Se encontraron estas hojas arrugadas y tachadas, olvidadas en una de las últimas y duras sillas de plástico de un Transmilenio.
Alguien las encontró y las publicó en un portal en internet.
Cabe recalcar que todo lo que acá se informa es ficción y nada sucedió en realidad. Surge de presunciones y supuestos y, por su puesto, de una discutible imaginación:
“La guerra es la paz.
La libertad es la esclavitud.
La ignorancia es la fuerza.”
George Orwell
“Estoy en el CAI de Ciudad Gótica, Batman.
Aquí te espero.”
Frito de la calle.
El ruido hirviente en la ciudad, el lamento agrio de las sirenas policiales y de las ambulancias que rodaban en varias direcciones cual carritos chocones, es digno de relatar. Podría ser un capítulo más de una novela recién publicada que traslapa dimensiones y realidades confundidas. Un ataque de bombas, gases lacrimógenos, asesinatos, cientos de heridos, incendios de motos, de buses, de CAI, explotó cual conflagración en Ciudad Bogótica.
El día que inició todo Spider tenía clase en la mañana. Eran sesiones virtuales por aquello de la pandemia del coronavirus. La gran mayoría de la ciudadanía global ahora sí estaba totalmente conectada y atrapada en la Matrix.
Se levantó sin necesidad del despertador del celular. Tal vez una media hora antes, mucho más temprano que de costumbre, pues esa noche no durmió muy bien por estar leyendo el póstumo de Ammaniti. El caso es que, apenas despertó, como por inercia, miró la hora en el celular que reposaba encima de la mesita de noche. Suspiró mientras se desperezaba y observó la luz que se proyectaba en las cortinas. Intentó abrir bien los ojos y se obligó a quitarse el sueño en el momento en que pateó las cobijas hacia abajo y sintió ese frío matutino en todo el cuerpo.
La información nunca descansa. Siempre está allí. Así el celular esté bloqueado, inactivo o apagado, el mundo no se detiene, cual río de Heráclito. La vida humana no duerme.
Spider volvió a tomar el celular, como ritual moderno y abrió Youtube de una, y lo que vio fue el Paranoya de Hayko Cepkin, que le había quedado en la reproducción del día anterior, antes de dormirse. Lo quitó y entró a Facebook. Vio que Gaspar compartió este fragmento: “Dizem que ela existe pra ajudar / dizem que ela existe pra proteger / eu sei que ela pode te parar / eu sei que ela pode te prender / te fuder”, con el video de la canción de Sepultura.
Le da like, sin saber. Sigue bajando y ve uno o dos comentarios más acerca de la policía y luego observa un video donde hay dos policías encima de un tipo, en plena calle. La noticia afirma que el hombre fue asesinado. Varios portales han publicado la misma noticia.
Pareciera que la sangre le reverbera en su cabeza, incluso no sabe si con ese fervor de siempre, pues ya está acostumbrado a que una noticia así resuene en Colombia. Asesinatos y masacres son pan de cada día. De hecho, varios el último mes. Una noticia más, un video más, un muerto más, indigna, pero la clase con sus estudiantes debía concretarse. Suena Floki Appears To Kill Athelstan de despertador. Apaga la alarma y se levanta de la cama, prende el computador, y mientras va cargando, prepara un tinto y pone a fritar unas arepitas de yuca. Piazzola, parado en la cornisa de la ventana, lame el interior de sus alas, cual felino.
Los estudiantes se van conectando y van saludando. Llama lista y se pone a tejer la palabra, con hilos de lana, a través de la conexión por Teams. La clase le hace olvidar un poco la idea del muerto. La clase del tejido de mandalas de lana y Ojos de Dios, en la que se hablaba acerca de la siembra de sabiduría, de la vida, de las plantas y del cosmos, de los ancianos, lo cíclico, del círculo de la palabra y las comunidades indígenas como los carijonas, wayús, cofanes, muiscas, huitotos y quimbayas, pasa a un segundo plano, pues entre la conversación, por algún motivo, sale a colación la muerte de la noche anterior. Algunos estudiantes ya habían visto también la noticia.
Entonces, en un arranque, Spider comparte la pantalla y coloca Caracol Noticias en vivo. Todos observan la noticia. Una y otra vez pasan el video del ataque con taser de dos gorilas con uniforme policial sobre la humanidad de Javier Ordóñez, así se llamaba, que implora que ya no más, que lo dejen en paz. Que por favor.
