Las declaraciones de la Ministra en el sentido de que el país debía acabar de una vez por todas con la explotación y la exploración petrolera desató una rechifla general que pide al unísono su cabeza. La acusan de haber desencadenado el pánico financiero, la huida de capitales y la disparada del dólar.
Contrasta esta rabiosa gritería con el silencio atronador que los mismos que ahora gritan guardaron frente al cierra de la frontera con Venezuela durante los cuatro años del gobierno Duque. Repasemos las cifras: según la Cámara de Comercio Colombo-Venezolana, el intercambio comercial entre Colombia y Venezuela se redujo durante ese periodo en un 82%, pasando de 1330 a tan solo 240 millones de dólares. ¡Vaya burrada!
Sin embargo, nadie dijo ni mu. Ninguno de los avezados hombres de negocio —capitalistas redomados— que hoy piden la cabeza de la ministra, protestó. Aunque el empobrecimiento generalizado de la población y la crisis social que se desató en la región a consecuencia de semejante torpeza amerita como mínimo un juicio de responsabilidades.
La ministra —que tuvo la suerte de encarnar en cuerpo de mujer— ofrece un flanco particularmente débil (y apetitoso) para la hambrienta jauría de la oposición y los intereses que representa. La silbatina misógina y machista intenta acallar la alarma que quiere hacer sonar la ministra, así como su llamado a cambiar de rumbo. Pero Colombia debería escuchar el llamado de urgencia.
El panorama no podría ser más aterrador: un aumento prácticamente asegurado de 2° grados de temperatura para los próximos 30 a 40 años, lo cual ya constituye una catástrofe. Y si las cosas no cambian, si seguimos business as usual como venimos, estaríamos hablando de 4° o 5°. Sencillamente apocalíptico. ¿Será que los mecanismos de refrigeración de las 235 centrales nucleares alrededor del mundo aguantan semejantes temperaturas?
Los próximos veinte años prometen ser particularmente difíciles. El cambio climático es un claro multiplicador de conflictos. El colapso ambiental se verá acompañado de un colapso social. Además de los mega-huracanes, mega-incendios, mega-inundaciones, mega-sequías y de las hambrunas que ya empezamos a ver por todas partes, veremos una dislocación social sin precedentes.
El país debería atender el llamado de la ministra y entender que los ataques de los cuales ha sido objeto hacen parte de un amplio repertorio de prácticas y maniobras de acoso y amordazamiento que los intereses detrás de los combustibles fósiles vienen implementando cada vez más desde la Cumbre Climática del 2009 en Copenhague, donde quedo claro que el cambio climático estaba ocurriendo mucho más rápido de lo esperado, que ya no podríamos detenerlo y que sería necesario implementar planes para adaptarnos.
Desde entonces, la cobertura en los medios relativa al cambio climático ha mermado en un 60%. Los fondos para la investigación también han sido recortados, mientras las compañías petroleras financian el negacionismo, las campañas de difamación y despidos.
Colombia debe tomar cartas en el asunto y no esperar nada de las Cumbres Climáticas. En las 27 cumbres que se han realizado desde Estocolmo 1972, no se ha logrado implementar un solo acuerdo mancomunadamente.
Hay quienes aseguran que los intereses petroleros se han tomado por completo estos escenarios, transformándolos en un circo itinerante que año a año monta su carpa en una ciudad diferente del mundo, para hacernos creer que en realidad están haciendo algo. En nuestro país, estos intereses son particularmente agresivos: una tercera parte de los ambientalistas asesinados en el mundo el año pasado fueron asesinados en el territorio nacional. Por increíble que parezca, lo de la moción de censura a la Ministra es solo una versión algo más soft.