El diario español El País publicó recientemente un informe de Médicos Sin Fronteras, MSF, en el que la organización presenta, sin preámbulos ni barniz, la manera en que la industria farmacéutica se enriquece traficando con la salud y la vida humanas.
Según el informe, vacunar a un niño en un país pobre cuesta hoy 68 veces más que en el 2001. En ese año se vacunaba para proteger contra seis enfermedades y costaba 0.57 euros, $1517, hoy se protege contra 12 enfermedades y cuesta 39.25 euros, $104.435, cantidad impagable para poblaciones que malviven con menos de un dólar al día. Esta multiplicación, dice Kate Elder, asesora de políticas de vacunas de MSF, se debe a “la avaricia de las grandes farmacéuticas”.
Desde la otra orilla, la británica GlaxoSmithKline, GSK, y las norteamericanas Pfizer y Merck, MSD, aseguran que el aumento del precio se debe a la introducción de nuevas vacunas contra el neumococo, el rotavirus y el virus del papiloma humano. Los precios de estas nuevas vacunas son controlados –monopolizados– por estas tres compañías, con el argumento de que deben recuperar los altos costos de su inversión en investigación y desarrollo, pero este dinero, dice Kate Elder, ya lo han recuperado con creces.
Muchos países se encuentran ahora en la coyuntura de “tener que elegir la enfermedad por la que morirán sus niños”, dice Elder, al no poder pagar todas las vacunas. “La Alianza GAVI —que agrupa a gobiernos, fabricantes de vacunas, ONG y la Fundación Bill & Melinda Gates para fomentar la vacunación en todo el mundo— ha abaratado las vacunas en los países más pobres, pero más de una cuarta parte de las naciones perderán apoyo de la organización a partir del año que viene. Sin la ayuda de GAVI, Angola e Indonesia pagarán un 1.500% más por las nuevas vacunas; Congo, un 800% más; Bolivia, un 700% más; y Honduras, un 300% más, según MSF.” lo cual significa, en términos simples, que miles de niños morirán en el futuro sin que representen en los balances de la industria algo más que la pérdida de algunos clientes potenciales. Como están las cosas no es previsible que realicen alguna acción para evitar estas muertes, tan anunciadas como evitables.
Es cierto que producir vacunas es un proceso complejo y lento, que demanda altas inversiones y mano de obra altamente cualificada, pero no por eso debería convertirse en uno de los negocios más lucrativos del mundo. ¿Dónde quedan la responsabilidad social y la solidaridad?
Es posible hacer ciencia con conciencia, en Colombia Manuel Elkin Patarroyo lo hace casi sin recursos, ante la indiferencia de las autoridades encargadas de la salud y bajo el acoso permanente de quienes alegando “la defensa de los recursos y del ambiente” facilitan la labor explotadora de las farmacéuticas.
Las vacunas sintéticas son mucho más baratas, fáciles de producir y conservar que las biológicas de GSK, Pfizer y Merck. Es un terreno en el que el país ha avanzado más que ninguno otro en el mundo. Hacia ese campo de investigación deben dirigirse buena parte de los recursos que el país destina hoy a comprar, a precios exagerados, vacunas y medicamentos que podrían producirse en poco tiempo en el país, para beneficio de la humanidad entera.
Tenemos el conocimiento y mano de obra de primerísima calidad, faltan la humanidad, la voluntad política y la sensibilidad suficientes para anteponer la vida, aún la de quienes no tienen con que pagar, a los negocios e intereses de quienes se han hecho multibillonarios con la enfermedad.