Mientras que James Rodríguez no hace otra cosa que decepcionar, Linda Caicedo es la mujer de la que todos hablan.
Siempre me he preguntado si las personas llamadas Inocencio, Modesto o Pura, por ejemplo, hacen honor al significado del patronímico que los identifica, es decir, si verdaderamente son inocentes, modestas o puras.
En cambio, no puedo predicar parecido planteamiento al referirme a la hermosa y talentosa jugadora de fútbol que, bautizada como Linda, la providencia acertó cuando al verla moverse por las canchas con la estética y elegancia, como igualmente lo hacia el gran Beckenbaue, no otro nombre, calificativo o identidad podría salir de su imaginario para retratarla.
Parece una modelo luciéndose en la verde pasarela, donde la belleza que la acompaña va más allá de los estadios, no se genera en sus pies, ni en el balón, ni en el fútbol mismo, sus cualidades tienen la impronta de otras categorías especiales que salen a flote después de danzar sobre el césped hasta encontrase con el gol, que ni siquiera con tamaña conquista, acompañada de una fuerte emoción, se desarregla perdiendo la firmeza, porque en ella su naturaleza es ser linda, poniéndose por encima de los halagos circunstanciales que recibe después de cada contienda.
Observémosla cuando los periodistas la abordan al final de cada disputa, con cuanto aplomo, precisión y serenidad va respondiendo las preguntas con una ausencia total de patrioterismo muy dado a despertarse por los narradores que nos hacen llorar y hasta sentirse orgullosos de pertenecer a la patria que nos tocó, aunque los títulos se aplacen indefinidamente, pero dejándonos intacta la esperanza que nos mantenga viva la ilusión de que algún día los tataranietos del PIBE o de James Rodríguez levantaran la copa del mundo.
Ni las lucen del espectáculo, ni toda la parafernalia de locutores, periodistas y dirigentes consiguen turbar la compostura de su rostro juvenil que parece hacerle el quite a todos con gambetas, cabriolas u otros adornos con los cuales también sorprende a sus rivales siempre con esa ternura de niña que no la abandona, mostrando la madurez con que nos enseña su edad mental, muy por encima de la cronológica.
Linda Caicedo es ya más que un nombre. Es una personalidad negada al estímulo adulador y oportunista de quienes se mueven en el mercado del fútbol y que necesitan de estas excepcionales figuras para que tan apasionante deporte siga despertando tantos delirio o arrebato hasta tocar los límites del fanatismo.
Perteneciendo esta adolescente a la selección Colombia sub 17, sub 20 y de mayores, privilegio que solo alcanzan los virtuosos que se entregan con destreza, sabiduría y repentismo para resolver con el balón hasta brindarnos con sus figuras, el éxtasis del gol, así mismo hace gala de una inteligencia cuando no solo se queda masticando los sabores de unos instantes de gloria que los periodista, en más de las veces inflan, si no que se convierte en ejemplo para otros jóvenes dada la solvencia que se le asoma a esta mujer en el carácter, discreción y madurez con que asimila cada conquista haciéndola distinta y más bonita si a ello le sumamos la sencillez y humildad como administra la fama que le seguirá creciendo, sin que cambie tan singular forma de hacerse grande, a pesar del menudo cuerpo que revela solo aumentado por los reflectores de los estadios, las pantallas de la televisión y la fértil imaginación de los narradores.
En manos de las mujeres, vale decir, en sus pies, en sus cabezas y en todo lo que representan como las deportistas de alto rendimiento que son, más temprano que tarde, y lideradas por Linda Caicedo, la posibilidad de abrazar muchos títulos no está muy lejana. Entonces, le darán una lección de orden, capacidad y disciplina a la selección masculina y a los dirigentes, cuando todas las lindas se conviertan en las nuevas campeonas mundiales del deporte que más multitudes mueve en el mundo.
Para algo muy distinto cuando las cosas están en manos, o en los pies, de los hombres. Basta con ver jugar a James Rodríguez.