Tomaré la acción de conquistar en su definición elemental: apropiarse de algo. No se puede conquistar lo que no tenga dueño. Conquistar un territorio es despojar a sus habitantes: quitarles la tierra, herirles la cultura, derramarles la sangre. El conquistador llega para atacar; los habitantes deben defenderse.
Hay otra definición de conquista, expresada en el Diccionario de la lengua española: «Lograr el amor de alguien, cautivar su ánimo». Por supuesto, este no fue el accionar de Sebastián de Belalcázar.
El alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, publicó en su perfil de Facebook que «en los próximos días se reinstalará la Estatua de Sebastián de Belalcázar y tendrá una placa adicional con esté [sic] texto redactado por la Academia de Historia» (la fotografía de la placa nos revela el texto):
Los caleños herederos de nuestros antepasados indígenas grabamos aquí, en este pedestal de la estatua del fundador de Santiago de Cali, Sebastián de Belalcázar, nuestra voz de reconocimiento y exaltación en homenaje al valor y heroísmo que ofrecieron con su sangre los pueblos indígenas de la época, y los proclamamos como ejemplo de sentimiento y amor patrio. Ellos resistieron y murieron con honor defendiendo su territorio y su cultura de la violenta conquista española, quienes llegaron en busca de riquezas y poder. Entre otros fueron: Timba, Guales, Xamundí, Bichicama, Amayme, vixes, Mulahaló, Cachibí, Ambichinte, Bitaco, Dagua, Yumbo, Lile, Hucache, Bolo, Pance, Palo y el cacique Petecuy.
(Alcaldía de Santiago de Cali; Academia de Historia del Valle del Cauca, 2022)
No entiendo cómo la Academia de Historia del Valle del Cauca concibe reconocer y exaltar el «valor y heroísmo que ofrecieron con su sangre los pueblos indígenas». ¿Ofrecieron a quiénes?
Los pueblos indígenas no nos ofrecieron ni valor ni heroísmo ni mucho menos su sangre. Los pueblos indígenas se vieron en la obligación de defenderse y ofrecerse para sí mismos el valor y el heroísmo de evitar su propia muerte, de luchar contra el conquistador.
La sangre tampoco se ofrece, excepto para una transfusión. La sangre de estos pueblos la derramó la violencia de la conquista, y no encuentro razón para exaltar este hecho.
«Los proclamamos como ejemplo de sentimiento y amor patrio». ¡El cliché no podía faltar! ¿Cuál patria? ¿La fundada sobre la sangre que «ofrecieron» los pueblos indígenas durante la conquista? ¿Cómo es posible que se les proclame ejemplo de sentimiento y amor patrio a los pies de Belalcázar?
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En seguida, se dice que «Ellos resistieron y murieron con honor defendiendo su territorio y su cultura de la violenta conquista española». Nombrar esa violenta conquista española parece la aceptación necesaria de una verdad, sin embargo, pierde cualquier sentido reivindicativo después de referirse al ofrecimiento de sangre con valor y heroísmo y a la sospechosa proclamación del sentimiento y amor patrio.
Esta patria todavía no ha sabido responder a los rezagos de exclusión y de violencia iniciada en la conquista y la colonia, esos rezagos impregnados en la historia de nuestro presente, y aun así en esa placa conmemorativa se tiene la ligereza de proclamar a los pueblos indígenas como ejemplo de sentimiento y amor patrio.
La contradicción es tan evidente que aterra que la haya redactado la Academia de Historia.
Esa placa no conmemora nada. Esa placa no reivindica nada. Esa placa es más bien una lápida que dice: «Aquí, a los pies del conquistador, nombramos a los que intentaron defenderse».
Esa placa es un recitado de cursilerías patrióticas. Así, la conmemoración es un pie de página en el monumento a Belalcázar: una conmemoración al pie del conquistador.