Los corresponsales van relatando que fue un altercado de tragos en la madrugada. Que Ordóñez salió borracho y ahí empezó el quilombo.
Johana Ramírez, una estudiante, comenta que por qué el tipo que graba no auxilia a su amigo. “Seguro también le harían lo mismo”, contrapone Lucy Edgerunner.
Frente al CAI de Villa Luz, Summer Soderstrom, la periodista, va diciendo que Javier llega en patrulla hasta el CAI, y luego aparece muerto con nueve fracturas en la cabeza y el hígado estallado, según la información de Medicina Legal.
“Ahí no hay presunción”, interviene David Martínez, el novio de Lucy: “Esos periodistas tienen huevo. Ya no hay presuntamente. Fue así. Quedó registrado”.
“Sin embargo, lo que no alcanza a mostrar el video es cómo muere”, profiere Spider. “El caso es que terminan matándolo, esos hijueputas”, dice Jackie Welles. “Pero por dilemas legales, toca decir que fue presuntamente”, vuelve a replicar David.
“Lo peor es que en Colombia todo es un descaro, una desfachatez, ya no sorprenden estas situaciones”, interviene Silverhand. “Es verdad, se ha naturalizado y normalizado”, complementa Yudy Álvarez. “Puede que la gente se mame de todo. Puede que estalle la vuelta”, concluye V.
La siguiente clase era Escritura para Artistas. Spider une las dos clases y continúa el tema. El abuso, la brutalidad, los derechos son una farsa, el Estado represor, son algunas opiniones que salen a flote.
Una y quince, y la clase terminaba a la una pe eme. Entonces termina la clase.
“Severa, clase, profe”. “Gracias por la clase”. “Sí, profe, qué chimba”. “Gracias, muchachos”. Se desconecta.
Antes de entrar a la ducha, le marca a Daimon.
—Estaba en el break de la exposición y vi la noticia. ¡Qué triple hijueputas! —pronuncia Daimon con vehemencia.
—¡Perros, malparidos!, polle. ¡Qué mierda! —le contesta Spider, mientras se enjabona. —¿Y qué tal te fue en la expo?
—Pues nada. Empecé hablando del cuadro del Árbol de los Sueños. Donde una vez hicimos el amor, ¿recuerdas? Saliendo de las minas de sal, donde estaban los espejos de agua que reflejaban esas lunas fucsias azuladas decoradas de plancton verde fosforescente. Luego hablé un poco sobre la de Mi Montaña y la de los nevados de Laguna Grande, e iba a continuar hablando de La Diosa de las Cascadas de la Selva, y ahí en el receso fue que me enteré de lo de Javier Ordoñez. Entonces terminé fue hablando de la noticia. Todo se trastocó. Pero súper bien. Me coincidieron varios cuadros y pues la galería de fotografías para hablar del tema.
—Eres una dura. Por eso te amoooo.
—Jaja Yo también —se escucha su risa—. Escuché que citaron a cacerolazos allá en el CAI.
—Sí, polle. Voy a salir de una a echar ojo.
—Pero con mucho cuidado, Spider. Ojo por ahí.
—Tranquila, masme, que todo bien.
—En la jugada mi parcero que en la trampa.
—Te Amo.
—Te Amo, chao.
Por mera necesidad agarra un par de novelas, coge la moto y sale a ver cómo está la marea. Agarra directo al CAI de Villa Luz, en el Distrito Dogones, por toda la Avenida Viracocha. Hay varias personas reunidas en la esquina de la Mutis con la Transversal 85. Para un rato al ver una caravana, tal vez, de diez motos policiales Stein;Gate, con ese aullido desabrido de las sirenas encendidas, y alguien, un protestante, en patada ninja voladora, tumba a uno de los tombos de la cola de la caravana. El gentío se abalanza hacia él para desintegrarlo a punta de pata. Sale corriendo, intentando esquivar el aguacero de rocas que le caían junto a las botas. Agarran la moto, la llevan y la queman en la esquina que conecta ambas avenidas.
Se levanta la llamarada. Algunos bikers y skaters saltan por encima de la moto calcinada. Muchos aplauden y gritan. Un vitoreo a la justicia, piensa Spider.
