Después de siglos de haber dejado de ser usada, la espada de Simón Bolívar sigue haciendo estragos entre el escenario político de un país indiferente a las señales que estos símbolos representan al ser utilizados como referencia.
Detrás de ellos vienen mimetizadas evidencias de actitudes personales por aquellos seres que los emplean como engaños masivos en contra de los espectadores, quienes los observan expectantes o asombrados, dependiendo de quiénes sean los autores de las acciones simbólicas que intentan materializar tras sus actos, encontrando en el saliente presidente de Colombia, Iván Duque, al mayor embaucador tras una impostura histórica compartida entre sus ciudadanos con la clase dirigencial desde todos los campos existentes y posibles.
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Ya retirado del cargo, se le tiene que señalar que fue un dirigente que impostaba hasta el tono de su voz para poder simular autoridad ante los miembros de unas autoridades que estaban siendo cuestionadas por los propios individuos de unas sociedades afectadas con sus manejos, igualmente mencionaba cifras y conceptos, a través de estadísticas cuestionables, frente a instituciones del mundo, para que éstas escucharan lo que supuestamente realizaban las instituciones de un Estado a cargo de un gobierno totalmente sometido a un irresponsable servicio, por medio de áulicos amigos incapaces de hacerle notar que estaban existiendo en un mundo paralelo a la realidad, ya que todos en grupo querían permanecer entre ese mismo escenario.
Adictos a una mentira permanente, permitiéndoles crear y disfrutar un universo falsario para luego engañar incautos, pues aunque parezcan que fueron muchos realmente fueron pocos los que le sacaron a relucir el mundo de mentiras en el cual vivían, él y todo sus funcionarios, vistiendo las palabras de ridículos eufemismos.
El 7 de agosto de 2022 los colombianos tuvimos que ser testigos de un último acto de malabarismo político, y cual saltimbanqui al servicio de personajes siniestros, quienes hasta el final se aprovecharon de él, osaron enfrentar al nuevo presidente, y a todo su gobierno entrante, oponiéndose ingenua y estúpidamente a una solicitud que, aunque también era simbólica, perseguía dar señales de un cambio general ante una sociedad deseosa de transitar otros caminos, harta y hastiada de una clase política mentirosa, a la cual el presidente saliente fue su máximo exponente.