La paz total como estrategia para terminar definitivamente la violencia política, social y criminal propuesta por el gobierno del presidente Gustavo Petro es un diseño complejo e innovador que encaja con la naturaleza del actual conflicto armado colombiano asociado con un “tercer ciclo” de la arraigada violencia colombiana; además de los manidos ataques de la ultraderecha uribista, la misma ha sido objeto de una visceral arremetida del santismo, incluidos sus socios de las ex Farc de Timochenko y cia, alarmados por loque puede sobrevenir con este nuevo proceso de diálogos y negociaciones.
No se requiere mucha tinta para demostrar que los acuerdos de paz de 2016, firmados entre el gobierno del señor Juan Manuel Santos y sus delegación en La Habana (Jaramillo, de la Calle y Cristo) le dieron forma a lo que en la teoría de las negociaciones de conflictos y la propia polemologia se conoce como la “paz imperfecta”; en efecto, tanto por el desconocimiento del pacto inicial firmado en La Habana con la presencia de Jesús Santrich e Iván Márquez (incluidas las salvedades), como por los acuerdos hechos con el uribismo después del fracasado plebiscito santista (y neoliberal), así como por la propia desconfiguración del interlocutor del Estado: una guerrilla (Timochenko, Lozada, Catatumbo, Alape, Granda, Ramírez) cooptada por las prebendas del sistema neoliberal y corrupto, esa paz estaba condenada a ser una caricatura de un verdadero tratado de pacificación, así sus artífices (Santos, Jaramillo y de la Calle) se empeñen en mostrarla como la más excelsa expresión de la paz en todo el mundo.
En realidad es un mamotreto santanderista y tedioso que se prestó para que después lo hicieran trizas, como ocurrió durante el régimen de Iván Duque, luego de ser atacada por todos los flancos por el exfiscal Néstor Humberto Martínez, que se dio mañas para entramparla con perfidia con la DEA mediante artimañas traidoras que llevaron a la cárcel a Santrich y al quiebre del texto del acuerdo, provocando también el repliegue de Iván Márquez, el Paisa, Romaña y otros líderes guerrilleros que identificaron tempranamente la estratagema de Jaramillo, de la Calle y del exfiscal de marras para extraditarlos, empujando su posterior decisión de reorganizarse en una fuerza neoinsurgente denominada Nueva Marquetalia; con el antecedente de la negativa del Frente Primero liderado por Iván Lozada, Gentil Duarte, Cadete, Jonier, Calarcá y Hermes Boyaco, de marginarse de la firma de tal documento por no compartir la precipitada entrega de armas y la falta de garantías en la implementación de los consensos, pasando a organizar, después de la Conferencia del Yari, un nuevo campo de la resistencia campesina y popular conocido como Farc EP con su Estado Mayor Central que retomo los documentos originales de la fundación y organización de las guerrillas revolucionarias de Manuel Marulanda, Jacobo Arenas, Raúl Reyes y Alfonso Cano, con base marxista y leninista.
Con tales antecedentes es que el candidato presidencial Gustavo Petro hace una nueva propuesta de paz durante su campaña electoral, pues así lo demandaba el clima de violencia del posconflicto plagado de masacres, neoparamilitarismos, el exterminio sistemático de líderes sociales, la destrucción de los acuerdos y la masiva corrupción con los dineros de la paz; con esa formulación, ya en la presidencia de la república, el nuevo jefe de la Casa de Nariño lanzó su estrategia de “paz total” para involucrar a todos los actores del conflicto mediante diálogos y negociaciones con las guerrillas del ELN, las neoinsurgencias de las Farc, el EPL, y el acogimiento judicial de las bandas criminales asociadas con el negocio de las drogas como los urabeños, la Oficina de Envigado, los Mesas, los Trianas, los Pachencas, los Rastrojos, Fatimas, los Pachelis, etc.
La paz total que en estos momentos lidera el Comisionado Danilo Rueda, un talentoso y veterano mediador de conflictos con amplia experiencia en acciones humanitarias, por supuesto, no implica el abandono de la paz santista de 2016, especialmente en lo atinente a los compromisos con la reforma rural integral, la democracia ampliada, las garantías a la protesta social y la despenalización de las drogas, temas todos que el gobierno del Pacto Histórico se ha comprometido a ejecutar para honrar los compromisos del Estado; pero tampoco se limita a este ámbito, pues, esta claro que una negociación con el ELN, con las neoinsurgencias de las Farc y con los otros grupos guerrilleros incluirán nuevos ingredientes orientados a los cambios profundos que demanda la sociedad colombiana y el Estado. La “paz total” implica un ataque a fondo a la corrupción y a sus agentes promotores vinculados con la vieja y nueva partidocracia que quiere desviar los anhelos de cambio del pueblo colombiano en el marco de la nueva gobernabilidad que esta permitiendo a los viejos lobos del clientelismo y de la burguesía burocrática reproducirse aprovechando las inevitables alianzas y acuerdos de coyuntura para garantizar la estabilidad del gobierno del presidente Gustavo Petro.
La “paz total” ya ha explicitado sus piezas centrales y ha dado pasos muy importantes con tendencias a consolidarse entre la opinión pública. Los ataques de la ultraderecha uribista, del santismos y de los tránsfugas de los Comunes, conformado por Timochenko y su camarilla pretenden sabotearla y bloquearla, pues están casados con el viejo sistema de poder que el presidente Gustavo Petro quiere dejar atrás con un nuevo modelo como el que ha anunciado en su histórico discurso ante la Asamblea de la ONU que proyecta una nueva izquierda latinoamericana comprometida con la Amazonia, con la justicia social y la despenalización de las drogas.
La “paz total” tiene toda la coherencia y consistencia para afianzarse como un eje central del actual gobierno; la que ha mostrado límites, fallas y desviaciones es la paz neoliberal y burocrática del señor Santos y sus compadres de la Mesa de La Habana.
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