Ganando la batalla contra el cáncer
Opinión

Ganando la batalla contra el cáncer

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enero 09, 2015
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Hoy leía el diario mientras desayunaba.  Antes ya había revisado la prensa y varios portales de actualidad en Internet.  No he encontrado muchas noticias buenas, aunque comenzando otro año merecemos alguna ¿no?  ¿O será que los medios y las redes virtuales nos han acostumbrado a esperar la “catástrofe” día tras día? Esa es por lo menos la opinión de una sesuda pieza de Marc Bassets en El País (7 de diciembre, 2014) titulada Apóstoles del optimismo, el mejor de los mundos posibles. Dice el autor: “Los medios de comunicación nos sirven tragedias a diario.  Sin embargo, los datos refutan el catastrofismo.  En el mundo actual hay menos guerras, menos pobres y menos hambre”. Además, añado yo, estamos ganando la batalla contra el cáncer.  Aunque lenta y desigualmente.

Esa es la conclusión de un detallado artículo publicado on line (3 de diciembre, 2014) en The Lancet por Quaresma, Coleman y Rachet. Los investigadores siguen la sobrevivencia neta cáncer por cáncer y en la población de 1971 a 2012 en Inglaterra y Gales. En 1971 solo el 50 % de los pacientes sobrevivían un año. Cuarenta años después el 50 % de los pacientes estaban vivos a los diez años del diagnóstico. Evidentemente la sobrevida en los pacientes con tumores malignos ha mejorado mucho.  Pero no es igual en todos los cánceres. La sobrevida a diez años en cáncer de páncreas es del 1 % y en cáncer testicular es del 98 %.

No es entonces que hayamos encontrado “la cura del cáncer”. Ni los resultados son similares en todos los sistemas de salud. Pero también entre nosotros hemos mejorado en el tratamiento de las neoplasias. Claro que como en muchos otros indicadores de salud nos “mata” (no lo debería poner entre comillas) la desigualdad.  Entiendo que en Cali, donde resido, si el paciente tiene una buena EPS o “prepaga” la sobrevivencia a leucemias y linfomas infantiles es comparable a la de otros países. Mas si el paciente es del régimen subsidiado los resultados no son óptimos. Pero por otro lado hace veinte años era imposible un trasplante de médula ósea en Colombia y hoy se realizan frecuentemente. De tal forma que las cosas también han mejorado aquí.

La “batalla” contra el cáncer es larga, compleja y costosa. Quizás no debíamos usar una metáfora militar para ese esfuerzo de la medicina moderna porque no habrá una victoria definitiva: la prevención no será nunca completa y el tratamiento no dejará de tener problemas con malos resultados algunas veces. Otra autorizada revista de medicina, The New England Journal of Medicine publica recientemente un editorial (N Engl J Med 2014; 371:2227-2228) que termina diciendo: “Necesitamos recordar que estas drogas oncológicas tienen efectos tóxicos, son enormemente e inapropiadamente costosas y todavía no han curado a nadie.  Es prematuro descorchar la champaña de la victoria”

Y aunque seguimos usando un lenguaje militar al referirnos al tratamiento del cáncer, no es el más apropiado. Pero esto tiene una historia interesante. A finales del siglo XIX Paul Ehrlich trabajaba en el prusiano laboratorio de Koch en Berlín y se le ocurrió proponer la búsqueda de una “bala mágica” que eliminara los gérmenes sin herir o matar al paciente infectado. Y triunfó: en 1909 con su colega japonés Sahachiro Hata encontraron el Salvarsán (“arsénico que salva”) primer tratamiento eficaz para la sífilis. Así se inicia la quimioterapia contra los microbios con buenos resultados durante todo el siglo XX (por la penicilina se ganó la Segunda Guerra Mundial dicen algunos). Pero nos habituamos a buscar “armas” y “ejércitos” contra las infecciones, los tumores malignos y otras enfermedades.  La medicina adquirió un lenguaje y pensamiento militar y agresivo de discutibles consecuencias.

Después de la II Guerra Mundial Goodman y Gilman (los médicos de mi generación recordarán su texto de farmacología) Wintrobe y otros observaron que las personas expuestas al “gas mostaza”, sustancia de guerra química prohibida por el Protocolo de Ginebra desde 1925 pero investigada, almacenada y usada por varios países después, producía como uno de sus efectos patológicos depresión de la médula ósea. Investigaron entonces el uso médico de moléculas parecidas en el tratamiento de leucemias y se publica el primer reporte de quimioterapia parcialmente útil contra cánceres hematológicos (J Am Med Assoc 1946;132:126-132)  A partir de ahí en los últimos setenta años hemos intentado, sin victoria definitiva, una guerra química contra muchas neoplasias.

Pero hace un mes tuve el gusto de oír al reconocido investigador Dr. Jeffrey Ross en el Seminario de Biomarcadores en Cáncer de Mama (Laboratorios Mejía Jiménez, Cali) y nos decía que el propósito actual no es tanto matar todas las células cancerosas en una guerra sin cuartel sino convertir al cáncer en enfermedad crónica manejando sus genes conductores (“drivers”).  La batalla apenas comienza y hay buenas noticias en este campo (“El Sistema Nacional de Salud británico propone plan para luchar contra el cáncer y las enfermedades genéticas”, BBC, 22 de diciembre, 2014).

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