Complicadas estas cosas del mundo contemporáneo. A una crisis europea que es imposible ocultar, a la Francia contenida y civilizada, le cae de pronto este rebrote de terrorismo islamita que viene a descomponer gravemente lo que parecía un malestar controlado. Pero también es evidente, y grave, que lo que estaban temiendo solo como una posibilidad resultara todo un plan terrorista consolidado y listo para ser ejecutado a juzgar por la noticia de los últimos rehenes de los Koauchi.
No hay duda que el feroz ataque al semanario Charlie Hebdo, un medio de comunicación con importante trayectoria política en la Francia de los últimos 30 años, constituye un caso de crasa intolerancia, y nos recuerda el extraordinario poder del humor como arma de comunicación política. Recordemos que aquí una colectividad extrema tampoco soportó las caricaturas vivas de un periodista llamado Garzón.
Un analista colombiano muy lúcidamente decía ayer que la ciertamente dificultoso de estar enfrentados a terroristas de una facción del islam era la prácticamente imposibilidad de un diálogo, la de no poder contar con un interlocutor razonable, por la carencia de un discurso codificado, por ser precisamente una colectividad atomizada y podrida de fundamentalismos, y por estar también situados en las antípodas culturales, religiosas y políticas de un sistema como el islam, que es una religión, que es una ideología, que es un sistema político, que es demasiadas cosas juntas, pero además, que no posee una línea central reconocible, sin un orden, sin un clero, en donde casi lo meridianamente claro es el odio contra todo lo que se mueva en Occidente que ellos consideran se opone a sus puntos de vista y a sus motivaciones existenciales.
¿Quiere esto decir que el islam ha sido siempre una colectividad bárbara? Desde luego que no, allí está la historia cultural de Occidente con todos los cruciales aportes del mundo islámico en el arte, la música, la escritura, la medicina, las matemáticas y la astrología, por ejemplo, entre otras muchos logros de una herencia innegable. Pero también es cierto que estas ideas han devenido degradadas en el mundo contemporáneo en un incompresible pandemonio en el que lo único que parece claramente destilable es un chorro de sangre que ha estado ahogando toda posibilidad de comprensión y entendimiento con el resto del mundo, y hasta podría decirse también entre ellos mismos. Por eso, miles de musulmanes en el mundo, tímidamente unos, resueltamente otros, sacan su cartelito para intentar desmarcarse con un “No en mi nombre”, que prácticamente queda sepultado en una baraúnda mediática de todas las tendencias que confunde, despista, crea caos y pánico y no logra ni entender ni explicar lo que pasa.
Tampoco es mentira lo que alguien apuntaba en un debate en las redes sociales respecto de que “El islam fue una cultura rica hace siglos; pero esto fue hace siglos. Hoy es el responsable de la Fatwa contra Salman Rushdie; la decapitación de un soldado en el este de Londres a plena luz del día; la policía de la Sharia, un grupo que hostiga a ciudadanos en Wuppertal, Alemania; del ataque de un Café Internet en Sydney; de la decapitación de homosexuales en Irak; de la lapidación de mujeres en Palestina; de la crucifixión de cristianos en Libia; del encarcelamiento y condena de una mujer por ver un partido de voleibol en Irán; de la condena a muerte del bloguero Raif Badawi en Arabia Saudí por criticar al islam; y claro, el asesinato de 12 personas en la revista Charlie Hebdo, en París. Y todo esto solamente en los últimos dos años”.
Tampoco cabe duda que Occidente se ha equivocado al hacerse cómplice y titular de un política bastarda, excluyente, oportunista y expoliadora, digamos Francia, Inglaterra o Estados Unidos, cuando han intervenido en los conflictos del mundo árabe, pasando por encima de su identidad y su cultura, para sacar sus ganancias de los campos de petróleo sin importar otro expediente civilizado y conciliador, y en cambio invadiendo, azuzando, envenenando, armando, desarmando, saqueando, mintiendo, arruinando, traicionando a pueblos enteros, y al mismo tiempo promocionando y auspiciando una supuesta “primavera árabe” que ha resultado peor que muchos males declarados.
Entre tanto, se tejen toda clase de versiones. Aquí la de Tierry Meyssan de la Red Voltaire, que dice que “los miembros o simpatizantes de grupos como la Hermandad Musulmana, al-Qaeda o el Emirato Islámico, no se habrían limitado a matar dibujantes ateos. Habrían comenzado por destruir los archivos de la publicación en presencia de las víctimas… Para los yihadistas, lo primero es destruir los objetos que —según ellos— ofenden a Dios, antes de castigar a los «enemigos de Dios». Y tampoco se habrían replegado sin completar su misión. La habrían realizado hasta el final a sabiendas de la muerte. Y remata diciendo. “No es en El Cairo, en Riad ni en Kabul donde se predica el «choque de civilizaciones» sino en Washington y en Tel Aviv”.
¡Jum, quién sabe!