Hay dos excelentes textos que reflejan una idea romántica del crimen, donde el arrepentimiento y la redención son el motivo de sus personajes principales para seguir adelante; la aceptación de la culpa y la liberación frente a enfrentar una larga condena para librarse del remordimiento o el cumplir la condena y encontrar el buen camino como la vía más expedita de la redención. Estas dos novelas de la literatura clásica son “Crimen y Castigo” del genial Fiódor Dostoyevski (1821 -1881) y “Los Miserables” de Víctor Hugo (1802 – 1885).
Crimen y Castigo:
En “Crimen y Castigo” el personaje principal es Rodia (Rodión Raskólnikov), un estudiante que vive sumido entre la pobreza y las deudas para mantenerse en la fría y despiadada ciudad de San Petersburgo; este, para poder sufragar sus gastos acude a su casera, Aliona Ivánova, que también es una usurera, para empeñar los pocos objetos de valor que posee. En medio de su desesperación, Rodia, un joven por demás inteligente, se entera que su hermana va a contraer nupcias con un hombre al que no ama para lograr salir del estado de miseria familiar en la que viven ella y su madre. Esto, y una gran frustración interior, lo llevan a planear y ejecutar el asesinato de Aliona Ivánova y el posterior robo de los bienes de la despiadada arrendadora y prestamista.
Rodia comete el crimen, pero, para empeorar la situación termina asesinando también a Lizaveta, la hermana de Aliona; y, por esto, más allá de la justificación que Rodia se da a sí mismo respecto a la inutilidad que tiene la vida de un ser despreciable como Aliona, es el asesinato de Lizaveta el que comienza a generar en él un profundo desasosiego. Por otra parte, Rodia, se cree parte de un grupo que denomina “seres superiores” que tienen el poder de quitar la vida; pero, aun así, los remordimientos lo atormentan. En medio del delirio y la lucidez reconoce que debe entregarse a la justicia y purgar su culpa.
Los Miserables:
En la siguiente obra maestra de la literatura, “Los Miserables”, el personaje de Jean Valjean es condenado a trabajos forzados por robar un pan para alimentar a su familia que desfallece de hambre. Cuando sale del presidio, donde fue vigilado por un inflexible agente del estado, el inspector Javert se enfrenta a la dureza del trato de la gente que lo trata como un apestado por haber estado en prisión. Jean Valjean no carece de motivos para odiar a esa sociedad que lo ha destruido espiritualmente; es un ser resentido y endurecido por la miseria y el dolor.
Pero todo cambia cuando Monseñor Bienvenido le da una lección de amor y humildad en una de las escenas más conmovedoras del libro. De ahí en adelante Jean Valjean se transforma en un ser que no dudara en dar lo mejor de su existencia para ayudar a los demás, para ofrecer su vida por otros y para tratar de reconstruir su existencia desde la moralidad y la solidaridad. Pero el fantasma de su pasado, encarnado por un implacable Javert, lo perseguirá sin tregua.
Jean Valjean se transforma, en medio de las vicisitudes, en el tutor de una pequeña niña, Cosette la hija huérfana de Fantine (acaso el personaje que, aparte de Valjean, nos conmueve más en la historia) y lucha incansablemente por huir de la inhumana asechanza de Javert. Todo culmina con la salvación de Valjean frente a un Javert que, acosado por su miseria, termina arrojándose a las turbias aguas del Sena en medio del remordimiento generado por haber acosado a un hombre redimido como lo era Jean Valjean.
Realidad:
“El nuevo ministro Néstor Osuna propuso que el ladrón devuelva el celular a su víctima y pague seis meses del plan telefónico” (Fuente: https://www.infobae.com/america/colombia/)
Las novelas comentadas anteriormente, más allá de su labor como espejo de una realidad romantizada por sus autores, y, a pesar de su hermoso mensaje de redención y aceptación de las consecuencias inherentes a los actos criminales de sus protagonistas no se acercan mucho al escenario donde un malhechor se roba un pedazo de pan (Los Miserables) o un cubito de caldo concentrado para alimentar a su familia (nuestra triste realidad) o aquel en que un personaje, en un ataque delirante de superioridad, asesina a una usurera y a su hermana (Crimen y Castigo) u otros individuos, también creyéndose superiores ideológica y moralmente, vuelan por los aires a una comerciante con un collar bomba en medio del estupor de la población que veía los angustiantes instantes finales de la víctima y el agente antibombas que intentaba salvarle la vida (de aquellos crímenes impunes que cometieron las FARC).
Todo esto va al caso de un funcionario del nuevo gobierno que, no sé si en medio de una ignorancia supina de la realidad o por simple ingenuidad, habla de “justicia restaurativa”. Y es que de las dos obras maestras de la literatura a la terrible realidad de unos delincuentes capaces de apuñalar o balacear a un ser humano para robarle sus pertenencias (celulares u otros bienes) hay un gran camino por recorrer. En el caso del malandrín que le roba el celular, señor ministro, no lo hace por hambre, créame, a veces andan con buena ropa (de marca) y excelente calzado (tenis) y solo desean lucrarse con la acción criminal que ejecutan; tal vez por ser parte de un grupo organizado o simplemente para atiborrarse de drogas ilícitas. El que fletea (modalidad de robo de seguimiento y atraco armado) no está tomando el fruto de su acción delictiva para alimentar a sus hermanitos que desfallecen de hambre en alguna olvidada comuna de Medellín; no, eso es para disfrutar de algo de sexo o de una buena dosis personal de alucinógenos.
Pero, el señor ministro, en medio de su romanticismo izquierdoso y fruto, tal vez, de haber leído estas dos obras literarias; imagina a los delincuentes como Jean Valjean o Rodia, llenos de amor y, claro, víctimas de una sociedad que no los comprende y los ha maltratado (lo que puede ser muy cierto en muchos casos); pero, la verdad, es posible que al señor ministro nunca lo hayan atracado poniéndole un puñal en la barriga o un revolver en la cara; mientras, en medio de palabras soeces le increpan para que entregue el dinero, las prendas o el equipo de comunicación. En medio de esa candidez el ministro se imagina escenarios donde un compungido maleante llega a la casa del menor que falleció apuñalado por él y les entrega a los deudos un celular nuevecito con 6 meses de plan Premium. O una conmovedora escena donde el violador participa en el primer cumpleaños del fruto de su acto lascivo y le lleva a la mamá un bono por seis meses de pañales; aún más, el fletero que, en un acto de profundo arrepentimiento, devuelve el dinero mal habido con intereses y le invita un almuerzo a la víctima.
La verdad, admiro el valor literario de Los Miserables o Crimen y Castigo, pero, señor ministro, actualícese y vea “Goodfellas” o “El Lobo de Wall Street” de Martin Scorsese, o lea El Padrino de Mario Puzo, y, de remate, le sugiero ver “La Naranja Mecánica” de Stanley Kubrick para que entienda que la mente criminal es más compleja, más despiadada y que, si se sienta a conversar con verdaderos criminólogos y con muchas víctimas, se quedará de una pieza al verificar que la impunidad solo genera más violencia y una carga mayor de desolación en el corazón de aquellos que tuvieron que afrontar el dolor del asesinato de sus seres queridos o la desesperante angustia frente al puñal apuntalado en los riñones o el cañón del revolver apuntándole entre ceja y ceja.