Aporofobia es el miedo y rechazo hacia los pobres. Así lo ha denominado la filósofa española Adela Cortina. A decir verdad no nos molestan tanto esas diásporas de extranjeros que transitan por nuestro suelo, lo que realmente nos genera urticaria es que sean pobres.
Ese es solo un señalado ejemplo de una enfermedad que todos padecemos y la vamos a encontrar en nuestro interior si nos hacemos un auto diagnóstico con elemental objetividad.
¿Acaso nos molestan los extranjeros que llegan a Cartagena con los bolsillos llenos de euros o dólares? ¡No! A ellos se los admite y se los espera con ansias, incluso casi siempre los avivatos les cobran demás.
No hubiera sido tan célebre la mojarra si un lanchero no las hubiera cotizado en el mercado internacional por dos millones de pesos.
Yendo más allá, en un ejercicio casero nos podremos dar cuenta; cuanto nos molesta la visita o la llamada de un amigo venido a menos y caído en desgracia que casi siempre nos busca para pedirnos algo; pero nos regocija la llegada de aquel que sabemos acumula una buena cifra en su cuenta corriente.
En una canción de contenido contestatario Ricardo Arjona reclama con premura la existencia de una visa universal, que permita cruzar todas las fronteras.
Sin embargo, creería que, sin darnos cuenta hemos alzado un muro interno para mantener al margen a los pobres, incluso si son nuestros compatriotas; es una especie de río bravo que nace en nuestra egolatría.
Cuanto arte, pasión y talento se esconde en los que por necesidad y no por gusto abandonan su nación. Solo he de citar a dos: de don Antonio Machado en su exilio dijo la mexicana Elena Garro que algún día apareció con un traje demasiado usado, le era imposible esconder su pobreza.
Incluso en su huida había perdido un zapato, tal vez por eso se inmortalizó con algo que más que un verso es una sentencia “caminante son tus huellas el camino y nada más, caminante no hay camino se hace camino al andar”.
El escritor ruso Mijail Bajtin, fumador empedernido, en su exilio tuvo que armar cigarros con las hojas de su propio ensayo, abrigando la esperanza de que la copia dejada en Moscú sobreviva a los bombarderos; tal vez cuando lo decidió ya solo quedaban las cenizas de su obra.
El rol de extranjero o exiliado lo podemos adquirir en cualquier momento; hay millones de colombianos que hoy tienen esa condición, se fueron llevando sus sueños, su arte y esperanza; que bueno sería que a ellos no les pasen la factura por nuestro desprecio y evidente aporofobia.
Coletilla: Pobres que admiro: Lula Da Silva, presidente de Brasil orgullosamente pobre. Marco Fidel Suárez Presidente de Colombia, hijo de una Lavandera, Abraham Lincon presidente de los EE. UU. que pagaba con trabajo en el campo por los libros que le prestaban, Sonia Sotomayor, latina crecida en el Bronx Magistrada de la Corte Suprema de los EE. UU. y millones de anónimos que se van o llegan y se resisten a renunciar a sus sueños.
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