Los cuatro momentos del Ser
Opinión

Los cuatro momentos del Ser

Por:
julio 20, 2013
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Existen textos que mueven nuestra imaginación, crean un ambiente propicio para la reflexión. Así me sucedió, entrado ya en años, durante el primer curso que tomé sobre literatura y escritura. Las palabras vienen de Jorge Luis Borges en su prefacio a la obra de Wally Zenner, Antigua Lumbre, cuando dice: "Cuatro momentos del proceso divino distingue Juan Escoto Erígena; cuatro momentos son quizá distinguibles en la evolución de los escritores”.

El bombillo alumbra cual tira cómica, —cómico estar en el curso cuando fui pésimo, por no decir más, en esta materia durante el periodo escolar —. Entonces me digo al finalizar la lectura de Borges: “... y por ende del ser humano, más aun en principio son del ser, para luego privilegiarse en el escritor”. Parto de allí para proponer las fases del Ser humano. Fases que pueden cumplirse una por una en el corto periodo de la vida, o por el contrario, abarcar una sola de ellas todos los años de nuestra permanencia en la faz de la tierra.

Anota Borges: "Cuatro momentos son quizá distinguibles en la evolución de los escritores. En el primero el escritor, aún indiferenciado, es casi cualquier hombre; su voz, menos individual que genérica, es la de todos".

La primera fase del ser humano comienza siempre, creo yo, en el ser recién nacido. Aquí su voz, —la risa y el llanto — son la voz de todos. Luego, con el pasar de los años y sin demérito, hay algunos seres que permanecen prístinos hasta su muerte, hasta la ancianidad. Incólumes con la voz de todos, las costumbres, los hábitos, valores y la vida que pasa en el diario quehacer. El ser que sigue la corriente, quien es uno con todos. Quien sólo tiene para subsistir y depende de todos para llenar su existencia. Afianza su vida exclusivamente con las necesidades básicas, tan adecuadamente descritas por Mac Neff en su libro Desarrollo a escala humana. Vive su vida por y para su familia, para si mismo y la goza o la sufre sin cuestionarse, sin profundas reflexiones. Su misión, gozar, dar amor, recibirlo y vivir, vivir con plenitud.

Retornando al texto de Borges: "En el segundo el escritor ha elegido un maestro; lo confunde con la literatura y minuciosamente lo copia, porque entiende que apartarse de él en un punto es apartarse de la ortodoxia y de la razón".

Mi mente hace eco y pienso: superado el primer escollo, descubiertos nuevos caminos, el humano abre los ojos y realiza que existen seres que trascienden el cotidiano, que abren caminos en vez de seguir los marcados. Dice una compañera”. Se cuestiona pues el individuo, se pregunta como será aquello, que sucederá si los imita. Decide por primera vez y se lanza, a imitar. Emula al maestro, sigue sus instrucciones con convicción, pero no se aparta de él. Necesita un héroe o alguien a quien parecerse. Es necesario pasar por este periodo, la complacencia en querer ser como otro, a quien se considera mayor o más evolucionado. Aparecen mil y un guías, y en su sabiduría escoge. Selecciona, un guía. Un modelo de ser. E imita. Imita sus costumbres, hábitos y principios. Lo sigue, lo sigue incluso hasta la muerte, da su vida por él. Se identifica tanto que pierde voluntad e individualidad, los trueca por el sentido de pertenencia al grupo de seguidores del "maestro". Su misión en este segundo nivel es apoyar al maestro; ayudarlo a difundir su mensaje. Lo hace con coraje. Vuelca su talento en el grupo al que pertenece.

Una vez más Borges: En el tercero, que no todos alcanzan, el escritor se encuentra consigo mismo, como en ciertas ficciones orientales, célticas o germánicas. Encuentra su cara, su voz.

Digo yo: Solo cuando esa búsqueda a través de la acción de su “maestro”, repetidas una y  mil veces en su condición de “discípulo”, lo lleva a buscar en su interior lo que ya no encuentra afuera, logra trascender y llega a ese reducido espacio del tercer momento cuando el hombre se reencuentra consigo mismo y descubre en él a ese maestro que aún necesita;  entonces, decide seguirse a sí mismo. Presto a iniciarse el arte del ser  —Ser —, se distingue de los demás. Con el temor a cuestas, ya que dejar el grupo para pasar de miembro a líder, con la soledad que esto conlleva, produce miedo y ansiedad. Da un salto, no cuántico, no todavía, pero si se ha lanzado al abismo con la ilusión de cruzarlo volando. Encuentra que sus Habilidades responden a Talentos y estos a Dones. Dones con los que nació. Dones para servir, palabra y hecho que se vuelven el objeto de vida, este si. El orgullo se instala cuando se reconoce  a sí mismo. Cuando sabe que aplica su ser de forma genuina. Ya no imita. Llegan entonces los Alejandro Magno, los Martin Luther King, los Cristóbal Colón, los John Fitzgerald Kennedy, los Osho. —Aún los Adolfo, aunque estos no sean bienvenidos—. No solo abre camino, sino que tiene claro que su mensaje es único e irrepetible. Que solo cada  cual tiene una ficha propia para aportar  a la construcción del gran rompecabezas universal.  El individuo se identifica con ellos, acepta su nivel y es grato con ello.

Finalmente Borges describe el cuarto y último momento: Hay un cuarto momento que yo no he alcanzado, que muy pocos alcanzan. En el primero, lo repito, el escritor es todos; en el segundo, es otro; en el tercero, es él; en el cuarto, es otra vez todos, pero con plenitud.

Trascendencia, es la palabra que aplica en este nivel. Ejemplos son la madre Teresa, Jesús, Gandhi, Mahoma, eremitas y sacerdotes consagrados. Cuarto nivel de la realización plena, sin identidad, sin apego, sin resultados esperados. Nivel de la alta entrega, en que sea actúa por y para todos, olvidándose de si, sin necesidad de reconocimiento o de vana gloria. La unidad se ha establecido, no hay diferencia entre los seres de la creación. Se actúa con plenitud. Se actúa a conciencia, siguiendo los dictados del corazón universal. El ego ha desaparecido. Las diferencias se esfuman y se reconoce igual valía a todos y cada uno de los seres. No existe alguien mayor o menor; ni más o menos avanzado. Los logros a nivel humano, material, son insignificantes; por tanto tampoco se reconoce que una persona sea más importante que otra. Al mirar todo desde la espiritualidad hay absoluta equidad e igualdad, en el amor esparcido.

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