Qué tristeza se siente cuando con el correr de los días y el paso de los acontecimientos nos vamos dando cuenta de que van desapareciendo no solo las palabras, sino los conceptos y las formas de ser y de actuar de las personas. Todos nos vamos sumiendo en un letargo cómplice de lo que pudo haber sido y no fue; o, mejor, en lo que tiene que ser y no es, porque hasta por decreto nos lo van arrebatando de nuestras conductas ciudadanas.
Hay una serie de términos que a los “progres” les producen escozor, puesto que no solo desconocen su significado, sino que en ellos se definen precisamente formas de ser y de actuar que no son capaces de asumir o no les convienen.
Uno de ellos es la honorabilidad. Cuando un conglomerado social, pueblo o nación la pierde o la desprecia, la ordinariez y la ramplonería ocupan su lugar. Todo se transforma en un desmadre, donde se pierde hasta la dignidad; otra palabra y condición que se desprecia, aunque se utiliza bien con oscuros fines politiqueros.
Sabemos que la honorabilidad es aquella cualidad moral que lleva a los seres humanos al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo. También la reconocemos como la gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas, grupos sociales y acciones mismas de quien se la granjea.
Y es aquí hasta donde la misma disrrupción no cabe, pues es una perogrullada que como nación debemos exigir a todos nuestros representantes los mismos valores, independientemente de la línea política de donde provengan.
Y no es que estemos hablando con añoranza “de qué tiempos aquellos". No. La honorabilidad es esa condición humana o cualidad que permanece en el tiempo, pues quienes la comportan y son destacados porque presuntamente la poseen no pueden ser inferiores a dignificarla más y más con sus formas de ser y de actuar.
La honorabilidad como cualidad moral y como concepto ideológico está instaurada en nuestras relaciones sociales, que justifica conductas y explica relaciones con los demás. Muy vinculado al honor y a la honorabilidad está la honestidad, como valor de auténtica honorabilidad. Así mismo, la dignidad, otro valor intrínseco a la condición humana, que dentro de la racionalidad resalta el estatus personal.
Estos conceptos siempre han estado ligados a una valoración que la razón, individual o social, hace de las personas y los hechos, hasta el punto de que un principio consuetudinario acuñado dice que “la honorabilidad se presupone”, con lo cual hay que deducir que solo se destruye, como la buena fe, con la demostración de los hechos reprochables.
Y es necesario hacer estas reflexiones por pura necesidad de objetividad, que es lo que pretendemos lograr, frente a tanta intoxicación de mensajes, noticias, discursos y demás, que quieren distraernos de lo cierto, de la verdad, ¡si es que existe! No en vano estamos en la época de la posverdad.
Plantear este tipo de reflexiones se me hace de imperiosa necesidad, pues son las que tienen que fundamentar el control social y político que estamos llamados a ejercer como verdadera fuerza de la democracia, y que como ciudadanos que decidimos, debemos demandar, controlar y fiscalizar. Sí, debemos exigir que aquellos valores que como sociedad nos autoimponemos, se cumplan por todos.
Creo que aquí está la clave y la dificultad a su vez, debemos exigir a todos nuestros representantes los mismos valores, independientemente de la línea política de donde provengan, porque nuestros valores universales, entre los que está la honorabilidad, son exigibles a cualquier persona.
De cualquier manera, los valores humanos de la honorabilidad, la honestidad y la dignidad deberán formar parte de los incondicionales que transmitamos a las futuras generaciones.
Aquellas expresiones de “Honorable Señor Presidente”, “Honorable Senador”, “Honorable Magistrado” con mayúscula y todo no solo vienen desapareciendo del léxico común y corriente, sino hasta de los mismos lenguajes protocolarios, porque su no uso en la actualidad está ligado a las incomodidades que genera tanto en el que lo expresaría, pues la honorabilidad no se ve por ninguna parte, así como para quien en su defecto recibiría dicho tratamiento, por simple substracción de materia.