Hace cuatro años no visitaba Bogotá, esta semana lo hice por un tema laboral y quedé fascinado con el cambio extremo que experimenté en la vida diaria de los capitalinos.
Lo que más me sorprende es el cambio de ánimo de la gente en general, más allá de una crisis económica latente que se aprecia en la cantidad de personas que pide ayudas en los buses, los letreros de se vende o se arrienda en los locales comerciales y la poca afluencia a sitios que otrora permanecían llenos, la mayoría de gente ha borrado de sus caras y actitudes la amargura que antes caracterizaba al ciudadano.
Ordenadas filas en los portales y estaciones del TransMilenio donde antes reinaban las montoneras, el caos, la guerra de codazos para asegurar un lugar en la lata de sardinas roja. No, el bogotano está cambiando, pides una orientación sobre una ruta y te la dan. Obvio, no esperes la amabilidad extraordinaria de los paisas. Pero es que antes los pocos que le respondían una pregunta era para hacerlo terminar de perder.
Quienes viven en Bogotá no notan la gran diferencia, pues día a día la mejor calidad de vida se nos vuelve cotidiano. Me quedaba en Fontibón y todos los días tenía que llegar antes de las ocho de la mañana al sector de Unilago, una hora de trayecto. Nada mal para atravesar de occidente a oriente y en hora pico, una ciudad de casi 10 millones de habitantes. Desde la ventana del articulado veía cómo adelantábamos a cientos de vehículos atascados en las calles, sus conductores prefieren sufrir los trancones a dejar sus tronos móviles que les aseguran un estatus ficticio impuesto por la sociedad de consumo.
La malvada picardía de antes ya no es costumbre, se me cayó la tarjeta de TransMilenio y las personas alertaron mi descuido, incluso una amable señorita que estaba de pie se la recogió del piso a este burdo caballero que permanecía aplastado en su silla cavilando las presentes líneas.
Siempre he amado esta ciudad que me ha dando tanto y donde se encuentra de todo, viví mucho tiempo en ella pero la inseguridad y la posibilidad de que mis hijos hereden la condena perpetua de estar horas encerrados en cualquier tipo de transporte me hizo escapar con ellos tan pronto pude.
Me alegra que las cosas mejoren, ojalá los medios de comunicación y redes sociales visibilicen estos logros para que se vuelvan patrimonio de todos los bogotanos y que no permitamos que los politiqueros o los desadaptados nos lo quiten. Al fin y al cabo, son detalles que nos hacen ser un poquito más felices.