Boyhood, la ganadora de los globos de oro, pasó sin pena ni gloria por Colombia

Boyhood, la ganadora de los globos de oro, pasó sin pena ni gloria por Colombia

12 años duró Richard Linklater rodando esta obra maestra ganadora de tres Globos de oro, incluídos mejor película y mejor director. En Colombia duró apenas una semana y los críticos la ignoraron.

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enero 13, 2015
Boyhood, la ganadora de los globos de oro, pasó sin pena ni gloria por Colombia

Abres los ojos, es de día, te levantas de la cama y no recuerdas el nombre de la chica que duerme a tu lado. En el suelo un montón de colillas  y de  botellas vacías de marcas extrañas te van marcando el camino al baño. Con lo que ha quedado de la noche anterior preparas un café mientras escuchas por enésima vez al Indio Solari cantar El salmón. Te sientas en el patio, los tulipanes en flor y las burusitas de la primavera se apelotonan en el aire con los recuerdos.

Entonces vuelves a ser ese chico que alguna vez hacía garabatos con aerosol en paredes abandonadas. Estás triste, tu madre va a vender la casa en donde has pasado tus seis años de vida. Los trastes están subidos en un camión y ahora tienes que borrar el paisaje que alguna vez papi hizo en tu cuarto y todas esas marcas que dejó en la pared tu continuo crecimiento. Paul llama para despedirse, pero tu hermana mayor es una bruja de ocho años a la que le encanta amargarte el rato.

Para tu madre es sólo una mudanza, para ti es la destrucción de un mundo. Chao gnomo de jardín, hasta nunca tapetico de entrada, te pensaré siempre roble frondoso. El carro se aleja y aunque mami diga que no hay que volver la mirada atrás lo haces y al ver los árboles de la cuadra, los chicos andando en bicicleta, los mendigos durmiendo en la plaza, sabes que ese recuerdo quedará para siempre estampillado en la memoria.

Vives con tu abuela en Houston, hacinado en un cuarto con mamá y tu hermana. Papá viene a verte una vez al mes, tiene un Corvette negro, fuma marihuana y no le gusta el trabajo. Mamá creía que era un idealista, ahora piensa, como la abuela, que es sólo un vago. Estar con Papá es bueno, no le gusta que las tropas hayan invadido Irak y todos los lugares a los que te lleva son mágicos.

Creces y sigues mudándote como un gitano. Son tantos los lugares de Texas en los que has estado. Los niños pagando las malas decisiones de los padres. Mamá ahora va a la universidad y ha conocido a un profesor. Es bueno vivir en su casa, caminar por el espacioso corredor, bañarse en su piscina. Al principio todo va bien, pero a él le gusta el vodka con Sprite y tiene mal carácter cuando bebe. Grita y parte cosas. Creo que le pega a mamá. Una tarde cualquiera nos sacó de la casa con lo que llevábamos encima y otra vez quedaba un reguero de cosas tiradas atrás nuestro mientras nosotros nos alejábamos en un auto. Volví a mirar el pasado. Era muy duro volver a empezar.

Pero siempre nos levantamos y volvíamos a sonreír y las caras amigables nunca dejaron de pasar por tu vida y te haces adolescente y te gustan Coldplay y the Stooges y empiezas a tomar las primeras fotos, pruebas la marihuana, te metes la primera pepa, besas a la primera chica, vas a tu primer concierto, surgen las primeras dudas, sale el primer acné, te duelen los huesos y la conciencia y así los demás no lo noten estás creciendo. Y un día cualquiera esa chica que tanto amaste te dejó por el rudo y apuesto capitán del equipo de fútbol  y sabes que aunque no vas a morir el dolor no se va a ir con agua y jabón. Dejas la casa y mamá ya no es esa rubia esplendorosa que se parecía tanto a Rossana Arquette y papá ha dejado de ser el músico rebelde con cara de Ethan Hawke que se sollaba las tardes  escuchando a Led Zepellin, para convertirse en uno de esos tantos hombres de Texas que van muy bien vestidos a la iglesia mientras la hija de un predicador los mantiene. Es más, ha cambiado el Corvette negro por  una furgoneta muy espaciosa y clara en donde cabrán todos los nietos del pastor de almas.

Y ahora, en la última mudanza, te vas tú sólo, con esa caja y esos libros viejos y la cámara por donde miras el mundo. Mamá llora y se siente un poco fracasada aunque sus dos hijos ya estén en la universidad. Compartes la habitación con ese chico que se parece tanto a ti y con dos muchachas más van a un lugar desértico, bastante parecido a los escenarios de los western de John Wayne que tanto le gustaban a papá. Te comes un pedacito de Hoffman y mientras los otros aúllan como lobos tu te quedas con esta chica en silencio, mirándola sin que ella lo note, sometidos a la placentera tortura de los momentos que anteceden al primer beso.

Si, a esta altura ya deben saber que Linklater demoró 12 años construyendo esta película, viviéndola con sus personajes, creciendo con ellos, filmando durante un mes cada año hasta construir este basto retrato de la adolescencia. Por eso no sabemos si lo que vemos ahí es la infancia de un chico en Texas o nuestras propias vidas. Por eso la conexión que sentimos en la sala, el nudo constante en la garganta, las ganas tan terribles de llorar sin motivo. Mason es nosotros mismos.

Cuesta trabajo hablar de una obra que permanecerá a través de las décadas.  En Colombia pasó sin pena ni gloria, siendo exhibida durante dos semanas en 18 salas y vista por seis mil espectadores, una cifra ridícula teniendo en cuenta que Boyhood será tan importante para la historia como lo fueron Los 400 golpes, Los niños del paraíso o Cero en conducta. A falta de una crítica de cine seria, el espectador promedio queda absolutamente desorientado y perdido.

Sin embargo páginas como Cultmoviez o Miradetodo te dan la opción de la revancha. Allí está Boyhood para cualquiera que busque volver a sentir todas esas emociones que se creían sepultadas en la primera juventud. No dejen de verla.

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