Podríamos considerarnos hijos de occidente y de la contemporaneidad. Este “título” no solo hace referencia a poder disfrutar de libertades en el consumo y morales como sentarnos frente al televisor en el prime-time a ver mujeres semi-desnudas mientras buscamos en internet catálogos de “que zapatos me definen como persona” o tener una aparente libertad en las redes sociales y hacer juicios maniqueos al panorama mundial a la vez que auguramos la necesidad de una revolución mientras adoramos la comodidad y el confort de nuestro panóptico virtual. Por encima de este juego de “yo digo lo que se me da la gana” y el anonimato al que ha llegado la opinión por la evolución de los medios de comunicación existe un concepto político y social que se ha gestado desde finales del siglo XIX de Alemania para el mundo, mejor conocido como “kulturkampf” o lucha cultural.
Hablar de la lucha cultural que se ha forjado en occidente y se ha extendido en la segunda mitad del XX a América latina y parte de Asia no es simple, pero me gusta mirarlo como un cambio en la concepción de la necesidad para el hombre. Resumiéndolo, se pasó de una ética a una estética del consumo. En otras palabras, se pasó de consumir un culto de la austeridad y la búsqueda de la eternidad a uno del placer y la instantaneidad. La recompensa ya no era en una vida eterna dictada por el seguimiento de las sagradas escrituras sino que la recompensa estaba conformada por minúsculos momentos que al ser sumados calificarían si era o no una vida plena en lo que se terminaría definiendo como “felicidad”. Desde luego, este cambio en el paradigma no giraba en torno a la felicidad de los individuos sino en la potencialización de la economía de mercado y especulación así como arrebatar el poder político al sector clerical y religioso, lo de la felicidad y la plenitud no fue más que la propaganda que se introdujo para vender más fácil el cambio.
El cambio fue prolífico. El mundo se occidentalizó y en las últimas décadas con la maravillosa tecnología se dinamizó este proceso hasta el punto de romper el record de visitas en YouTube un rapero sur-coreano o encontrar estrellas de porno libanesas, pero con esta explosión cultural también vienen consigo guerras y ataques permanentes contra sectores que se rehúsan a subirse al carrusel del placer y el consumo (por ejemplo Corea del Norte y sectores radicales árabes) pero las guerras no solo se dan con armas y mandando a morir jóvenes en el extranjero, al mejor estilo de la primera KulturKampf el método más efectivo sigue siendo la propaganda. Se sigue promocionando una mercancía, la mercancía del placer y el consumo occidental en medio de risas, parodias y uno que otro desnudo.
¿Cómo podemos demostrar que todo esto esta unido y funciona en una sola dinámica? El desarrollo de la problemática entre Corea del Norte y Sony Inc. es un ejemplo de esto, la parodia “The Interview” en la cual un presentador narcisista, amante de los placeres y los vicios llevado al extremo por la magnífica interpretación por James Franco le dan la misión de asesinar al líder Norcoreano Kim Jong-un, el cual es un amante de la cultura occidental y en especial del sentimiento pop norteamericano, a lo largo de la trama se va desarrollando una serie de engaños que muestran la “realidad” en la cual se encuentra el pueblo Norcoreano donde la miseria y el fanatismo reinan (No, no es Colombia. Hay otros países donde también reina la miseria y el fanatismo) hasta el punto de creer que el líder político es una deidad parodiando que ni siquiera tiene culo y hace sus necesidades. Al final, ocurre el máximo deseo de su antagonista (los Estados Unidos) el líder Norcoreano muere y en el país se desata una guerra civil la cual es tratada de una forma pintoresca por Dan Sterling.
Lo que parecía iba a ser la serie emblema de Sony para el 2015 no logra su objetivo ¿Qué pasó? Sencillo, en un mundo donde la brecha entre lo virtual y lo real es cada vez menos evidente los secretos son más difíciles de esconder, un grupo de hackers norcoreanos sabotean las cuentas de Sony revelando películas inéditas (cinco en total) y correos electrónicos donde muestran la postura de los directivos de Sony en materia política. Sony pierde millones de dólares por la publicación de las películas y el conflicto pasa a un escenario político el cual es expuesto por los medios de comunicación como un atentado a la libertad de expresión mientras que Corea del Norte lo toma como un ataque a su sistema político como uno de los tantos intentos de Estados Unidos por des-estabilizar su gobierno. No podemos decir si la película cumple o no su objetivo, de hecho quien sabe si la gente en Corea del Norte supo algo de este escándalo y más cuando un líder maneja los acontecimientos a su antojo, lo que sí sabemos es que hay un amplio sector de la población mundial que vio la película y absorbe sin filtro la ideología tan radical que tiene la película como una realidad obvia y absoluta, en otras palabras: fanatismo.
Hechos como el ocurrido contra el semanario "Charlie Hebdo" que supuestamente habría hecho enfadar a sectores musulmanes por burlas a Mahoma son ejemplos que la lucha cultural en tono de sátira puede terminar en el uso de la violencia como mecanismo para la represión de esta libertad de opinión. En lo que hay que ser enfático es que cualquier forma de violencia para contrarrestar la opinión es un acto deplorable, retrograda y cobarde. Por otra parte el verdadero enemigo de la sociedad no es una fracción que profesa una creencia sino el fanatismo que en pleno siglo XXI, en la “postmodernidad” según la llaman algunos sigue cobrando vidas no solo por fanáticos musulmanes sino en Colombia y el resto del mundo con fanáticos que matan a quien les critica como es el caso de Garzón y millones de personas que por expresar un punto de vista firmaron su sentencia de muerte en medio de una lucha cultural.
@Andres_Lugos