Mientras ve esa escena e intenta tomarle una foto a la portada del libro con la Stein;Gate en llamas de fondo, alguien lo saluda desde atrás, emotivamente.
—Quiubo, mk. ¿Ud no estaba Cúcuta, toche? —mientras ambos se abrazan.
—Sisas, mi perrosky, pero vine a hacer el cubrimiento, mi canino. Ya tú sabe. ¡Información de primera mano! —levanta la mano, mostrándole a Democracio—. No me iba a perder esto.
—Qué chimba, mk. Severo que haya venido —y sin hacer mucha pausa, continúa—. ¿Cómo la vio, ah?
—Re Denzel, paspe. Súper denso. Me vine esta mañana, apenas hablamos.
Mientras el Pretzel va entrevistando a las personas, Spider vende uno de sus libros a unas de las parejas que estaban allí reunidas presenciando la hoguera, como si se tratase de un ritual o de un asado familiar. Vender una de las novelas en ese momento parecía algo insólito, pero fue emotivo. El Suspiro Eléctrico de Daimon va escribiendo su propia historia.
—Camine en la moto, mk.
—Hágale, perri. Voy cubriendo en movimiento, sobre ruedas —apretó bien la mochila de Notiteres para que Inocencio no brincara y se saliera con el movimiento de la moto.
—Breve, mi papacho. ¡Tome! —le prestó las Gafas Smartphone.
—“!Afirmativo, civiles! Aquí su detective reportero Democracio, en vivo para Notiteres 24. ¿Me copian?…”.
Se acercan unas cuadras más, hacia el CAI. A lado y lado, sobre los andenes varios jóvenes están sentados esperando. Hay mucha gente. En una esquina suena Profundidades del Pensamiento de Atman, la gritan un rato y siguen rodando por las calles.
Cuando llegan por fin a dos o tres cuadras del Comando de Atención Inmediata, ven cientos de rocas cubrir el pavimento por toda la calle que está repleta de personas. Varias hogueras adornan ese panorama apocalíptico. Las armaduras negras al fondo son recortadas por las luces rojas y azules de una tanqueta del Esmad y de un arácnido Dreed (que deben estar estrenando), y relumbran en las señales, rejas, ventanas y paraderos de la cuadra.
Estalla el estruendo y se observan siete u ocho ráfagas de humo haciendo la parábola hasta los asistentes. No es opio sino gas lacrimógeno en las nubes que opaca la noche. Huele a temor con adrenalina. Hierbe una mezcla de frío con tres cubitos de sangre con piedra y dos cucharaditas de demencia y desolación. ¡Mierda! Unos corren mientras son tragados por la ácida nube de lacrimógeno y otros atinan a lanzar rocas a las armaduras y a los escudos. Varias molotovs incendiaron el techo de la tanqueta, que inmediatamente intentó sofocar con el chorro de agua con orín. Alguien lanzó un proyectil a una pata del arácnido, haciéndolo renguear. Apenas cojea, todo terminan por abalanzarse hacia él. La policía dispara. Todo estalló. Se armó la de Troya. Se armó la de Bogótica.
Suena otra descarga y dos granadas caen junto a la moto. Todito el gas se lo comen, mientras Spider intenta girar la moto que quedó mal estacionada. El gas invade sus intestinos, las vísceras y la glándula pineal (ni si quiera en los tropeles de la U, habían chupado tanto gas).
Después de llorar un poco y escupir una sopa de babas por un par de horas, las tripas rugen y el hambre ya se hace presente.
Arrancan y, al rodar cuadras más allá, ven una nube de humo negro que se levanta hasta lo más alto del cielo, por encima de los techos de las casas. Parece un hongo hiroshimesco, pero negro. Un poco más delgado, un poco más raquítico, cual psilocybe. ¡Mierda! ¿Será la misma moto de antes?
Al acercarse, ven la llamarada a lo lejos. Es un SITP que se consumió totalmente entre las llamas. Se acercan lo más posible para registrarlo en cámara. Quedan unas buenas pics. Unos Esmad los amenazan por estar tan cerca al bus y les obligan a retirarse. Después de pasar, disparan aturdidoras a la muchedumbre curiosa.
Se van. Navegan entre el asfalto.
