"El pobre senadorcito": La vida privada de cualquier persona se engloba en el componente de la libertad bien entendida.
Cuando las acciones, ejercidas en el ámbito de los derechos, no irrumpen violentamente sobre el devenir de los demás, se mantiene el respeto irrestricto a la búsqueda del bien común y la evidente aplicación del principio de la alteridad.
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La libertad más preciada es aquella que corresponde a tu intimidad, a como se materializa el ejercicio de tu intimidad y la satisfacción de tus deseos; es decir, que, a nadie, fuera de tu habitación le debe importar cómo ejecutas tu sexualidad ni con quien lo haces (a menos que esto implique una relación abusiva, violatoria de la inocencia y no consentida con un menor o forzada con un adulto).
En fin, que si alguien, como el excelentísimo senador se va de paseo a Cartagena y decide echar una canita al aire con una persona que (libremente o por coacción) ha decidido comerciar con su cuerpo, no habría ningún problema (desde lo moral habría que analizarlo, pero desde lo humano es algo que deberíamos entender).
Pero, cuando se hace disfrutando de los groseros privilegios del poder, cuando se intenta violentar las normas de un establecimiento hotelero y, para aderezar el entuerto, terminas insultando a los agentes de la Policía Nacional (con excusas que nacen de los vapores de una mezcla indeterminada de bebidas espirituosas), de ahí en adelante, eso es solo, puro y simple libertinaje, abuso de poder y una clara muestra de cuan bajo hemos caído política y moralmente.
Y, una acción que, evidentemente, debería traer consecuencias jurídicas se resuelve con más impunidad: un apretón de manos, una disculpa, una llorada (porque el pobre está sometido a mucha presión) del senadorcito y ya, todo está olvidado.
Pruebe usted, ciudadano anónimo, hacer lo mismo y, mínimo, lo enchironan por unos cuantos años. Y si el senadorcito desea saber qué es vivir bajo presión que sufra el día a día que todos nosotros, los ciudadanos de a pie, sufrimos en este país dejado de la mano de Dios y en las garras de lo más selecto de la ineptitud política del “cambio”.
Vamos a decrecer, hasta la miseria siempre:
Nuestra pintoresca empleada pública, la ministra de Minas, icono de la moda y fruto de la improvisación política, llama a los países desarrollados a decrecer, a navegar en el maravilloso y utópico mundo del ideario, de una filosofa devenida en ingeniera, que cree que el secreto de la prosperidad es lo contrario de lo que indica el sentido común.
No solo eso, la señora cree que participar en un foro público es igual que estar en un salón de clases de primaria y, como “docente” llama al grupito ese, que está comentando las barbaridades de la profe, a que se callen sin, como haría una buena docente, solicitar al grupo que le hagan comentarios o que opinen libremente.
Pero eso lo demostró en la rueda de prensa cuando de dos preguntas, debidamente argumentadas por el periodista, solo atinó a responder, en medio de su ignorancia supina del tema que eran muchas preguntas y que, mejor, lo dejaban hasta ahí, para hacer, vergonzosamente mutis hacía la izquierda.
Pero es el tema de decrecer lo que llama la atención, es ese mensaje inherente a dejar de crecer en el ámbito económico sin ofrecer una explicación lógica en medio de un mundo complejo como ese donde nos ha tocado vivir.
En épocas más amables, cuando éramos un puñado de seres viviendo en un ancho y desconocido mundo, la convivencia con el medio ambiente era más sencilla. Nuestros ancestros vivían en pequeños grupos que recolectaban lo necesario para vivir; pero, señora ministra, estamos en un mundo distinto.
Decrecer no es la opción; enfocarse en soluciones tecnológicas, científicas y de evolución social es más lógico que decirle a la humanidad que se abalance en una caída al vacío hacia la miseria y el hambre.
Si la señora ministra sacara su cabeza de los místicos y complejos textos filosóficos y se leyera unos libros de economía (pero de verdadera economía, no los de la vulgata marxista); algo de historia y se empapara de un poco de realidad.
Tal vez reconocería, que la idea no es decrecer, sino enfocar esfuerzos en una educación orientada a la investigación, a la tecnología y al desarrollo de nuevas generaciones de nuestros jovenes que se dediquen a buscar alternativas de crecimiento y equilibrio entre lo económico y lo humano.
Tal vez no tenga los títulos de la señora ministra, pero desde la lógica, es mejor buscar la mejora, el crecimiento y el desarrollo que, como muchos los de la izquierda recalcitrante creen, orientarse a que todos seamos pobres y miserables mientras la elite (a la que usted, señora ministra, pertenece) disfruta de los privilegios groseros que la ignorancia del pueblo les concede por voto popular.