“Mi padre era un sastre de Rionegro, Antioquia, que llegó a Cali en 1935 porque había oído decir que la gente de Cali vestía muy elegante”, afirma el poeta nadaista Jotamario Arbeláez, autor de El profeta en su casa y Mi reino por este mundo, una decisión de familia que a él le permitió nacer en Cali el 30 de noviembre de 1940.
Compañero de aventuras de Gonzalo Arango, Jotamario Arbeláez es un creador en cuya literatura predominan la ironía, el desencanto y cierto humor negro de tendencia surrealista.
“Comencé a estudiar en los colegios San Nicolás y el Santa Librada College, al que se le llamó Santa Pedrada, porque desde allí se comenzaron a gestar las protestas sociales contra el dictador Rojas Pinilla en el año 57”, dice Arbeláez. “Y desde entonces ingresé a un movimiento creado por Gonzalo Arango, un profeta muy tremendo, que se inventó la vanguardia nadaista en 1958”. Cuando se tumba a Rojas Pinilla, el derrocado presidente huye de Medellín para que no lo linchen y se refugia en Cali donde se publica el primer manifiesto nadaista que conmocionó a la juventud.
Los nadaistas, en palabras de Gonzalo Arango, “invadieron la ciudad como una peste: de los bares saxofónicos al silencio de los libros/ de los estadios olímpicos a los profilácticos/ de las soledades al ruido dorado de las muchedumbres”. El nadaísmo es una propuesta estética, un movimiento libre y de mucho escándalo, es profundamente antisistema, estremece a la sociedad católica y conservadora de su tiempo e incluso a su fundador, Gonzalo Arango, lo lleva a la excomunión y, en ocasiones, a la cárcel.
Para Jotamario Arbeláez ese movimiento creado hace 64 años todavía sigue vigente. “En este momento, por ejemplo, estoy recibiendo en Medellín todos los homenajes que se le hacen a esa generación; en Cali, la Universidad del Valle acaba de publicar mi obra poética completa que se llama Los poemas de la vida: nada es para siempre; hay una buena cantidad de movimientos por internet de jóvenes nadaistas; así que más y mejores satisfacciones no puede habernos dejado”.
“En un principio se decía: los nadaistas pasaron a la historia en el sentido de que eso ya había finiquitado”, explica Arbeláez. “Pero ahora y con otra entonación dicen: el nadaísmo pasó a la historia dando a entender que sí habíamos clasificado dentro de los movimientos más importantes de la literatura del mundo”.
Autor de unos 10 libros, casi todos galardonados con premios nacionales e internacionales; en los ochenta, Arbeláez ganó el Premio nacional de poesía de la editorial Oveja negra con Mi reino por este mundo, posteriormente el Ministerio de Cultura le otorga un nuevo premio, igualmente la Alcaldía de Bogotá y, en Caracas, Venezuela, obtiene el Premio Internacional de poesía Valera Mora y galardones similares en México y España.
Palabra mayor en la poética colombiana, Jotamario Arbeláez, iconoclasta, irreverente, en una de sus creaciones de tono autobiográfico escribió: “Esta mesa donde mi padre ha parido tantos pantalones de paño/ ha sentido sobre su lomo también correr mis palabras absurdas/ desde cuando él se iluminaba con una lámpara Coleman/ hasta ahora que yo la profano con mis babas intelectuales”.
La fortuna me permitió conocer a Jaime Jaramillo Escobar en la Biblioteca Piloto de Medellín, hizo que Elmo Valencia visitara mi hogar algunos meses antes de su muerte, nadaistas ambos que ya no están con nosotros. Con la perspectiva del tiempo –ese gallinazo insolente que nos mira con impiedad y paciencia–, se puede afirmar que el poeta Jotamario Arbeláez es el testimonio vivo, la memoria presente de uno de los periodos poéticos más interesantes de la literatura colombiana. Brindarle homenajes, aprovechar su sapiencia, son apenas actos de generosidad y prácticas de sensatez e inteligencia para conocer la historia profunda del acontecer cultural y literario en el siglo pasado. Gracias al Maestro Arbeláez.