Sólo muchos años después comencé a comprender. Tendría entre diez y doce años cuando -bien entrada una tarde- mis hermanas y yo vimos llegar jubilosamente empolvado a mi padre a nuestra casa de Sandoná luego de su viaje de dos horas desde Pasto, hacia donde se había trasladado -otras dos en horas madrugadas- para asuntos del trabajo de nuestra familia.
Hoy ese trayecto es de menos de una hora. En este tipo de ocasiones él era de júbilos desbordados, inentendibles para mí en ese entonces. Su alegría se debía a que por fin había logrado conseguir un libro tras del cual había andado pendiente durante esos meses o años.
Él, perteneciente a una familia campesina del Partido Conservador de El Ingenio, se la había jugado por un hecho que nos lo mencionaba como La Convivencia, de cuyo fruto había comenzado a nacer una esperanza de paz, con el llamado Frente Nacional, como contrarréplica a La Violencia, manipulado luego, como todo, por las élites colombianas.
Ninguno de nosotros entendió entonces su gozo de esa tarde. Sólo largo tiempo después lo deduje. Esa obra que alborozó a mi padre la estuve leyendo mucho, mucho más tarde, cuando yo hacía ya el quinto de bachillerato (hoy décimo grado), en el Colegio Santo Tomás, de mi pueblo, luego de mi expulsión sin expulsión de cuarto (hoy noveno) del Seminario Conciliar de Pasto.
Y creo que me di a la tarea de leer La Violencia en Colombia con voracidad después de que le escuché unas palabras elogiosas sobre ella a mi amigo Lucho Gómez, en claro contraste con un profe de quinto del que mi afecto sólo conserva su apellido Moncayo, y que no era profe sino juez de mi pueblo, que casi me saca del salón, porque me atreví a mencionarla en una de sus clases de Instituciones Políticas Colombianas.
Y recuerdo todo esto justamente ahora, cuando hace pocas semanas la Comisión de la Verdad, institución estatal encargada de hacer el relato académico del conflicto Estado-Farc, y dirigida por el padre Francisco de Roux, ha presentado su Informe Final como parte de esos acuerdos. Las similitudes controversiales son muchas y, para mí, abrumadoras. Revisemos:
El 10 de mayo de 1957, un golpe de Estado organizado por los gremios económicos colombianos, confabulados con las élites políticas, religiosas y militares, derrocó al golpista general Gustavo Rojas Pinilla, a quien lo habían aupado los mismos grupos aristocráticos. Como “toda escoba nueva barre bien”, ese reciente gobierno post golpista encomendó a un grupo de tres, esos sí, eminentes colombianos (Germán Guzmán Campos, presbítero y sociólogo, Orlando Fals Borda, sociólogo -fundador con el padre Camilo Torres Restrepo de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional- y Eduardo Umaña Luna, abogado y sociólogo), para que recopilaran, analizaran y publicaran los hechos que ocurrieron a la Colombia de esos años de terror y presentaran un informe académico.
Tampoco entonces la labor de esa comisión tenía fines judiciales, sino eminentemente académicos, de memoria histórica, característica que también se señaló para la actual Comisión de la Verdad.
En 1962, y después de revisar y analizar cientos de documentos y entrevistar a miles de víctimas, familiares y demás relacionados de los más de 250.000 muertos, los comisionados presentaron su informe en un libro que se llamó La Violencia en Colombia. Estudio de un proceso social, que inmediatamente se convirtió en una de las obras más leídas, reeditadas y controvertidas.
El Partido Conservador había subido al poder en 1946 con Mariano Ospina Pérez y su gobierno agudizó la virulencia de despojo de tierras, asesinatos, masacres y desplazamiento de campesinos, camuflada como violencia partidista y religiosa, contra los integrantes del partido Liberal (liberales) y contra los gaitanistas en general (conservadores, liberales y “nadies”, seguidores del dirigente), que culminó con el asesinato del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, imparable hacia la presidencia de la república para el siguiente período de 1950-1954, cuando quedó Laureano Gómez (conservador), presidente.
Y se recrudecieron las masacres y los asesinatos selectivos. Para los dirigentes y paladines conservadores, todo el informe presentado por “La Violencia en Colombia” era una mentira (posverdad se diría ahora). Miremos algunas de esas controvertidas opiniones de entonces:
“Es un YO ACUSO terrible y sin entrada para una refutación”, presbítero Juan Jaramillo Arango, capellán de la Policía Nacional de entonces y asumido como subteniente de dicha institución por decreto nacional.
“Es un relato mañoso y acomodaticio, respaldado por unos documentos secretos”, Álvaro Gómez Hurtado, congresista y más tarde candidato conservador y constituyente/91, hijo de Laureano (el presidente derrocado por Rojas Pinilla) en cuyo mandato se acrecentó aún más la violencia. Álvaro, que actuaba siempre con las banderas políticas de su padre, nunca ganó la presidencia. Murió asesinado; las ex-Farc se lo auto atribuyen, la familia repudia esta autoincriminación y sostiene que fue un crimen de Estado en la presidencia de Samper. Se asegura que de llegar a comprobarse esto, la convertiría en una demanda multimillonaria para la familia contra el Estado.
“El libro no parte de una división entre buenos y malos. En este libro hay un acusado: la sociedad colombiana. Es un libro fundamental”, Fabio Lozano Simonelli, en El Espectador. Lozano Simonelli fue abogado y político del partido liberal.
“Los autores, con este libro, se ganan el dinero más indignamente que las cortesanas”, Gustavo Salazar García, político conservador, tulueño. Como abogado, fue defensor de El Cóndor León María Lozano, el paramilitar conservador jefe de Los Pájaros, también conservadores. A él y a sus huestes de asesinos los había protegido tanto el gobierno derrocado como el del general golpista, ambos conservadores.
“Excelente libro, acaso el más importante de cuantos he leído de autor colombiano. Es un libro fundamental, desapasionado y objetivo”, Gonzalo Canal Ramírez, santandereano, abogado, escritor, editor y director del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (1978-1979).
“Un libro sectario. Los fines partidistas de quienes escribieron ‘La Violencia en Colombia’, un sociólogo protestante, un abogado liberal y un cura párroco católico, le quitan toda respetabilidad a la obra”, Periódico conservador El Siglo, propiedad de Laureano Gómez y sus sucesores.
“Es un gran libro. Es el estudio más completo sobre acontecimientos que conocíamos, pero que les faltaba una base documentada para entrar con verosimilitud al campo histórico”, Hernando Santos, abogado, periodista de El Tiempo, diario de propiedad de la familia liberal Santos en ese entonces.
Guerra, paz, la verdad en controversia, así como ahora sucede con el Informe de la Comisión de la Verdad, del padre Francisco De Roux, y del resto de comisionados, sobre el conflicto colombiano con las ex Farc.
Nota aditiva.- ¿El nuevo gobierno Petro no debería aprovechar todas las cualidades del padre Francisco de Roux (incluido su equipo o una parte seleccionada por él mismo) para que aportara su sabia, justa, humana visión y enérgico, oportuno actuar, en alguno de los cargos de primer orden, fundamentales para el esencial cambio que todos esperamos, como podría ser en el Ministerio de Defensa (ojo, no como ministro, sino en una cargo de asesoría fundamental y decisiva) o en la formación del nuevo Ministerio de la Paz o en la transformación de la policía, del Esmad, etc.?