Hace poco oí con sobresalto el relato de un hombre que dice haber sido tragado de cabeza por un cocodrilo en algún lago en La Florida. No se le entendía mayor cosa por cierto ya que tuvieron que coserle la mandíbula, salvo algunos ruidos y frases rotas acerca del milagro que lo tiene vivo, del reposo de mirar ahora lleno de dobladillos las formas más coloridas del mundo y una convicción rotunda en cuanto a que la culpa fue toda suya por perturbar sin ningún respeto el hábitat del animal.
Suponiéndolo como un pedazo de hoja rescatada de una trituradora de papeles, y hasta dudando de la veracidad de toda esta historia, del lado opuesto a tan excepcional optimismo vi a quienes padecemos ese vacío del que habla Chesterton; aquella condición que impone apreciar tan solo la espalda de las cosas. Los profetas agoreros de la muerte, quienes tendemos por pauta a fijar la atención más profundamente en la oscuridad, que en alguna luciérnaga que serpentee en ella, aquellos que, sobre todo en el ejercicio de escribir, casi siempre advertimos de qué manera se ven arrancar los últimos pedazos de piel de la humanidad.
Es que no puede negarse que no genere réditos de héroe en la columna de opinión y aunque esto casi siempre resulte como barrer el desierto con una brocha, el estilo de Casandra inclinado a pronosticar abismos, los adjetivos referentes al trancón, los congresistas, los corruptos, huecos en la vía, gobiernos que se lavan las manos; la hora sucia del poder, dictaduras, paramilitares, burócratas, déficits fiscales, el país fallido, el imposible, la banalidad y su mal, chorizos caóticos, las víctimas propiciatorias, gases lacrimógenos, desaparecidos, la punta del iceberg anunciado horror. Por acá lo más oscuro abunda, “mientras más conozco al hombre más quiero la pizza” según Dino, o eso al menos, es lo que más fácilmente se atenaza para opinar.
Por ejemplo, no recuerdo casi un solo momento en el que no haya querido referirme a modo de denuncia o de manifiesto a la mezquindad del gobierno que acaba de terminar, de casi terminar con esto; a la ineptitud de sus funcionarios, a las fallidas iniciativas, a sus desastres, el recio funeral de sus promesas quebradas, las trapisondas, los excesos, la incapacidad, sus silencios, la agresiva mediocridad de sus micrófonos, sus vicios, sus víctimas o las condenas que le esperan.
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No tengo en la memoria de estos cuatro años pasados, haber leído o disfrutado otro artículo o columna escritos por alguien más que no se refiriera al país y al gobierno como antesala del apocalipsis
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A decir verdad, tampoco tengo en la memoria de estos cuatro años pasados, haber leído o disfrutado otro artículo o columna escritos por alguien más que no se refiriera al país y al gobierno como antesala del apocalipsis, o más justamente al apocalipsis como un preámbulo para analizar el país.
En el otro frente de vida, no solo en la espalda de esta que se relata en los escritos, se baila salsa, hay son, poesía, placer, tragos interminables, miradas de las noches; habitan paisajes, paseos de la mano, cafés, blues, lenguas de fuego, aventuras de desconocidos que pueden escapar de la boca de una bestia, descargas de guitarra eléctrica o besos que hacen que la vida merezca la pena ser vivida.
Aún, así, asignarle tiempo a esto en la opinión resulta modoso, conveniente, cursi; se sabe que el campo para ello está en la literatura, no en un espacio que debe relatar lo cotidiano con dosis de cicatrices.
Pero ya veremos… hay nuevo aire, nuevo gesto, gente que plantea cambiar lo peor, que es mucho y prolongado, del statu quo; se habla de un país de lo posible, se oyen cosas profundas y conviene darles tiempo. Con un poco de esfuerzo uno puede sacarse el cocodrilo de la cabeza.