—Mk, déjeme en el Monumento a la Resistencia, que hay la de parche —le dice a Spider.
—No se diga más, mi perro.
Así que gira por la Avenida Ellis-Robertson, por los edificios de Fuerte Apache y se dirige a la glorieta de Puerto Rellena.
Allí, algunas personas incineran contenedores de basura en la mitad de las calles que se derriten con la desolación. Las personas, con escudos de latón, de canecas y de señales de tránsito, colocan escombros en la calle para el inexorable enfrentamiento con la policía.
Ambos se bajan. Un poco de alcohol, de frío y de THC. Un poco de ruido, de pedreda y de lacrimógeno. Un poco sin ojos, un poco macerados y un poco de mucha sangre.
Nos vemos, mk. ¡Nos vemos!
Cuando Spider llega a casa, prende el TV, y automáticamente coloca CityTV. Devuelve la programación, ya que tiene ETB y comienza a ver las noticias, mientras escrollea el Facebook. No sólo hay ráfagas de gases, piedras y escombros, sino de nuevos videos en las redes y en los noticieros. No es el acostumbrado random informativo fútil y pueril, las redes se incendian y se bombardean las consciencias ciudadanas con videos de abuso de autoridad. Son como proyectiles de impacto cinético hacia los alienados televidentes y frenéticos cibernéticos.
La gente salió. Gritó. Se pronunció. Extenuada, profirió un basta ya a la corrupta noche. Fue un clamor disruptivo, justo y necesario.
Spider mira ambas pantallas (como si se cumpliera la premonición de Bradbury y la invasión de las pantallas en el hombre moderno), y aparecen decenas de videos de brutalidad policial, donde motorizados con relumbrantes cascos verdes fosforescentes y hombres con armaduras negras y chalecos verde estiércol, sin discreción alguna, se arrojan en manada a transeúntes, a jóvenes que corren o caminan simplemente. Los muelen a palo con saña, sin ningún resquemor, encarnizados, voleando macana, bolillo ventia’o (súbete hpta que te van a llevar a la UPJ, 24…), gas, piedra, dispersora, aturdidora, marcadora, cartucho bean bag, bala.
Era como si en todos los barrios de Bogótica salieran jaurías de perros rabiosos de casería, a destrozar con sus mandíbulas de clorobenzilideno malononitrilo y plomo. Como una recua uniformada de zombis que iban a cumplir la función de restablecer la orden de Dios y de una patria que los quiere y los necesita tanto en su abnegada y distinguidísima labor, sin recordar en que son ellos los que supuestamente garantizan la seguridad de los que eran macerados en el pavimento.
Era una especie de enfermedad fascista donde dieron luz verde para matar, sin importar si era hij@, herman@, madre o padre. Un Malignan Tumor cerebral de uniforme. Una masacre organizada.
Era la Purga en la vida real. Era una Purga legal. Una purga letal.
Transmilenios, buses y motos, llantas, canecas de basura, cajeros destruidos y comandos de atención inmediata, todos reducidos a cenizas.
No había nada que ocultar. Los medios hablaban, los políticos hablaban, los periodistas hablaban, la gente hablaba, las vecinas hablaban. Unos festejaban, otros se escandalizaban y puteaban con impotencia y ardor.
Una magnífica fotografía vuela por la red, como una mecha incendiándose. Literal. Era el CAI de Ciudad Berna en llamas, con el vidrio grafitiado con la palabra Asesinos. Buen ojo y buena lente. Spider la coloca de perfil. Y apenas lo hace, sale Ariel Ávila dando su reporte y su análisis del día.
Es impresionante ver la red inundada de videos de golpizas. Ve video tras video. Canciones. Cabecea “Hay una ley que no está escrita, la policía, tortura y asesina”, de la banda española Narco, que alguien había posteado y también la comparte. Alguien más coloca ACAB de Non Servium y Spider busca ACAB, pero de Perpetual Warefare. Lo hace más por compartir el video. El ruido de las guitarras clama justicia. Y luego suena el video de Gonorrea, de Virus-H.
Hay una leve interrupción de la realidad, cuando Spider duerme, pero eso no garantiza que el furor de la muerte haya cesado en extender sus filosas uñas por toda la ciudad.
