Lo primero que hizo el 19 de septiembre de 1990 Oromacio Ibáñez Suárez fue ponerle una vela a San Martín de Porres, su preferido en todo el santoral. Luego se puso de rodillas frente a una imagen de María Auxiliadora. Ser el chofer de Francisco Santos era uno de los trabajos más peligrosos en Colombia. Pablo Escobar desataba un infierno contra el gobierno de César Gaviria Trujillo, el Presidente que con un mes en el poder y debía decidir la suerte del tratado de extradición con Estados Unidos.
Al rededor del capo mayor del Cartel de Medellín se había formado el grupo de Los extraditables, en el que estaban los hermanos Ochoa, su primo Gustavo Gaviria y su corte de narcos menores dispuestos a hundir la extradición con una frase de batalla que se convirtió en un popular grafiti en las paredes de Colombia: ‘Preferimos una tumba en Colombia, que una cárcel en los Estados Unidos’. La presión fue a punta de carros bomba, secuestros de personalidades del país y un plan pistola contra agentes de la policía. Pacho Santos se convirtió en uno de los blancos.
Hijo de Hernando Santos, director propietario de El Tiempo, desafiaba a Escobar y el narcotráfico desde su columna del diario del que también era su jefe de redacción. Oromacio, su conductor sabía del riesgo diario que corrían en el trayecto entre la Avenida El Dorado y su casa en el norte de Bogotá. Se encomendaba a Dios, como lo hizo ese 19 de septiembre, pero no sirvió. Cuando atravesaban el barrio Las Ferias, un auto los cerró. Oromacio intentó buscar un resquicio para huir y no pudo. Estaban perdidos. Pacho se bajó del carro y no tuvo de otra que obedecer a sicarios armados. En los breves pasos que anduvo hasta la camioneta que lo llevaría a una casa vieja en pleno centro bogotano, Pacho pudo ver cómo el gatillero descargaba el proveedor en la cabeza de Oromacio. No cabía duda, eran Los Extraditables.
Pacho Santos pasó a ser material de cambio. Estaba a un mes de cumplir 29 años y estaba casado con María Victoria García con quien tenían dos chiquitos: Gabriel y Pedro. Su vida cambió en un instante. Lo metieron en un cuarto de tres metros por dos con las ventanas tapadas por tablas de madera. Lo pusieron sobre una cama y le amarraron el tobillo a la pata de madera. Le dieron un radio que lo salvó de caer la locura porque lograba fundirse en las noticias políticas y de actualidad del país; quiso olvidarlo todo a punta de fútbol.
Lo escuchaba todo, desde la polémica de los deportes de Caracol hasta Planeta Fútbol de RCN. Pacho recuerda el primer partido que escuchó en su radiotransistor, uno en el que jugaba el equipo de sus amores, el Santa Fe contra el Once Caldas en el Campín. Luego le trajeron un televisor y pudo ver la Libertadores, al Nacional jugando la semifinal contra el Olimpia del Paraguay. Algo pudo leer. Los thrillers políticos de Tom Clancy como Peligro inminente, un best-seller por aquello de la adaptación de Hollywood con Harrison Ford como protagonista, pero encargó los libros de Alfredo Molano, Aguas Arriba y Siguiendo el corte. Le enseñó a leer a sus captores.
Entonces el poder del director de El Tiempo y de Hernando Santos era mayúsculo. Interactuaba con la alta política del país que conformaron un grupo alrededor suyo que bautizaron Los Notables del que formaban parte expresidente como Julio Cesar Turbay que interlocutaba con el presidente Gaviria en la búsqueda de la liberación de Pacho Santos y los demás secuestrados Marina Montoya, Maruja Pachón, Diana Turbay , diez en total. César Gaviria no quería dejarse chantajear por Escobar y sus mafiosos.
Pacho Santos, enterado de los acontecimientos por el radiecito que lo acompaña decidió entonces enviar una carta al presidente que al primero que sorprendió fue a su propia familia. Mostró su temple. Se resistió a ser moneda de cambio. Le envió este mensaje radial al expresidente Gaviria.
Fue un momento de mucho valor. Estaban en una guerra.
Pacho pensó en suicidarse. Más de una vez consideró hacerlo, buscar una cuchilla, abrirse las venas. Tomar una metralleta de sus captores, disparar a diestra y siniestra. La pesadilla terminaría el domingo 20 de mayo de 1991 cuando fue liberado.
Este dramático episodio que bien vale la pena recordar no solo por lo humano sino por el impacto político que tuvo no apareció en toda su dimensión en Noticia de un secuestro, el libro de Gabriel García Márquez y por lo tanto tampoco está en la adaptación que Rodrigo García, hijo de Gabo, realizó para Amazon Prime, algo de lo que Pacho Santos prefiere mejor no hablar. Recordar le duele.
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