Lo único que le preocupaba a Santiago Carrascal en su propósito de armar un sindicato en la Universidad Francisco de Paula Santander y de apoyar el paro campesino de 1987 no eran los conflictos que tenía por delante con los poderosos que habían minado de ejércitos personales de su pueblo Ocaña (Norte de Santander) sino en el futuro que le esperaba a su pequeña hija María Fernanda.
Bastantes vueltas había dado por la vida este ocañero de sangre caliente cuya primera pasión fue el fútbol. Era un defensa recio (como su paisano y amigo Miguel Augusto Prince) que se probó en equipos como Atlético Nacional, Millonarios o Bucaramanga pero que terminaría formando parte del Atlético Ocaña. Sin embargo, una lesión de rodilla lo retiró joven. El fútbol sólo fue uno de sus campos de batalla.
Porque la energía que derramaba en la cancha la trasladó a la lucha sindical. El Chago, como le decían, en 1987 y con 36 años apoyó uno de los paros campesinos más bravos que se recuerden. Entre el 7 y el 13 de junio 120 mil aguerridos catatumberos se tomaron las principales ciudades de Norte de Santander, una protesta que iba directamente contra Virgilio Barco, presidente liberal nacido en Cúcuta, acusado por los ocañeros de no mirar a su tierra, a los problemas que esta tenía. Siendo ya trabajador de la Universidad luchó por la defensa de los trabajadores y convenció, desde Bienestar Universitario, para abrirle las puertas de la institución a los que protestaban para que acamparan y establecieran su campamento permanente en los predios de la Universidad.
Pero esa osadía le saldría caro al Chago. Después de que se levantaron las carpas de los campesinos empezó una represión traducida en tortura, desapariciones y amenazas, los sospechosos de siempre empezaron a borrar a los miembros de la UP en la región, del FILA y de a LUCHAR. Cuando Santiago Carrascal vio que un ataúd estaba frente a la puerta de su casa, supo que las amenazas iban en serio.
Así que con lo que tenían se vinieron a Bogotá. Cuando la hoy aguerrida representante Mafe Carrascal gateaba no podía ver cómo su papá se derrumbaba ante cada noticia que llegaba desde la provincia, desde su tierra. El río de sangre que botaba desde el corazón de sus amigos manchaba Ocaña.
En Bogotá igual, no estaba seguro. Las manos de los paramilitares eran demasiado largas y el frío de la capital no los arrugaba. Santiago se devolvió a su tierra en 1992 y se vinculó de nuevo a la Francisco de Paula Santander mientras estuvo seguro que su familia no corría ningún riesgo en Bogotá.
Mafe siempre fue más inteligente que sus compañeras de colegio y antes de graduarse del colegio ya había creado un grupo político llamado El País Primero y entró, insuflada por su papá, a estudiar Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario y luego hizo una especialización en la misma universidad en Gobierno.
La política y las ganas de pelear por los más pobres lo tenía en la sangre. Como no, si Chago, después de regresar de enfrentarse a los paras, le plantó cara a Hector Miguel Parra, rector de la Universidad Francisco de Paula desde que el mundo es mundo. Con un poder inconmensurable, logró mandar durante treinta y cinco años, todo un record en una rectoría que estuvo cobijada por sospechas de corrupción y hasta de paramilitarismo en la época, a finales de la década del noventa, cuando el plan de los Castaño y Mancuso se materializaba.
Chago acompañó a su hija en sus pinitos políticos en el Partido Verde como asesora de la UTL de Inti Asprilla a quien terminó reemplazandolo en la Cámara cuando este pasó al senado convirtiéndose en unos de los puntales de Gustavo Petro dentro de los Verdes. Y alcanzo a compartir su triunfo electoral pero no su posesión el 20 de julio: se fue cinco días antes de ver cumplido el sueño de su hija. Y hubiera sido clave para alentarla y pelear, como ha hecho hasta el final, la presencia de la comisión séptima de la Cámara que el barranquillero Agmeth Escaf le arrebató en la recta final. Pero no, Chago se fue pronto, a los 68 años cuando la carrera parlamentaria de su hija apenas comenzaba.