El discurso en la mañana siguiente se ha transformado. Ahora es del vandalismo. “Todos contra los vándalos”. “¡Uyy! Esos desadaptados”. “Ojalá vengan las Aves Negras en las noches”. Inventar el enemigo. Legitimar la política de la coerción. Acá no son dos minutos de odio de ese “espantoso éxtasis de miedo y sed de venganza, [ese] deseo de matar, torturar, machacar rostros”, que narra Orwell en una de sus novelas, sino se convierte en una estrategia de mostrar los estragos en la estructura del CAI, el bus carbonizado, la pared pintada, en vez de recaer en la integridad física, en el pensamiento, en el amor, en la emocionalidad que puede ofrecer y profesar un ciudadano cualquiera. Lo inoculan por las pantallas, como si todos fueran Alex DeLarges, con los ojos inquietos y a punto de salirse, perdiendo cualquier atisbo de criterio y criticidad. La hipocresía mainstream y pusilánime.
Los noticieros afirman que la noche anterior dejó siete muertos. Jóvenes con balas en su cabeza. Algunos afirman que quedaron aproximadamente 75 heridos de bala, otros más, como doscientos, tal vez, con heridas múltiples en costillas, brazos y piernas a punta de roca o palitos para abollar ideologías. Además, se denunciaron detenciones arbitrarias en varias localidades del país y comparendos como barajando naipes. Los victimarios, pueden ser cualquiera. Quién va a identificar a alguno. Están ocultos debajo de sus trajes. Chaquetas volteadas y chalecos que tapan sus identificaciones. Tienen infiltrados que disparan puro indumil al mil.
La ciudad se ha convertido en un cementerio. El término es: la necrópolis.
Es impresionante ver el video de trece jovencitas encerradas por varios policías (del Esmad incluido), custodiándolas en un antejardín sin poder salir. Jovencitas que dicen su nombre y cédula a la cámara y se nota el miedo y el terror que las invade. Quién sabe qué pasaría con ellas, porque terminan forcejeando, estropeándolas, y acaba el video. Se denuncian también varios casos de acoso y abuso sexual otros comandos. En otro video, en Medellín, la caballería sale a dar palo ventiao a los manifestantes que corren despavoridos. En Mosquera, encierran a varias personas en una bodega sin identificación oficial, como si se tratara de un tipo de secuestro. Todo fue un tornado, una vorágine caótica, en Bolívar City, Night City, Usmequistán, La 40 Sur, Ratamahatta, Fonti, Fuerte Apache, Libertalia, Exarquia, Cité Soleil, Santa Librada.
Más de sesenta CAI desplegaron columnas de humo hacia el cielo en una libación hacia el desasosiego, la incertidumbre y la inquietud. Es un alarido del basta ya, de la saciedad, del estar exhausto en una ciudad donde, en realidad, “nadie nos cuida de los que nos cuidan”. Policías heridos, pero sin comparar la magnitud de los daños a la integridad física, salen sollozando y con algunas venditas, antes las cámaras de noticieros oficiales.
Descaradamente el máximo dirigente del Ejecutivo (de título no más, y colocado por Quorthon), visita a los policías heridos. Aquél negligente, según uno de los Danieles, da un diciente espaldarazo de seguir torturando, rompiendo cráneos, dientes y huesos, disparando bala despiadadamente y sin un atisbo de mesura o sensibilidad. Es como si no hubiera pasado nada. Un “Deje así”. Un “De qué me hablas, viejo”. Mejor me pongo una chaqueta de Policía y le doy la mano a los oficiales. Me les bajo los pantalones. Una venda en los ojos. Una mordaza. Y me dejo los hilos que cuelgan en mi nuca.
El hecho de haber quemado más de 60 CAI en Bogótica, es un privilegio que no se dan muchas ciudades. La ciudad ardió. Una hoguera colosal encendida en la bocaza de una botella de vidrio ansiando el amanecer de un incendio. Un ruido digno de haberse relatado en la novela urbana, postcyberpunk y futurista.
Daimon llegaba esa mañana, entonces Spider va a buscarla al aeropuerto.
Las avenidas siguen invadidas por esas Hell Patrol de policías apuntando metralletas con sus ojos ardientes, tal vez de balines, tal vez de balas de goma, tal vez de cromo, o de plomo, no se sabe bien. Pasan raudos desgarrando el suelo, deteniendo el tráfico e intimidando a los transeúntes. Spider, para en una de esas esquinas, toma la 26 hacia el Pizarro Leongómez y no toma la rampa de abordaje internacional, sino que toma la avenida del primer piso.
