Es fácil imaginar a Andrés Felipe Ballesteros de pie en un gigante patio infernal apeñuscado junto a unos 1800 presos, bajo el yugo de un sol castigador que calienta la tierra de Tanzania a más 40 grados, contando cada uno de los segundos del día que faltan para quedar en libertad.
También es fácil imaginarlo con los ojos entreabiertos para que el cansancio de los párpados no duela más de lo que se puede soportar, acostado en colchonetas tan delgadas que más parecen cartones desgastados, restándole también minutos a las largas noches que le quedan en la cárcel de Keko, una prisión de condiciones infrahumanas a donde está detenido injustamente desde agosto de 2004 —como dicen las películas– por un delito que no cometió.
El infierno de Andrés está a punto de terminar después de ocho años privado de la libertad. La pelea de su familia, en cabeza de su hermano Juan Carlos Ballesteros, sumada a la visibilización del periodista y tuitero Andrés Felipe Giraldo hicieron eco en secretario Jurídico de la presidencia Vladimir Fernández, quien se apersonó del caso. En tan solo dos meses los movimientos de Fernández con los Ministerios de Justicia, Relaciones Exteriores y la Embajada de Colombia en Kenia (África), lograron un acuerdo entre ambos países para sacar a Ballesteros de la cárcel, pagando una multa de $120 millones que se consiguieron a través de una recolecta bancaria.
La amarga historia de Andrés Felipe Ballesteros inició en agosto de 2014, una semana después de su cumpleaños 28. Como buen trotamundos, amante de las playas, quiso festejarlo haciendo uno de los viajes más soñados: conocer el mar de Tanzania oriente africano.
Andrés aterrizó con mochila al hombro en Dar es-Salam, que en español traduce Remanso de paz, una de las ciudades más importantes de Tanzania. Cuando cruzó los controles migratorios del aeropuerto los agentes lo señalaron. Lo obligaron a entrar a una habitación pequeña y oscura. Los policías le hablaban y le gritaban en suajili, el idioma local que solo ellos entienden. En ese momento Andrés Felipe no lo sabía, pero los policías lo estaban culpando de entrar cocaína a Tanzania. No supo y aún no sabe, si la supuesta droga estaba en su maleta o en su ropa. Tampoco supo qué cantidad era la que le acusaban de llevar encima. Lo único que él sabía era que nunca empacó droga y que no llevaba droga consigo.
El caleño Andrés Felipe, con una hija de 12 años y otra de tan solo cuatro meses de nacida, nunca conoció los detalles de la acusación en su contra. Horas más tarde fue sacado a empujones del aeropuerto, subido a una patrulla y metido en la que puede ser, según lo que ha constado el mismo Andrés Felipe, la peor cárcel del mundo.
Keko es el infierno para cualquier preso. Los derechos humanos en esta cárcel no existen y cada día vivido allí es el acercamiento a la muerte. El alimento de la penitenciaría para sus reos es un té y una tostada. Andrés come porque su familia le paga a una señora de Tanzania que le lleva los alimentos.
En 2019 hubo una luz para la liberación de Andrés Felipe. El juzgado lo absolvió de los delitos. En su momento la fiscalía levantó los cargos por las evidentes inconsistencias del caso. Los informes policiales nunca coincidieron con la droga que supuestamente Andrés Felipe había ingresado a Tanzania. Pero la ilusión duró solo unos minutos. En el mismo juzgado la policía lo volvió a capturar por orden de la fiscalía para supuestamente revisar su caso y Andrés Felipe volvió a parar a la cárcel. El proceso comenzó de nuevo como si los cinco años preso solo hubiesen desaparecido en el tiempo.
Al parecer, después de la intervención del nuevo gobierno, falta poco para que Andrés Felipe Ballesteros vuelva a Colombia. Si todas las cosas salen bien, en menos de una semana llegará al aeropuerto de Bogotá en un vuelo procedente de Tanzania que durará más de 20 horas.
Familiares, amigos, conocidos y unos cuantos que han conocido su historia fueron quienes se solidarizaron con la causa y reunieron los 120 millones de pesos, que exige la fiscalía de Tanzania para dejarlo libre.
Andrés Felipe Ballesteros hoy tiene 36 años. Sus hijas ya tienen 18 y ocho. Y no es difícil imaginar al caleño, apresado injustamente durante ocho años, seguir contando los minutos, como lo ha hecho desde el momento en que puso sus pies en la cárcel de Keko, para acabar con la pesadilla en la que se convirtió el sueño de conocer un paraíso que terminó siendo su peor infierno.