“No juzguen sin leer”, la columna de Cecilia López en esta misma revista fue lo que me decidió finalmente a realizar esta nota. Ella hace un llamado a los lectores para que lean los textos completos —y diría yo, a comprenderlos a cabalidad— antes de venirse lanza en ristre contra el escritor en sus comentarios. Venía gestándose mi columna tiempo atrás en un acto de reflexión de “para qué” me siento semanalmente a plasmar pensamientos, emociones, anécdotas y observaciones de la vida.
También fue detonante para su escritura la opinión que plasmé en “El lápiz sí es un arma letal” (13 enero 2015) a raíz de los sucesos en Francia (Charlie Hebdo) y las reacciones que ha producido mi escrito en redes sociales, privadas y en la revista. Aplausos e insultos no se han hecho esperar. Veamos entonces para qué escribimos quienes tenemos este hábito.
Escribimos —con frecuencia sin saberlo y menos reconocerlo— para convencernos a nosotros mismos de aquello que estamos plasmando en el bello lienzo que usamos, nacido del papiro, la piedra o la arcilla. Escribimos creyendo que es para los otros, sin darnos cuenta que es para reforzar nuestras creencias y para dibujar con palabras nuestros sentimientos y emociones, así como hacen con su arte el músico o el pintor. Escribimos para nosotros. “Vendo mi vida, cambio mi vida de todos modos, la llevo perdida…” de León de Greiff, es un bello ejemplo del alma del maestro plasmada en las letras. Allí nos recreamos en nuestra propia obra. Por eso, también entregamos al mundo un pedazo tangible de nosotros.
Escribimos también para resonar con pensamientos sincrónicos. Escribimos para hacer crecer la masa crítica de una idea, de un sueño, de un objetivo común. Se convierte en la parte de nosotros que quiere salvar el mundo o transformarlo al menos. Vienen los escritos de denuncia, crítica, los que incluso enjuician y que despiertan pasiones escondidas. Suceden los escritos motivantes, los que dan rumbo, los que alegran. Escribimos para ser parte de la humanidad. Nos gusta que estén de acuerdo. Aprendemos a recibir los guarapazos, “Lo bueno de no tener a Falcao en la selección” creó polaridad, si aprendemos.
Escribimos como aporte a la construcción del mundo, lo hacemos con aciertos y yerros. Caigo en cuenta que son las mismas razones, los mismos “para qué” que permean al lector. No somos para nada distantes escritores y lectores, finalmente nos une una misma pasión. Por tanto, los invito a transpolar las razones para escribir como las mismas razones que tiene usted para leer y me uno nuevamente a la invitación de realizar una lectura con profundidad, con deseo de aprendizaje, con apertura.
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