La ve saliendo entre ambas puertas corredizas que se abren a lado y lado. Llevaba un helado-malteada, sabor ácido hoffman mix, y se le abalanza apenas lo ve.
Parecen hacer el amor con los labios, mientras se abrazan como pulpos o como arañas. Se traquean las vértebras. Spider la huele en un suspiro eléctrico y se tamizan como en una obra de Jono Dry. De nuevo las almas mellizas.
Apenas arrancan, al otro costado de la avenida, una nueva Hell Patrol persigue a una muchedumbre.
Daimon se levanta el visor polarizado.
—Qué miedo, ¿no? —pronuncia Daimon, mientras lo abraza fuerte hasta el pecho—. Es el mero Estado de Sitio.
—Sí, mamacita. ¡Está redenso! Los manes van parando el tráfico así a lo mal hecho, y van apuntando a cualquiera a lo malditeasea. ¡Qué gonorré!
Recorren gran parte de la esquizofrénica ciudad. Van observándolo todo. Parece una ciudad donde hay más locos fuera de los manicomios que dentro de ellos. Colocan Power Trip en el intercomunicador. Toman la Autopista Chaparro Madiedo que bordea por encima la represa de Tisquizoque. Van descendiendo a toda velocidad, al igual que el sol artista, que va pintando el cielo de un rojo anaranjado. Daimon le señala a Spider las tres caídas abismales de agua que alimentan la represa. Gira un poco la cabeza y un extenso ¡wooow! de asombro es lo único que podría pronunciarse ante aquel natural espectáculo. Frenan un momento. Se detienen detrás de la espesura de la selva. Olía a verde. Observan el follaje de las montañas, unas colinas repletas de exuberante vegetación y de grandes rocas que forman cuevas para refugiar a los enamorados. Se quedan contemplando y observan una ráfaga resplandeciente de un verde esmeralda. Es un destello mágico que proviene de los multiversos más recónditos.
Ambos quedan atónitos ante esa señal del destino. La estupefacción es imperecedera. Es una pausa y un descanso ante la corroída y delirante situación.
—Mira, empezaron a salir las estrellas —señalaba Daimon, mientras empezaba a contar las primeras que salían. Spider vuelve a la velocidad. Enciende de nuevo la moto. La Speed Metal Sentence.
Mientras pasan por la cuarta planta del viaducto-glorieta que comunica la Autopista Chaparro Madiedo de la Urbe Dostoievski, Spider ve las luces proyectadas de un restaurante. Le dice a Daimon que necesita escribir.
Paran entonces en el restaurante Haratischwili, frente a la torre de Ponte City y ahí comienza a escribir. Damoin pide un par de pizzas mexicanas con salsa showy, pero Spider ni la prueba. Se pierde entre las letras. Un océano de letras. No. Es una cascada de palabra tras palabra. No es sólo la acción de la escritura, es un perfomance donde se encuentran todos los elementos de la química universal.
—Esto debería ir para “Odio todo esto” —cavila Spider sin pensar mucho.
—Nada, Spider, ya no trabajas en La Palabra. Escríbelo para Las2orillas, y lo posteas en Le Journal.
—¡Cierto! ¡Cierto! ¡Mentiras! —Se rasca la cabeza y le da un mordisco gigante a la pizza.
Daimon sigue mirando su celular.
—Oye, mira esto… —le muestra el celular, mientras le va contando: —El mismo CAI que estaba ardiendo ayer en Christiania, ahora tiene libros y murales. ¡Mira! Pintaron a Julieth Ramírez.
Spider vio la noticia. Quiso entonces llevar El Suspiro Eléctrico. Quería tomar unas fotos de la novela en esa biblioteca. Caería como anillo al dedo. Además, estaba con Daimon, la bella fotógrafa. El Suspiro junto Fahrenheit 451, en un CAI que fue incendiado. O junto a 1984, Un mundo feliz o cualquier clásico como Verne o, Lovecraft o Poe. Suspendió el artículo.
