“El día que nosotros seamos Gobierno no le diremos a usted, ni a los que son como usted, que sobran, les tenderemos la mano”, esa replica de Petro al senador Carlos Felipe Mejía cada vez cobra más sentido. En pocas semanas el presidente disipó el temor infundado por el ala más radical del uribismo que aseguraba que en su gobierno se iniciaría una cruzada para acabarlos.
Solo bastaron cuatro gestos para echar por el suelo esa inquina: la reunión con Uribe; el encuentro con María Fernanda Cabal; la suscripción del acuerdo de compra de tierras con Fedegan; y la integración de su presidente, José Félix Lafaurie, en la delegación negociadora.
Aunque la invitación a Lafaurie "no se vio venir" y desde algunos sectores es vista con reserva, pues el ala más radical del petrismo no baja a Fedegan de "brazo empresarial del paramilitarismo", la realidad es que Lafaurie sí es el hombre más indicado para representar los intereses del uribismo y los grandes terratenientes en la mesa de negociación.
No solo porque conoce como pocos -desde su mirada gremial e intereses específicos- la estructura agraria del país, sino por su condición de doctrinante uribista flexible y moderadamente pragmático.
Solo hay que recordar que en el ala más extrema del uribismo el ELN solo es percibido como un grupo de narcotraficantes y asesinos, para el que solo cabe el sometimiento o el exterminio.
Al aceptar integrar la delegación Lafaurie se distancia de ese extremo y le otorga cierto reconocimiento político al ELN –algo que podría acentuar o desechar durante la negociación–. No vería a María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Ernesto Macías o Carlos Felipe Mejía en ese rol.
Pero entrando en el terreno de la pura especulación, creería que el rol de Lafaurie no será similar a que jugó Luis Carlos Villegas –otro líder gremial– durante el proceso de negociación con las Farc-Ep, pues Lafaurie no será el "hombre de confianza del presidente" y su rol como vocero del uribismo estará más condicionado, en un primer momento, a la observación participante y a marcar línea en asuntos de su competencia, con la particularidad de que la negociación con el ELN –atravesada por una agenda maximalista– parece que no tendrá la naturaleza tan estrictamente rural que si tuvo el proceso de negociación con las Farc-Ep.
Ya saliendo del terreno de la especulación, sí estoy seguro que la movida de Petro tiene dos intenciones muy claras; en la primera, incluir al uribismo evita que el proceso caiga en una espiral de polarización y se enturbie ante la opinión pública; en la segunda, no comete el error en el que si cayó Santos: excluir a un sector del país y pretender que desarmando a las Farc-Ep sellaría el sepulcro político del uribismo.
Santos se equivocó y la pagó muy caro. Con la debacle del plebiscito y una sombra de ilegitimidad que sigue persiguiendo el Acuerdo de Paz.
Tampoco me sorprende que Petro le tienda la mano al uribismo. Desde la campaña venía anunciado que cualquier negociación sobre la reforma rural sí o sí tendría que incluir a Uribe, así que, como bien lo dijo recientemente el mismo Uribe, "Petro ha sido coherente".
Ya si el papel de Lafaurie en la mesa será disonante o si acaso lo utilizará para sabotear una de las principales banderas del gobierno, es algo que se verá con el tiempo y ante lo cual la misma opinión pública deberá estar atenta.
Lo que si queda claro es que ante cualquier esfuerzo de paz el uribismo no sobra.
No sobra porque su historia se encuentra atada a la persistencia del conflicto armado; no sobra porque representa un sector social y económico con mucho poder en la Colombia profunda; no sobra porque excluirlos seria incubar una semilla de resentimiento y polarización.
No sobra porque como le dijo el entonces senador Petro a Carlos Felipe Mejía, una mayoría política no se debe instrumentalizar para aniquilar a una minoría, para hacerlos sentir menos y que no tienen espacio en el país. Algo que Uribe siendo presidente nunca entendió.
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