El conflicto de Ucrania es la consecuencia de tres factores: el incumplimiento de los acuerdos que dieron lugar a la desintegración de la URSS, del conejo a los protocolos de Minsk y de la obsesión estadounidense contra Rusia. Cada vez resulta más evidente que se trata de una guerra de la OTAN contra Rusia librada en territorio ucraniano. Una nueva guerra fría que amenaza volverse caliente y que tendría incalculables consecuencias para toda la humanidad.
En 1990 desapareció la Unión Soviética y se disolvió el Pacto de Varsovia, alianza militar del entonces llamado Bloque Socialista, enfrentado a la OTAN durante la Guerra Fría. Al haber desaparecido esa guerra por sustracción de materia, Occidente le prometió a Gorbachov que no se expandiría la OTAN. Todo el mundo pensó que vendría una temporada de estabilidad y paz.
Fue la garantía que se dio a la URSS de que la OTAN no se ampliaría lo que determinó que la Guerra Fría terminara. En una reunión realizada el 9 de febrero de 1990 entre James Baker, secretario de Estado de Bush, Eduard Shevardnadze, secretario de relaciones exteriores de la Unión Soviética, y el presidente Mijaíl Gorbachov, Estados Unidos declaró que la OTAN no se expandiría ni una pulgada hacia el Este si se permitía la presencia de las tropas estadounidenses en la Alemania unificada. Documentos desclasificados en 2017 revelaron que Robert Gates, exdirector de la CIA, reconoció que en la década de 1990 sí se le había dicho a la URSS que la OTAN no se expandiría. En efecto, durante la cumbre de Malta, en diciembre de 1989, el presidente George Bush había asegurado que no se aprovecharía de la caída del Muro de Berlín para “dañar los intereses soviéticos”. Al año siguiente, el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania Occidental, Hans-Dietrich Genscher, Baviera explicó en Tutzing, ante un nutrido auditorio, “que los cambios en Europa del Este y el proceso de unificación alemán no deben conducir a un ‘perjuicio de los intereses de seguridad soviéticos’. Por lo tanto, la OTAN debería descartar una ‘expansión de su territorio hacia el este’.”
El tema fue objeto de múltiples discusiones entre los miembros de la OTAN. El 6 de febrero de 1990, cuando el canciller alemán Genscher se reunió con el ministro de Relaciones Exteriores británico, Douglas Hurd, señaló: “Los rusos deben tener alguna seguridad de que si, por ejemplo, el gobierno polaco abandona el Pacto de Varsovia algún día, no se uniría a la OTAN”.
James Baker le dijo a Gorbachov el 18 de mayo de 1990, en Moscú, que su política incluía la transformación de la OTAN, el fortalecimiento de las estructuras europeas, mantener a Alemania sin armas nucleares y tener en cuenta los intereses de seguridad soviéticos. Baker comenzó sus comentarios: “Antes de decir algunas palabras sobre el tema alemán, quería enfatizar que nuestras políticas no tienen como objetivo separar Europa del Este de la Unión Soviética. Antes teníamos esa política. Pero hoy estamos interesados en construir una Europa estable y hacerlo junto con ustedes”.
En marzo de 1991, el primer ministro británico, John Major, aseguró personalmente a Gorbachov: “No estamos hablando del fortalecimiento de la OTAN”. Posteriormente, cuando el ministro de Defensa soviético, el mariscal Dimitri Yazov, le preguntó a Major sobre el interés de los líderes de Europa del Este en ser miembros de la OTAN, el líder británico respondió: “Nada de eso sucederá”.
El secretario general de la OTAN, Manfred Woerner, en julio de 1991, explicó a una delegación rusa que “el Consejo de la OTAN y él están en contra de la expansión de la OTAN”.
Los hechos sucedieron al revés de lo ofrecido, porque la OTAN continuó su vertiginosa expansión hacia el Este durante las siguientes décadas. En 1999 se vincularon Hungría, Polonia y la República Checa. Entre 2002 y 2004, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia, en 2009 lo hicieron Albania y Croacia. En 2017 Bosnia y Herzegovina, Georgia y Macedonia. En 2022 Suecia y Finlandia manifestaron su deseo de incorporarse a dicha organización.
La ofensiva obedece a la estrategia de seguridad nacional formulada por el gobierno estadounidense, cabeza de la OTAN, según la cual, China y Rusia representan una amenaza existencial para Estados Unidos.
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La ofensiva obedece a la estrategia de seguridad nacional formulada por el gobierno estadounidense, cabeza de la OTAN, según la cual, China y Rusia representan una amenaza existencial para Estados Unidos
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La intromisión de la OTAN y particularmente de Estados Unidos en Ucrania forma parte del intento de alinear a este país con la estrategia occidental. Fue muy evidente en los hechos que desembocaron en un golpe de Estado en 2014 contra Víctor Yanukovich, quien se había negado a avanzar en la firma de un tratado de libre comercio con la Unión Europea. Tomó el poder Piotr Poroshenko, partidario de Occidente y que promovía no solo la continuidad de la asociación económica con la Unión Europea, sino también el acercamiento a la OTAN. Las regiones de Donestk, Lugansk y Crimea se opusieron al nuevo presidente, lo que desencadenó un conflicto. Crimea realizó un referéndum y adhirió a Rusia y los enfrentamientos con las regiones rebeldes se resolvieron aparentemente con los Acuerdos de Minsk, que establecían una ruta de solución negociada para la demanda de autonomía de las regiones de población de origen ruso y un proceso de distensión militar. Recientemente, el propio Poroshenko reconoció que su gobierno nunca tuvo interés en cumplirlos y que los usó para ganar tiempo. El objetivo oculto, derrotar a las provincias rebeldes, a las cuales se continuó bombardeando después del 2014, con más de 16.000 muertos hasta 2022, la mayoría civiles. El apoyo occidental a esta represión y el anuncio de una ofensiva decisiva contra ellas implicaban una escalada en los planes de la OTAN. Y en efecto, Ucrania anunció que se proponía adherir a ella.
Moscú exigió de inmediato garantías de seguridad, pues con la vinculación de Ucrania, la OTAN ponía en peligro la seguridad de Rusia. La principal garantía, la neutralidad de Ucrania.
En 2014, Henry Kissinger había señalado que invitar a Ucrania a sumarse a la OTAN provocaría ipso facto un conflicto directo con Rusia y que Estados Unidos debería evitar tratar a Rusia como un paria al cual se le tienen que enseñar las reglas de conducta establecidas por Washington. Advirtió además, en mayo de 2022, en el Foro Económico Mundial, que de proceder con la guerra sin iniciar una negociación, ya no se trataría de la libertad de Ucrania, sino de una nueva guerra contra la propia Rusia.
George Keenan, arquitecto de la estrategia de contención del bloque soviético y presente en la creación de la OTAN, había advertido desde 1998 que cualquier intento de ampliar la OTAN sería “el error más fatídico de la política estadunidense (…) en la era posguerra
fría”. Que Clinton hubiera violado el acuerdo con Gorbachov, añadió, daría inicio a “una nueva guerra fría (…) un error trágico. No hay ninguna razón para esto, nadie estaba amenazando a nadie”.
En suma, una guerra provocada, que además violaba normas internacionales, tal como lo proclamaron casi todos en la ONU.