A las dos en punto dijo que iba a venir, a las 2 en punto aparecieron las cuatro camionetas. La flota se desplegó por el lugar. Son las afueras de Conejo, La Guajira, un territorio que el Comandante Joaquín Gómez conoce bastante bien. El hombre que construyó junto a Fabián Ramírez el Bloque Sur de las FARC ha llegado a cerrar un evento con reinsertados. Jamás una bala lo ha rozado.
Es precavido. Sólo hasta que sus escoltas, con metralletas en mano, han formado un cuadrante, se baja de la Toyota en la que está. Un pantalón azul, perfectamente planchado, contrasta con su camisa de delicado lino. A sus 75 años luce cansado. Se acerca al improvisado kiosko donde se da el cierre del evento. Unos ex milicianos se le acercan con cuidado y casi veneración a darle la mano. Unas exguerrilleras se le acercan a abrazarlo. Con resquemor la recibe. Hace sol, por supuesto. Las guerrilleras sentadas en círculo, le gritan coquetas
-Comandante, hágase acá que no pellizcamos.
Con sorna, Joaquín Gómez contesta
-Ustedes no, pero desde el monte si me pueden pellizcar.
Joaquín está nervioso. En julio del 2022 al ex jefe de las FARC Ramiro Durán, lo mataron en la zona de reserva campesina de Palomino en el Huila. Sabe que hay heridas, como la de la guerra, que no se cierran tan fácil. Joaquín se pone detrás de una pared. Con el dedo llama a uno de sus hombres. Le pide un termo, se lo da. Se quita sus lentes dorados, con figuras de jaguar, para limpiarse el sudor. Hace calor. Ahora parece un profesor retirado y no uno de los hombres más fuertes del secretariado de las FARC.
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A comienzos de los setenta Joaquín Gómez formaba parte de las Juventudes Comunista de la Guajira. Uno a uno a sus compañeros los fueron matando. Se ganó una beca para ir a estudiar ingeniería Agrícola en Moscú. Duró seis años. Con diploma soviético regresó al país. Se ganó un concurso para ser profesor de la Universidad de La Amazonia. Se radicó en Florencia, Caquetá, justo en el momento en el que las FARC desplegaba sus alas.
En 1982, acosado por las amenazas, se enroló en esa guerrilla. En el Frente Primero, que se movía por Guaviare y Vichada, se destacó como un ideólogo potente. La guerra, sin embargo, lo fue poniendo en el lugar que le correspondería: ser un eficaz y temido estratega político. El país supo de él en 1998, cuando fue el intermediario de las FARC en la liberación de los soldados secuestrados en la toma de las Delicias, en Cartagena del Chairá.
Dos años después, durante los fallidos diálogos de paz de San Vicente del Caguán, fue una de las voces que más duro sonó. Sus entrevistas con Jaime Garzón fueron legendarias. Fue uno de los artífices de los diálogos de esta guerrilla con el gobierno Pastrana.
Con desconfianza Joaquín Gómez me ve acercarme. Le pregunto que está leyendo. Susurrando, para no interrumpir a una de las excombatientes que está hablando sobre periodismo ciudadano, me responde
-La vida es muy cortica para leer a escritores vivos. Siempre hay que volver a Chejov. Aunque ahora estoy de nuevo con Camus.
Me lo dice sin hablarme. Pelo completamente cano. Movimientos lentos que se van agilizando apenas va ganando confianza. La desconfianza es justamente lo que lo ha mantenido vivo y que le permitió ganar notoriedad dentro de las FARC.
En el 2003, después de la muerte de Efraín Guzman, uno de los miembros del secretariado, ingresó a la cúpula de las FARC. Ya había explotado la burbuja de los diálogos con el gobierno de Andrés Pastrana. El último secretariado que incluía al creador de esa guerrilla fue este y estaba compuesto, además de Manuel Marulanda, por Alfonso Cano, Jorge Briceño (Mono Jojoy), Timoleón Jiménez; Iván Ríos, Raúl Reyes e Iván Márquez. Como suplentes se designó a Joaquín Gómez y a Mauricio, conocido como el Médico. En el mismo pleno se definió que el Estado Mayor Central pasara de 22 a 31 miembros.
Con el correr de los tintos Joaquin Gómez abandona su gesto adusto. Es un tipo con un sentido del humor negro, que en cualquier momento puede soltar una risotada. Antes de que se concretaran los diálogos de paz con las FARC pesaban sobre él 55 órdenes de captura y 22 medidas de aseguramiento en Colombia. Sus crímenes podrían sumar 330 años de cárcel.
Hasta hace unos años Estados Unidos ofrecía una recompensa por él de 2.5 millones de dólares. Joaquín Gómez sigue siendo respetado dentro de la guerrillerada, algo que ya no sucede con Rodrigo Londoño y los otros firmantes. A finales del 2016 cuando se abrieron las cien casas donde igual cantidad de excombatientes se fueron a vivir, Joaquín quiso vivir en una de ellas. La adecuó acorde con su jerarquía, era un kiosko de dos pisos y techo de paja.
-Dejé de vivir ahí porque quedaba cerca al monte y me daba miedo que se metiera un francotirador.
Desde que depuso las armas el comandante Joaquín Gómez ha desaparecido del foco mediático. Quiere ser una especie de guerrillero invisible. Que todos olviden su nombre. Quiere dormir tranquilo y ayudar. En este momento, por ejemplo, es el mediador entre el sangriento conflicto en el que están cruzados dos etnias Wayuu. Por intermedio de un palabrero Joaquín Gómez se metió de árbitro.
-Ya se están dejando de matar- me dice con satisfacción.
Joaquín en los últimos años se enamoró de Vianeth, una guerrillera 50 años menor que él con quien tiene una hija de cinco años. Vianeth vive en una de las casitas de Pondores. Joaquín sigue siendo para los hombres asentados en La Guajira un mito, uno de los últimos guerrilleros coherentes. Mientras sienten desprecio por Rodrigo Londoño y Alape, sumergidos en el frenesí de Bogotá, el comandante Joaco sigue estando cercano a sus hombres. No concibe la vida sin eso.
Al comandante se le ha hecho tarde conversando. Deja un helado a medio comenzar en su mesa y sus hombres vuelven a decirle que se suba a la camioneta. Irá a su casa en Barrancas, el pueblo donde nació en 1947, la casa que comparte con una de las hermanas de 'Kiko' Gómez, el exgobernador de La Guajira condenado a 50 años de cárcel.
El comandante Joaco es lo más parecido a una estrella de rock que han visto los hombres de las FARC concentrados en Conejo.