas, al punto que en muchos espacios cotidianos hemos naturalizado la agresividad como principal forma de relación entre las personas y grandes cohortes de la población han terminado adaptándose al yugo tremendo del enfrentamiento armado. El asunto es central para una sociedad en transición y que busca la reconciliación. Son tres problemas complejos por enfrentar: el mercado de las armas y la delincuencia transnacional, la convivencia y la operación de la justicia, y la militarización de la vida cotidiana.
Estas problemáticas se expresan en nuestras rutinas a partir de la disponibilidad de armas presentes en nuestros lugares de habitancia y de la gran cantidad de gentes dedicadas al oficio de portarlas y operarlas en cualquier ocasión; especialmente es preocupante la disposición, mental, corporal, existencial, de las ciudadanías para resolver los conflictos, las disputas, las tensiones sociales que no faltan con la mediación y el uso fatídico de artefactos bélicos, con su respectivo efecto en comportamientos individuales y colectivos que devienen en agresividad permanente.
Haciendo un breve recuento de noticias de reciente suceso, por estos días en un lugar de Cali asesinaron con modalidad de sicariato a una familia, dejando los hijos menores de edad heridos, se dijo que el padre tenía antecedentes judiciales y eso suena incluso a una lógica justificatoria del asesinato; en otro lugar del Oeste caleño, los vecinos exhiben armas preparándose para atacar a un ladronzuelo de espejos de carro que está dedicado a desvalijar vehículos del barrio; en un municipio caucano, un alcalde sale huyendo ante amenazas de muerte consignadas en un panfleto; en un video que circula ubicado en una carretera indeterminada, un policía dispara a un hombre armado de machete que pretende atacarlo; en otro lugar del Pacífico colombiano se reportan enfrentamientos entre bandos armados en medio de la población civil; en un vasto territorio del nororiente, la población civil tiene la orden de no circular en las noches so pena de ser retenida por actores armados; en el Choco, se decretan paros armados de la noche a la mañana. Las noticias son de estos días, pero podríamos decir que en realidad se han vuelto costumbre y son el guion rutinario del país por décadas; el mismo perro con distinto hueso, dirían las abuelas.
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A la angustia y a las incertidumbres sociales, se suma la inseguridad propia de no sentirnos tranquilos en nuestras actividades ante la amenaza permanente de violencia y falta de garantías
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La situación se lleva vidas, las constriñe, las domina, las explota, las asesina, las hiere y especialmente genera atmosferas de incertidumbre, de angustia existencial, deprime los liderazgos sociales y la vida en comunidad, pone en cuestión la coexistencia ciudadana, fractura las instituciones civiles y nos genera grandes dudas sobre el presente y el futuro. Las armas, especialmente las de fuego y las lógicas violentas que las dominan y direccionan, son el motor de las malas noticias que persisten y de la amenaza permanente de la subsistencia personal y colectiva. A la angustia y a las incertidumbres sociales, se suma la inseguridad propia de no sentirnos tranquilos en nuestras actividades, ante la amenaza permanente de violencia y la falta de garantías, reciprocidades y confianzas en relación con las instituciones que no logran garantizar la convivencia pacífica.
¿Cómo romper esta cadena de violencias que cambia de nombre y de autores, pero que no para de expresarse en nuestros entornos?, ¿cómo afrontar el futuro sin superar este impase de la violencia en nuestro lugares de vida?
Las respuestas podrían ir en varias direcciones: más control de armas en campos y ciudades, más persecución al comercio ilegal de instrumentos para la muerte, planes de desarme ciudadano, fortalecimiento de la autoridad legitima para asumir los conflictos, más trabajo educativo para desmotivar la incorporación de menores a grupos armados, más terapia emocional para salir de las violencias, más trabajo institucional mancomunado para generar seguridad y confianza ciudadana; sin embargo, no podremos avanzar si no logramos desarmar en nuestros guiones de comportamiento frecuente la disposición a adquirir, portar y usar armas, como si fueran la principal herramienta de vida, cuando en realidad son utensilios de muerte y odio.
En Colombia necesitamos establecer una reflexión ciudadana en todos los espacios sobre la necesidad y conveniencia de sacar las armas de la vida cotidiana y del manejo de los conflictos; urge cambiar la costumbre de portar y usar dispositivos de muerte que hoy están a la mano, hay que poner los belicismos ante nosotros y renunciar a ellos, sustituirlos por otro tipo de enseres que sirvan para sembrar la vida y para aumentar la felicidad y el buen vivir. En este tiempo decembrino hay ocasión para reflexionar y comenzar a alejar las armas como símbolo e instrumento de la guerra, del militarismo, de la violencia y la agresividad, que tantos males causan en nuestro medio. Felices fiestas en paz.