—Ojalá no lo ayan a incendia otra ve. Vamo rápido ante de que arda —pronuncia, mientras masca el último pedazo de la pizza. Suben a la moto y cruzan el cerro de Suba.
No fue así. Al final de la Pusher Street, encuentran una calurosa reunión de jóvenes que cantan, rapean, pintan y preparan un canelazo (o tal vez es un caldo) en una hoguera que ameniza el atardecer que yace y presencia “la noche que llega”. Kei Linch, estilosa, luciendo una chaqueta de cuero roja con una píldora mitad blanca, mitad azul (GOOD FOR HEALTH, BAD FOR POLICE) en su espalda, improvisa en el techo del achicharrado CAI. Los muchachos de CL4ND3ST1N0 van customizando sus paredes: “COLOMBIA ES GENOCIDIO”, o “NOS ESTÁN MATANDO” (“Nos están matando, nos están masacrando, aplastando y fusilando… ¿Hasta cuándo?”, rimaría Liel Bardo), y por supuesto, el viralizado grafiti ACAB.
—All Cops Are Bastards —dice Daimon, mecánicamente.
—¡No! Es All Clítoris Are Beautiful, —Replica Spider y Daimon carcajea.
—Quedaría chimba también Abajo los CAI, Arriba las Bibliotecas —termina.
Muy bello para ser cierto. Muy utópico. Pero sería genial. Realmente tomar las armas que se deberían tomar: los libros, los micrófonos, los aerosoles, las gaitas, guitarras y tamboras.
Suena La Sentada de La Muchacha y algunas de Calle 13.
Y lo que es estar en el lugar y en el momento indicado.
Mientras Daimon tomaba fotos y Spider, dentro del CAI, colocaba la novela entre los libros que ya reposaban sobre el mesón incinerado, una chica ojiclara se le acerca con un celular y le pregunta cuál era su interés por los libros. Spider contesta que dicta clases en la Universidad y que es un adicto a leer y escribir. Y entonces ella le pregunta que si le puede hacer una entrevista. Le contesta que claro, que cómo fue.
Ella le dice que es para CityTV o Canal Capital, algo así. ¡Woow! Re bien.
Daimon le dice que deje el libro ahí. Donado. Y se van de allí.
Mientras comen un par de hamburguesas en el Punto Burguer del Distrito Igorrr, Spider le dice a la vecina que atiene el lugar, que si puede colocar CityTV. Ya eran como las eight o’clock.
Se quedan esperando y pasan en vivo las imágenes del CAI. La reportera, que se hacía llamar Beke Jacoba, presenta y la nota y hacen el paneo sobre la galería de libros. Resplandecen las letras del título. Brilla el rojo del Daimon que aparece en primera plana. Una cuña publicitaria en CityTV, magistral, excelsa y exquisita. Ambos sonríen. Las chocan.
Spider termina el artículo, que es este mismo artículo. Lo postea en redes.
Nos vamos al apartamento.
Después de mirar la entrevista en Canal Capital, no se hace esperar el volcán de placer, babas, alcohol y éxtasis. Nos extrañábamos.
Al otro día, de nuevo atrapados en la red.
Notiteres 24 reporta 13 muertos en total hasta la noche de ayer. Capta en vivo cómo una joven pierde uno de sus ojos, en uno de los enfrentamientos. Los testigos hablan de haber sido acribillada directamente por una marcadora de un agente que se escondía tras una caneca de basura. Ante la estupefacción, la chica parece absorta. Pero al comentario de algún chismoso de que perdió el ojo, la mujer entra en pánico. El escándalo, la desesperación y la melancolía es tal que se interrumpe la transmisión. Luego aparece Democracio con la chica en el hospital, denunciando la falta de atención ante tal urgencia, pues aún no la habían atendido.
La calavérica huesuda, que había sustituido su túnica oscura por chaqueta verde fosforescente, y su oz por una macana, se burla descarada y se ufana desde su poltrona mientras mira su celular de ultratumba. No era Dios sino la muerte quien jugaba a los dados. Era como una invocación Come to the Sabbat de Thokkian Vortex en un llamado ritual nefasto y mortal.
