En la historia más reciente del país, con la creación y entrada en funcionamiento de la Ley 1379 del año 2010, se han fortalecido las Bibliotecas Públicas en todo el territorio nacional. Durante estos 12 años, se ha garantizado la destinación de recursos para el desarrollo integral de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas (creada desde 1978 por el entonces Instituto Colombiano de Cultura), lo cual ha multiplicado las dotaciones bibliográficas que hoy día se encuentran y se pueden pedir prestadas en las diferentes bibliotecas; además, se han establecido compromisos con las administraciones locales para la contratación del personal a cargo de las bibliotecas en sus respectivos municipios; y, al mismo tiempo, se han mantenido en funcionamiento las estrategias regionales de asesoría técnica para los bibliotecarios (tanto nuevos como antiguos) que se encuentran adscritos a la Red Nacional.
Entre otras medidas implementadas, hay que agregar la creación y ejecución del Plan Nacional de Bibliotecas Itinerantes, el cual ha promovido la capacidad de organización comunitaria de las poblaciones rurales para ejecutar proyectos bibliotecarios en casi 600 veredas y corregimientos del país. De igual manera, se han implementado estrategias de formación virtual sobre el quehacer bibliotecario, de manera gratuita, a través de los cursos ofrecidos por el Aula Virtual de la Biblioteca Nacional de Colombia.
Dejando a un lado lo anterior, pues no se trata aquí de crear una atmósfera de romanticismo en torno a las bibliotecas, proponemos volver sobre una pregunta que sigue vigente en el entorno cultural del país y es: ¿para qué sirven realmente las bibliotecas públicas?, ¿cuál es su fin último? O, desde otra perspectiva, ¿qué falta por hacer para consolidar a Colombia como una comunidad de lectores?
Si bien la Ley 1379 enlista diez servicios fundamentales que toda biblioteca pública debería prestar ante su comunidad (Préstamo externo, Formación de usuarios, acceso a internet, Consulta en sala, entre otros), nos centraremos en el servicio de Promoción de lectura y escritura, entendido este como el ‘‘conjunto de acciones y programas dirigidos a acercar a las personas, grupos de población y comunidad en general, a la lectura y a la escritura’’.
Y más específicamente, con miras a responder la pregunta que nos convoca -¿las bibliotecas públicas para qué?- agregaremos: las bibliotecas públicas para para leer literatura: con primacía sobre otros tipos de textos, se propone con particular interés a la literatura como eje central de toda biblioteca, ya veremos por qué.
Es innegable, citando a cualquiera de los escritores que se han dado a pensar sobre este tema, aceptar que la literatura es ficción, dado que no se somete a una verdad demostrable, es decir, no es verdadera ni falsa, sino ficcional y ese es justamente su territorio más potente. Significa que podemos habitar un mundo donde las palabras no aluden obligatoriamente a la vida material, como lo expresó Todorov: ‘‘al leer literatura uno se refiere a un mundo de imaginación, por lo tanto sus aseveraciones no son literalmente verdaderas’’.
Dado el alto número de textos literarios que se encuentran en las bibliotecas (entre poesía, novela, cuento, teatro y demás tipologías), una de las cuestiones que se debería abordar en las bibliotecas (como la pregunta por la ciudadanía, por la memoria o por la política nacional) tendría que ver con la función de la literatura, más particularmente con la relación que esta, en tanto ficción, establece con la realidad palpable, es decir, con aquellos canales de retroalimentación, o negación, que se tejen entre lo material y lo imaginario.
En este contexto es donde sale a flote la disyuntiva y, al mismo tiempo, la conjunción que existe entre lo que entendemos por ‘‘Ficción’’ y lo que se entiende como ‘‘realidad’’, lo cual hace inevitable tratar de definir cada una de ellas.
El término ‘‘realidad’’ se ha asociado a lo material, lo que existe, lo funcional, lo operativo, lo que se puede demostrar. ‘‘Ficción’’ por su parte se ha aliado con otros conceptos como ‘‘imaginación’’, ‘‘mímesis’’ y ‘‘verosimilitud’’. Jean Paul Sartre, en ¿Qué es la literatura?, señala la facilidad, en muchos casos errónea, de definir de igual manera a la ‘‘literatura’’, principalmente porque hay muchos tipos de ficción que no son en su esencia literarios, como la ficción política (que pretende desenredar Ricardo Piglia en Tres propuestas para el próximo milenio) o la ficción romántica (de la que habla, a través de descripciones de obras de arte, Byung Chul Han en La agonía del eros).
Pero, entonces ¿cómo podríamos entender la relación entre la literatura y la realidad del país; qué tiene que ver la una con la otra; en otras palabras: a qué apuntan estos textos literarios?
