A 23 años del asesinato de Jaime tanto los contemporáneos como las nuevas generaciones lo mantenemos en la memoria; unos compartimos con él, otros lo conocieron en diferido. Su pervivencia en la historia reciente del país es un fenómeno interesante.
Esto debido principalmente a dos factores: lo que entonces agitaba con sus parodias y sarcasmos se mantuvieron vigentes porque la fisionomía del país no cambió en las dos últimas décadas. Antes y después siguió removiendo conciencias. Y porque su perspicacia y temeridad le perfiló un carisma original e insustituible.
No es fácil definirlo con unos pocos rasgos para entender la persuasión y afecto que suscitó entre un público amplio y heterogéneo. Las referencias que se hacen para dar cuenta de Jaime son variadas: humorista, periodista, sociólogo, politólogo, abogado, pedagogo y quizá falte un rótulo por agregar. Se resiste a que se enmarque desde un solo ángulo, es necesario recurrir a varios rasgos para hacer su semblante. Es, a fin de cuentas, polifacético.
Hay unas facetas que son más conocidas, otras menos, pero la misma postulación a tan variados conocimientos, y oficios, da cuenta de los diversos rostros que manifestaba. De lo que menos requiere ilustración es su perfil de humorista pues su protagonismo en programas de televisión y radio siempre fue un divertimiento.
Su ingenio nos llevaba con jolgorio al límite entre la burla y la seriedad, a una frontera difusa de ficción y realidad, donde nos regocijaba con una ácida critica al poder, a todo tipo de poder.
Más allá de los dos títulos que acreditan a Jaime como pedagogo, vale la pena hacer unas apostillas en aras de ilustrar esta faceta. Sabemos que actualmente el título no es suficiente para certificar un saber; antes sí acreditaba a su portador de por vida, ya no es así, aunque no hemos prescindido de este requisito.
Hoy se demuestra el saber en pruebas y concursos cuando de ingreso laboral se trata. En el caso de Jaime la legitimidad en este campo se la concede su capacidad comunicativa.
El 17 de agosto de 2007 cuando se le otorgó a Jaime el título Honoris Causa, por parte de la Universidad Pedagógica Nacional —UPN—, estábamos allí quienes tomamos las primeras lecciones de pedagogía con él. Evocábamos en aquella ocasión como desde la institución donde estudiamos para ser maestros —la Normal de la Paz— nos formaron en el paradigma del conductismo (que hace énfasis en moldear la conducta de los alumnos), primera y principal lección para acreditarnos en el ejercicio de este oficio.
El conductismo tiene un punto de toque con el poder en tanto se pretende imponer una voluntad. Implica coerción de unas conductas en busca de instaurar otras que se consideran ideales.
En aquellos años mozos Jaime ya tenía el chip de inmoldeable y, en consecuencia, ya hacia sus pinitos de ‘desmoldeador’. Toda propuesta pedagógica funciona en unos momentos y en otros no, en unos alumnos y en otros puede más bien producir contra-efectos. En Jaime quizá contribuyó a acentuar su irreverencia que luego la extendería a los círculos de poder del país.
En el caso del colegio, una discusión argumentada que tuvo con una profesora devino en su expulsión en el último año, poco antes de la graduación. Así terminó recibiendo su grado de Maestro-Bachiller en otra Normal. Esta fue una época de agitación social y política; vivimos, entre otras cosas, un paro cívico, con demandas similares a las que alimentaron recientemente el ‘estallido social’.
En pedagogía pronto se puso de moda otro enfoque, cuyo foco ya no fue la conducta, sino la búsqueda de cómo incidir en la mente de los alumnos —el cognitivismo—. De modo que el anterior enfoque solo nos sirvió para aprobar los exámenes de la Normal. Es la década de los años 70’s y nuestra generación queda impregnada del espíritu de la época, pero Jaime no se detuvo allí, continuó su proceso formativo en otros escenarios.
En la década de los años 90’s Jaime está en los medios masivos de comunicación cultivando una amplia audiencia. Tribuna que usó para educar en una lectura de país, temerario pero reflexivo hizo apuntes sobre la cotidianidad que vemos pasar por los mismos medios masivos y, principalmente, delineó una lectura crítica sobre la política.
De hecho, el título póstumo de doctor en educación otorgado por la UPN, fue “por sus aportes a la construcción de la paz”, pues educar para la paz pasa por interesarse y entender qué pasa y cómo se maneja este país. Jaime contribuyó a comunicar este mensaje desde su particular irreverencia contorneada con humor.
Lo que fraguó en los medios, fue consistente con otros escenarios que transitó: charlas en universidades, apoyo en la traducción de la Constitución del 91 a lenguas indígenas y gestiones de paz.
Ahora bien, para entender su sátira requería estar informado, lo cual inicialmente podía restringir su audiencia. Sin embargo, una vez familiarizados con su estilo humorístico, se podía inferir a qué se refería. Son dos niveles o maneras de relacionarse con la información puesta en su juerga, en la que no disimulaba la crítica. Aquí entra en juego su destreza comunicativa, pues toma de la realidad el contenido, de una situación o un personaje, y lo retransmite parodiándolo.
Siempre ocurre que el sentido de un mensaje se modifica por quien lo divulga, nunca queda intacto, nunca se transmite de manera mecánica o neutral. Particularmente, Jaime lo hace con intenciones explícitas, con una intensidad tal que lo hace perceptible a la audiencia, de modo que deja a la audiencia interrogantes, tales como: ¿así son las cosas?, ¿estos son nuestros gobernantes? ¿la desfachatez ha llegado a tanto?
Mostró audacia para develar fragilidades e incoherencias de los discursos que emanan del poder, muy a pesar de lo que escuchamos del mismo Jaime: “uno dice la verdad…me pagan por ser imprudente en público, por decir lo que uno sabe y por decirlo como lo supe”
Los contenidos los interpreta con un tinte conducente a cuestionar la cruda realidad del poder. Utilizando recursos de distención que proporciona el humor, construye nuevos sentidos que llevan a hacer crítica del poder, es decir, a hacer una intervención informada para desafiar o suplantar una posición dominante. A la pretensión de imponer un sentido se le contrapone otro.
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Jaime no vende otra realidad, su talante no alcanza a este propósito, de lo contrario habría que sumarle una faceta de intelectual. Pero en cambio hizo interferencias que ayudaban a desenmascarar los mensajes, proponiendo nuevos posicionamientos de la misma información. Y en medio del jolgorio nos hizo pensar.
Nos develó un país que exigía cambios y sus esperanzas las apostó a los jóvenes. Hoy, de manera sorpresiva e interesante, la memoria de Jaime está presente en los jóvenes, porque quienes cometen actos criminales para acallar las voces críticas también producen contra-efectos.