Contrario a lo que se pueda pensar una de las pocas cosas buenas que le ha traído el cáncer para Ana Vargas es descubrir que es muy cómodo no tener pelo. Cuando se tienen esos ojos grandes y verdes todo luce, hasta la calvicie, algo que no puede decir su jefe, Julio Sánchez Cristo. En la W esta norteamericana criada en República Dominicana ha encontrado su nicho, su familia. Además la comprensión. Hace 15 meses, cuando aún estaba embarazada de Miranda, la única hija que ha tenido con el venezolano xxx, un publicista al que conoció hace nueve años en una discoteca en Miami, sintió un bulto en su seno. Al principio creyó que era un ducto de leche. Tuvo a la niña con algunos sobresaltos. El bulto desapareció.
Pero regresó. El bulto regresó. Esa noche, en la que notó su regreso, la pasó en claro. El bulto no se iba, así que le tocó ir a donde su médico en Miami. Le recomendó una prueba de ultrasonido. Los exámenes fueron de una contundencia desgarradora: tenía cáncer. Desde entonces es una presencia muda y perturbadora que constata las incertidumbres de la vida.
Y nosotros, los que la seguimos, no sabíamos. Siempre con su buen humor, siempre iluminando nuestras mañanas en la W. A veces su voz no se sentía. Eran los exámenes, era la quimio. Nunca le dijo nada a su jefe pero Julio preguntó y desde ese momento sus horarios son flexibles. Ana tiene la libertad para entrar cuando su cuerpo y sus horarios lo permitan. Fue el video, publicado el pasado cinco de septiembre, que alertó a los fanáticos de la W. Muchos se impactaron no tanto por la desgracia sino por lo que ese video irradiaba. Ese rostro a lo Sidney O’Connor. Ese rostro y esa voz sacado de otra época. Escucharlo era meterte en otro estado espiritual.
Y pensar que Ana Vargas no da clases de espiritualidad por su enfermedad. Tan sólo les pide a las mujeres que se hagan chequeos a tiempo, que no suceda lo que suele pasar con vidas tan agitadas como la suya: no tener tiempo ni siquiera para hacerse un chequeo, para tocarse, para saber que se está bien. Su consuelo es Miranda, su esposo y su trabajo. Ana es afortunada, es de las pocas personas en este continente que se ganan la vida dándole rienda suelta a su pasión. La radio la saca de este mundo y le quita todos los problemas. No piensa en nada si está frente a un micrófono. Por un momento deja de pensar en ese invitado indeseado que se ha alojado en su cuerpo. Antes de que nuestra Ana –porque es nuestra, desayuna con nosotros, nos despierta- aparezca en la W la llaman de la producción y le preguntan si está bien. Si lo está lo hace. Y es igual de optimista de siempre. Su voz exuda colores y nos pinta el gris de nuestras vidas.
Pero a veces el cansancio de la quimio la agobia. A veces se acaban las razones para seguir. Tiene 33 años y la lotería de la vida –como si fuera la lotería de Babilonia de Borges- la premió con una enfermedad de la que quiere salir. No reza tanto sino que cultiva el espíritu y le sirve. Le sirve es leer La búsqueda de la vida de Victor Frankl.
Y cuando tiene fuerzas es una presencia. Este video es el que mejor la describe. Este video la pinta de entero. Y si, hay Ana Vargas para rato:
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