El rostro de Julieth Ramírez, la estudiante del Sena a punto de cumplir diecinueve, y que fue asesinada de un balazo en la garganta, comienza a desleírse detrás de una pintura verdosa sin alma. La misma policía comienza a borrar el arte que hacía algunas horas se había enaltecido en los muros del CAI. ¿Cómo alguien, obedece una orden de tal índole? ¿Cómo alguien es capaz de destruir la creación humana artística? Irónicamente, la foto que se registra y que se viraliza, muestra cómo el tombo amordaza la boca y los ojos de la víctima con la pintura que comienza a tapar la verdad.
Se cambió la quema, por la cultura, el arte y la literatura, y ni por ésas. Por ahí dicen que “bala es lo que hay”, y bala es lo que va a haber. Se debe destruir, se debe ser cuadriculado, nada de alternatividad, otredad, creación y tolerancia. Nada de diversidad ni de inclusión ni de educación. La democracia se derruye y se empolva en los tratados y tesis de académicos. Es la mayor ficción de la modernidad. La falacia del ideal platónico.
Esto es algo inédito. Nunca antes visto en Bogótica. En El Bogotazo, no existía aún. Tantos años viviendo acá y es la primera vez que suceden hechos en tal magnitud. De la masacre de Rojas Pinilla, no hay muchos recuerdos ni datos. ¿Asesinatos…? Claro. Tal vez aislados, Diego Becerra, Johnny Silva, Nicolás Neira, Dilan Cruz (el más reciente, entre muchos). Por sólo hablar de Bogótica. Porque si se habla de todo el país, y de las masacres, de los desaparecidos, de las víctimas, falsos positivos y de los magnicidios, se tendría que escribir un libro completo, de la extensión de la Biblia o del Corán. Y por no hablar de despojo de tierras, desplazamiento y demás.
Se publica la moción de censura en el Congreso. El ministrico de Defensa habla de individualizar los casos y de manzanas podridas.
El testimonio real del amigo de Javier Ordóñez los deja sin palabras. Es realmente desgarrador.
La mamacita de Katherine Miranda dice que van más de mil los casos denunciados por abuso de autoridad, en lo que se lleva este año. Sólo en la ciudad. Entonces no se puede hablar de manzanas podridas, ni la caja completa. Es una lógica sistemática, una doctrina, donde los mismos que pertenecen a la institución son víctimas sin darse cuenta.
Majo Pizarro abre su intervención diciendo que era Crónicas de una Masacre Anunciada. Que aquellos que afirman que sólo fueron manzanas podridas, pues son también entonces manzanas podridas. Aboga que se necesita realizar una minga general, con toda la gente, que la gente apoye y obligue, en cierta manera a presionar, para que se vote una Reforma Policial. “¿Le creemos, o no le creemos a la alternativa democrática?”
Los últimos días, han sido por antonomasia, un delito sistemático de gravedad y de lesa humanidad, con dolo. Un escupitajo a los derechos humanos. Colombia está lacerada y su Constitución ultrajada. No se puede creer que esta patria, en surcos de dolores, soporte más. Los perpetradores, sin paradero alguno. Volados de la justicia. Los que estaban en la ley, ahora están fuera de ella. ¿Y de los otros asesinos? Nadie habla de ellos. Amenazas, persecución, constreñimiento y coacción.
¿Las cifras…? ¡Están! Queda una mala sensación. “Un sinsabor amargo”, diría un “sabio” del deporte. Hay un desprestigio y una desconfianza generalizada.
El policía bueno, se verá tan sólo en Hollywood; lo cierto es que acá, presuntamente, se dice, jaja, son pandillas uniformadas, que roban, violan, trafican, extorsionan y golpean. No tiene que pasarse por un tribunal o fiscalía para verlo, saberlo o entenderlo. Los videos hablan por sí solos. Obvio, no hay que generalizar. Además, lo que acá se escribe es mera ficción, como si estuviéramos en el País de las Maravillas. Todo fue un sueño de Alicia.
Ya se apagaron los CAI, pero la llama de la letra no se apagará por el momento. Estamos en un país donde no se puede hablar ni expresar, pero pues nada. Basta ya de temores y arrepentimientos. Los dedos han de seguirse moviendo para digitar ideas y dar testimonio y memoria.
Ahora miro todo desde la barrera. Tampoco podría quedarme tan solo viéndolo por los medios, o las redes. El deber es denunciar. El deber es crear.
Escribir es lo que me da vida y memoria. Escribir es mi existencia.