Ya Aristóteles en su Poética definió la literatura como un reflejo de la realidad, aunque no la incluyó como parte de ella, es decir, descartó la retroalimentación de la literatura sobre la realidad, o por lo menos su influencia en la forma en que la percibimos (la ya mencionada mímesis). Más tarde, a modo de respuesta, varios filósofos del lenguaje (John Searle, por ejemplo) la enunciaron como un elemento incluyente y complementario de la realidad, porque nadie vive netamente en la realidad ni atrapado sin salida en la ficción literaria: la vida, por el contrario, transcurre en un entrar y salir de ambas esferas, una suerte de omnipresencia en los dos tiempos.
Bajo esta perspectiva es que adquiere más sentido que nunca leer literatura en las bibliotecas públicas, entendiendo la literatura como una investigación constante de la realidad. Si bien el lenguaje literario nos habla en un tono diferente al cotidiano, también es verdad que se refiere inevitablemente a la realidad, pues logra despertar cierta fibra oculta que nos conecta con ella. Así es como lo bello o lo trágico de una ficción literaria penetra de una manera o de otra en la vida, creando al salir una nueva versión de la misma.
Esta podría ser la razón por la que Octavio Paz, en El arco y la lira, aseguró que ‘‘más que perseguir la verdad, la literatura crea verdades; más que reflejar la realidad, la literatura crea realidades’’. Porque la realidad creada en la ficción literaria va más allá de lo real palpable; gracias a su lógica interior, nos despierta algo parecido a un recuerdo de lo que fuimos en el pasado o de lo que podríamos ser en el futuro.
En cierta medida, esta realidad que habitamos dentro de la ficción literaria -y que a su vez podemos experimentar dentro de la biblioteca pública- nos permite situar tal o cual elemento en su contexto determinado gracias a su efecto de espejo, sin perder nunca su distancia, o sea, su naturaleza de creación humana, de producto estrechamente relacionado aunque independiente de la realidad.
Porque cuando una ficción literaria relata un suceso, este goza de efecto solo por su relación con un suceso real exterior a él. En este sentido, entre el suceso narrado y el suceso exterior puede existir una relación más o menos directa. Esta correspondencia es la misma que un lector puede entablar con un personaje, con un espacio o con un tiempo ficticio, los cuales descubre inesperadamente arraigados a él.
De esta manera, la ficción literaria se inserta en los usuarios de las bibliotecas públicas, en la misma medida que pueden sentir el asombro que embargó a todo el pueblo de Macondo ante la aparición de las mariposas amarillas luego de enterrar a su fundador. Aquí no importa si el coronel Buendía existió o no, si Macondo existió o no, porque ¿acaso no es real la sorpresa que sentimos ante la aparición de las mariposas? ¿No es real esa emoción que nos obliga a aferrarnos al libro y desear incluso que nunca termine?
Y en definitiva ¿qué otra función puede ser más importante para una biblioteca pública que la de ampliar los horizontes de realidad de sus usuarios; que permitirles vivir una vida más rica en emociones y pensamientos; que ensanchar su experiencia particular de estar en el mundo?
Por estos motivos, no está demás parafrasear al profesor Alejandro Álvarez Gardeazabal y concluir que:
En medio de las paredes ritualizadas de esta biblioteca, espero que se siga leyendo mucha historia, mucha aritmética, mucha filosofía, pero sobre todo mucha literatura; que la palabra sea respetada en toda su trascendencia y que estos niños y jóvenes puedan vivir una experiencia diferente a la que la sociedad les ofrece; una experiencia en la que vivir no sea un “desafío” o un ‘ ‘reality’’, en la que competir no sea el sentido de sus vidas; una experiencia en la que puedan compartir sin el afán de ser exitosos, innovadores o productivos. Ya habrá tiempo para tener que enfrentarse a ello. Acá esperamos crearles las condiciones para que sepan que vivir no es un reto para superar al otro sino para realizarse en la diferencia; y eso no es poca cosa, tampoco es un camino de rosas, es un inquietante tránsito que la biblioteca pública puede acompañar, si no olvida su encargo.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
-SARSTRE, J. P. ‘‘¿Qué es la literatura?’’ – Buenos Aires, Editorial Losada, 1994. P. 186.
-RODRÍGUEZ SANTAMARÍA, G.M. ‘‘La biblioteca pública que queremos’’ – Bogotá, Edición Biblioteca Nacional de Colombia, 2011. P. 86.
-CHUL HAN, B. ‘‘La agonía del eros’’ – Madrid, Editorial Herder, 2018.
- PIGLIA, R. ‘‘Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades)’’ – México D.F., Fondo de Cultura Económica. 2001.
- TODOROV, S. ‘‘Introducción a la Literatura Fantástica’’ – Coyoacán, Editorial Coyoacán. 2010. P. 119.
-PAZ, O. ‘‘El arco y la lira’’ – México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2005. P. 223.
- ARISTÓTELES. ‘‘Poética’’ Buenos Aires, Editorial Gredos, 2020.
- ÁLVAREZ GARDEAZABAL, A. ‘‘Volver a la escuela’’ - Nodos y nudos, volumen 4, 2016.
- ALVARADO TENORIO. H. ‘‘No más bibliotecas públicas, no más corrupción’’. Publicado en: https://www.escritoresyperiodistas.com/NUMERO61/harold.htm