Llevo tiempo visitando la basura que se expone en las salas de la Cámara de Comercio de Chapinero. Ya llevo en estos meses “Furia” y “Fracaso”. Dos muestras que quieren estar muy al tanto de la actualidad, pero en las que el resultado no es nada prometedor.
¿Será que nadie de esta empresa percibe el gasto y el daño que hacen al promover un asunto, que como nadie entiende, todo el mundo pasa mudo? Nadie entiende por qué una fila de uñas no dice nada más que un engaño. Ni que el pelo cortado en una mesa signifique ninguna realidad plástica. Nada dice nada que trascienda
esa exposición que pasa sin pena ni gloria. Ningún argumento plantea, ni puede librarse de los fantasmas que crea.
El silencio abruma. Porque nadie se permite pensar. Nadie sabe muy bien de qué se trata inventar una piscina precaria y sin sentido en una terraza… Nada es trascendente, porque todo hace parte de una inmediatez fatua, que jamás será más que una pretensión. Una inmediatez donde nada hará más historia que romper con el
propósito de trascender por cumplir un ya viejo arquetipo.
Señores Cámara de Comercio, de eso no se trata. Tenemos aquí de inmediato una pregunta que responder. Pero les aseguro que no están buscando el futuro de las artes plásticas —tal vez sí, relaciones públicas—. En 6 meses, ¿han perdido cuántos recursos para ver un florero encendido en neón o un dibujo calcado?
Me acuerdo gratamente del programa de “Nuevos Nombres” en el Banco de la República hace 20 años…. Algunos valieron la pena. Algunos pasaron a ser parte de nuestra historia del arte. Me pregunto escribiendo este grito de horror, si el silencio es una forma de la cultura. ¿En realidad, todas las que se nos presentan con cocteles en instituciones responsables, por crearla, están comprendiendo en verdad su propósito?
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Lo que define a la cultura es su intención de hacerla y de perdurar. Se nos ocurre que esa intención puede encontrarse en los artistas o los escritores. Pero necesitamos un criterio que los identifique como tales
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En verdad lo que define a la cultura es su intención de hacerla y de perdurar. Se nos ocurre que esa intención puede encontrarse en los artistas o los escritores. Pero necesitamos un criterio que los identifique como tales y nos ponga a salvo de cualquier intento fraudulento que solo aumenta la confusión.
Nadie tiene derecho a intentar ejercer la cultura, pero todos tenemos derecho a protestar contra los falsificadores que pretenden alejarnos de ella. Ésta es una posición justa e irrebatible.
¿Cómo es posible que perdamos nuestro mundo integral en
propuestas sin compromiso?