La necesidad de la regulación e intervención en la comercialización de bebidas azucaradas y energizantes la iniciamos hace más de 20 años. En algún momento coincidimos con quien fuera concejal de Bogotá y luego senadora, Gilma Jiménez (QEPD), alcanzamos a adelantar algunas acciones. Lamentablemente, el poder de la industria, los grandes medios, los políticos que se servían de ellos crearon una poderosa barrera que nos ha impedido avanzar, al contrario de otros países.
La regulación con tasas impositivas de las bebidas que llevan azúcar añadido ha sido una de tantas aristas con el objeto de intervenir en los factores de riesgo que inducen enfermedades crónicas. Son las patologías que más enferman y matan en el mundo. Nuestra postura ha sido integral, ya que estos males tienen factores multicausales y una intervención con mayores tasas solo sirve si funcionan al tiempo las demás. De lo contrario no son más que coyunturales o saludo a la bandera, como está demostrado en malas experiencias en otros lares con excepciones exitosas (Nueva York, Uruguay, por ejemplo).
Hoy el daño y atraso es mayor por una cantidad de despistados y activistas de redes sociales que distorsionan el verdadero propósito, politizando y sesgando el sentido de la intervención. Si se busca una transformación cultural en los comportamientos humanos, bloquear el consumo al encarecer un producto jamás será sostenible ni provocará cambios genuinos. Todo lo que se haga forzado, por imposición y no por persuasión, es antipático, nada seductor y la gente buscará el punto débil para tomar el atajo y nunca se dará la modificación efectiva de un hábito.
Es similar a la restricción vehicular por “pico y placa”, donde debe prescindirse del auto por el miedo a una multa o sanción. Ello estimula la compra de un segundo auto o una moto. Así mismo sería de “exitosa” la medida de encarecer las bebidas con azúcar añadido, donde los más pobres se ven limitados a consumirlas por su alto costo. Pero buscarán alternativas más dañinas (lo explicaremos luego). Pero ante la urgencia son medidas válidas (‘males necesarios’) solo si al tiempo se trabajan las estrategias que si transforman de manera sostenible. Lo demás es carreta como lo que se maneja frívolamente en redes.
Esto es totalmente un asunto de salud pública y no de política, de “ancestralismo” o de favorecer tradiciones folclóricas y tropicalistas como tanto lego se manifiesta superficialmente en la Web. Hacen daño al trabajo serio y con enorme evidencia médica que desde hace mucho ejercemos desde sectores científicos con la investigación y la experiencia. El meollo del asunto es metabólico: el exceso de glucosa en el organismo. La glucosa es un nutriente energético indispensable, pero su exceso es problemático.
Para poner mayores tasas a las bebidas con azúcares añadidos, se parte de la premisa de que la gente es inactiva, ingiere demasiadas calorías y tiene un metabolismo bajo. Tal vez es un riesgo para la mayoría, al menos en Colombia. Pero el punto es justamente corregir ese desequilibrio. Quien tiene un metabolismo correcto, con una dieta salubre y supera el Umbral de Actividad Física Funcional (UAFF), no tendría problemas con las tales bebidas, en un consumo razonable. La realidad es que quienes cumplimos con esos requisitos somos una minoría.
Fisiológicamente el daño preciso es la transformación del exceso de glucosa en grasa nociva y sobre todo la formación bioquímica de los AGEs (proteínas glicosiladas) que tienen fuerte acción oxidativa y de radical libre, que aceleran el deterioro orgánico. Esto es grave, pero con un poco de voluntad y conciencia asertiva se puede enfrentar. Lo malo es que poco o nada se hace en lo esencial.
El mayor desafío es educar para que la gente pueda desarrollar una genuina ACTITUD SALUDABLE a partir de su propio criterio enriquecido. Ello exige una importante inversión estatal, que nunca se hace con el objeto de estimular para que cada uno active ese factor (socrático) que nos diferencia de quienes si obran con sabiduría. Si así fuera, no habría necesidad de medidas impositivas y prohibitivas. Las personas informadas y formadas tomarían decisiones correctas para su vida
Hoy hay un debate público, pero contaminado por tanto “experto” que a punta de repetir tantas falacias interesadas e ideologizadas quieren convertirlas en verdad. Esto le hace daño a un trabajo de años con la evidencia médica. Creen que el tema es la industria y los poderosos empresarios y no en sí la excesiva ingesta de glucosa. Defienden supuestamente el uso de la panela que creen saludable y que favorece al campesino. Tremenda falacia que quieren imponer.
Si así fuera, es lo mismo considerar que se debe atacar a los grandes laboratorios que procesan coca pero eso sí apoyar a los pobres campesinos que viven de cultivar y vender sus matitas de coca a los mismos laboratorios. Esto no es más que hipocresía y doble moral, politiquería sectaria e interesada. En realidad a estos “activistas” y opinadores frívolos de redes sociales no les importa la salud pública ni el bienestar de la sociedad. Tercian por sus intereses ideologizados y partidistas.
La panela que tanto defienden los ancestralistas, su consumo con ciertos excesos, es tanto o más nocivo que el azúcar. Veamos: ingerir panela (es 100% azúcar), fisiológicamente se transforma en glucosa 100%. Dicen que el azúcar es refinada. Hoy comercialmente no se produce panela gourmet, saldría costosa, mucho más que el azúcar. Debe ser tratada para procesarla y darle una presentación atractiva, ya que naturalmente queda oscura y causa rechazo.
