Nuestra niñez, especialmente para quienes nacimos en el campo, está llena de historias de espantos, de duendes, y claro, de brujas. Sobre todo en jalouin.
Aún recuerdo cuando alguno de los hombres que trabajaba en la finca, luego de la comida, mientras la lámpara a gasolina se esforzaba por iluminar las obscuras noches del campo, él encendía un cigarrillo y empezaba a contar historias — que para ese momento— eran de terror para nuestras almas infantiles.
Entonces, luego de lanzar dos bocanadas de humo, el hombre se dedicaba a narrar la historia de “La llorona”. Era, según el cuentista, una mujer de aspecto horrible, mal vestida que, daba alaridos llamando a su hijo.
Cuando el contador de la historia lo veía a uno asustado, y para que nuestro corazón no tuviera descanso en el palpitar desaforado, él decía: “pero eso no es nada como la historia de “La pata sola”.
Y engarzaba, con habilidad de tejedor de palabras, la fábula, esta vez, de una mujer bellísima que vive en lo profundo de los montes. Y narraba que al hombre que le cogía la noche en esos caminos del Señor, -contaba- la mujer lo llamaba para enamorarlo y cuando el incauto aceptaba sus requiebros, la atractiva dama se convertía en una horrible señora con ojos de fuego y boca de enormes colmillos.
Y mientras más asustado se sentía uno más historias quería escuchar… y que se olviden que a la hora de ir al baño uno iba solo… ni por el chiras… si no lo acompañaban más bien ni pensar en hacer caso a la orden de: “orina y se acuesta”.
Hoy ya no hay espacio para esas historias. En las fincas hay televisor que reúne a todos en torno al aparato y borró de las mentes y los labios de los trabajadores esas historias que caminaron de generación en generación hasta diluirse en esta modernidad que nos atropella con sus artilugios para el entretenimiento.
Hoy, los comerciantes celebran el famoso Halloween o día de las brujas, que para limpiarlo un poco de esos orígenes extranjeros, aquí se le llaman “el día de los niños”. Una práctica que viene de los celtas y los druidas, “quienes creían en la inmortalidad del alma y aseguraban que esta al morir ocupaba el cuerpo de otra persona, pero que el 31 de octubre volvía a su antiguo hogar para pedir comida a quien antes la poseía, y estos estaban obligados a aprovisionarla de lo que ella pidiera”.
Con el pasar del tiempo los irlandeses que emigraron a Estados Unidos llevaron estas prácticas y de allí salió a caminar por el resto del planeta como una gran fiesta.
Hoy los niños salen disfrazados y van de puerta en puerta a gritar ''trick or treat'' (broma o regalo) Halloween, quiero dulces para mí”.
En el fondo, la celebración lo que buscaba era acercar el mundo de los vivos y los muertos, pero los “vivos” modernos han convertido este día, 31 de octubre, en un gran negocio para vender montones de disfraces y de dulces.