Jamás me imaginé que un presidente colombiano fuera a avalar, delante del foro más prestigioso del mundo, algo tan nefasto y que tanto daño le ha causado a Colombia como el negocio de la cocaína. Lo que dijo Gustavo Petro en la ONU es indignante, insensato, absurdo y, sobre todo, preocupante.
Todos estos adjetivos se pueden resumir en el siguiente pasaje del discurso: “¿Qué es más venenoso para la humanidad, la cocaína, el carbón o el petróleo? El dictamen del poder ha ordenado que la cocaína es el veneno y debe ser perseguida, así ella solo cause mínimas muertes por sobredosis”.
El interrogante que se plantea Petro, además de ser de pésimo gusto, carece de todo valor ético. Por mucho daño que aporte la explotación de carbón y petróleo a la crisis ambiental de hoy, no es ético darle un aire de “legalidad” a un negocio absolutamente ilegal que ha acabado con la vida de millones de personas en todo el mundo. Utilizar la actual crisis climática para reducir al mínimo toda la red de veneno que ha generado el negocio de la cocaína es absurdo e indignante, sobre todo cuando tal lógica proviene del representante de un país que ha sufrido el flagelo del narcotráfico como ningún otro.
Sin embargo, no todo el mundo siente esta indignación. Los incondicionales seguidores del presidente no se demoraron en asaltar las redes sociales elogiando la insensata diatriba de Petro e incluso, por estos lados, hay quien dijo que se sentía orgulloso como colombiano por la intervención del presidente.
Yo, en cambio, no solo me siento avergonzado e indignado como colombiano sino que también me deja muy preocupado la forma en que Petro le acaba de decir al mundo, sin que le temblara la voz, que el negocio de la cocaína no es tan malo como lo pintan y que la culpa de todo recae en ese maléfico norte que está empecinado en destruir nuestro planeta.
Petro critica el afán de consumo y los vacíos existenciales de los países del norte pero no dice nada de su propia sociedad, aquella en donde se ha arraigado la figura del “traqueto” y en donde la cultura del “vivo” engendró y sigue engendrando a seres como Pablo Escobar que hace mucho tiempo se dieron cuenta que procesando esa mata sagrada se podía montar el negocio más lucrativo del mundo.
¿Y de eso qué hay que decir? ¿Cuándo será el día en que un líder latinoamericano deje de apelar a este paupérrimo victimismo histórico y acepte, de manera honesta, que efectivamente hay algo que no funciona en nuestras sociedades y que de nada sirve mirar para afuera si no somos capaces de mirarnos por dentro?
La utópica protección de la selva a la cual llama Petro no es viable en Colombia si esta facilita la proliferación de la coca. Digamos las cosas como son: Colombia no tiene ni la cultura ni las instituciones necesarias para permitir que la hoja de coca crezca libremente en nuestras selvas. El negocio de la cocaína, con toda su ilegalidad, con toda su explotación, con todos sus muertos y con toda su criminalidad sigue siendo parte integrante de la sociedad colombiana. Sería ingenuo pensar que de la noche a la mañana los mismos que impulsan este negocio se van a dedicar a exportar bolsitas de té de coca a Estados Unidos o Europa.
El discurso de Petro no solo es indignante sino también ingenuo e irrealizable. Es cierto que la guerra contra las drogas ha sido un fracaso. Sin embargo, los problemas del mundo y de Colombia no se van a resolver diciéndole al norte que hay que pensar “en menos ganancias y en más amores”. Estas frases inútiles están mandadas a recoger y ciertamente no pueden ser usadas para enmascarar aberrantes apologías como la que acaba de recitar Gustavo Petro ante las Naciones Unidas.