La panela tiene su propio refinamiento; por cuestiones culturales, el color hace que se venda menos. Salvo la panela gourmet, para mejorar el aspecto y aclararla, se trata con un compuesto químico llamado Clarol, un blanqueador con alto contenido de sodio y azufre, utilizado en la industria textil y en la fabricación de detergentes.
Este aditivo no es apto para consumo humano, es una sustancia prohibida, ya que es un hidrosulfito que si se ingiere en una alta cantidad, es tóxico. El clarol es hidrosulfito de sodio**, compuesto químico que reacciona con el ADN de las células alterándolas, de ahí su capacidad mutagénica. No es ninguna sustancia inocua.
Según el manual de Buenas Prácticas Agrícolas de la FAO, “dentro del proceso de producción de panela (clarificación, evaporación y concentración), los productores utilizan algunos aditivos como el clarol y anilinas que contaminan la panela y se convierten en riesgos microbiológicos y químicos que pueden atentar contra la salud de los consumidores por sus posibles efectos cancerígenos”
Los despistados activistas y supuestos defensores de oficio de los “pobres” creen que la panela tiene un cúmulo de nutrientes. La verdad es que tiene cantidades muy pequeñas, irrelevantes desde el punto de vista nutricional, de vitaminas, minerales y fibra. El punto sobre el que deberían profundizar e interesarse, tiene que ver con un indicador del posible daño directo al organismo, el índice glucémico del azúcar y la panela, que en este caso está entre 70 y 65.
Es un índice glucémico muy alto para las dos sustancias. Ello significa que, a nivel metabólico, el organismo reaccionará y absorberá casi igual de rápido el azúcar blanco que la panela. Bioquímicamente el efecto fisiológico es el mismo y no hay diferencias en el riesgo con ambos productos. Ver artículo relacionado: https://www.las2orillas.co/la-
Para rematar, hay cosas que poco se dicen de la panela, existe otra modalidad que altera las condiciones físico químicas del producto y es la caramelización de azúcar. Ésto se da cuando, se presenta un sobreabastecimiento de azúcar en los ingenios, y como medida para no perder la producción excedente elaboran panela. Se conoce como el derrite, el azúcar se derrite y queda una “bonita” panela con doble procesamiento o refinamiento. Allí tienen su panela “saludable”, bien refinadita.
Es más y dados los riesgos para la salud que se presentan con la comercialización de la panela, el INVIMA ha tomado cartas en el asunto. Es obligatorio que el producto sea comercializado en empaques termoformales de plástico, deberá ser rotulado y presentar información sobre lugar, fecha de fabricación y vencimiento, entre otros. Pero aún vemos a muchos ofertando y comprando panela de forma silvestre, que por la desinformación de los despistados en redes, la valoran equivocadamente. Las normas están basadas en la evidencia científica.
Si se trata de modular la ingesta de azúcares, debería empezarse por allí, donde están los mayores riesgos. Pero no, tienen miedo que los paneleros se manifiesten de diversas maneras, hablan de proteger al campesino (lo que hacen es apoyar su pobreza). Aún más hay ONG activistas como las animalistas (no todas) que toman estas banderas más con esnobismo, que con compromiso genuino de salud.
Las mismas que gustan mostrarse con cartelitos contra las bebidas, pero eso si no tocan la panela y sus derivados (agua-panela y otros) porque políticamente es incorrecto, hay cierta cobardía. Ya las quisiéramos ver más comprometidas con el bienestar y la felicidad legítima de los seres humanos. Allí deberían estar sus acciones coherentes, decentes y sinceras, pero vemos todavía mucho timorato.
Estamos totalmente convencidos DE que debe modularse el excesivo consumo de azúcares añadidos, en cualquier presentación. Las tasas impositivas a las bebidas endulzadas tendrán algún efecto restrictivo, pero mejor deben ser coadyuvantes de las medidas esenciales que son otras. Las que llevan a desarrollar e incorporar de manera firme una ACTITUD SALUDABLE en los humanos (quienes quieran conocer estas estrategias pueden contactarme o asistir a mi próxima conferencia).
Al ministro de Hacienda se le hace agua la bocA cuando le ponen sobre la mesa uno de los segmentos importantes en el recaudo de la reforma tributarIa el cobro de impuestos a gaseosas, tés, refrescos, bebidas deportivas y jugos. La salud, vaya y venga, lo que importa es la platica que entra. El problema es que el efecto restrictivo es en los más vulnerables. Los estudios al respecto concluyen que quienes se ven obligados a consumir menos gaseosas son los más pobres, que además deben buscar alternativas menos salubres, con un saldo final negativo.
La clase media y alta en donde se presenta el mayor riesgo de sobrepeso, obesidad y diabetes, no se afectan. Su poder adquisitivo los hace intocables y gastar un poco más de dinero, es irrelevante. Las investigaciones demuestran que en esa franja no hay cambios evidentes de hábitos por el aumento de las tasas a las bebidas dulces.
Por todo ello y la letanía que repiten unos y otros sin conocer el tema a profundidad, esta batalla contra las bebidas azucaradas, lamentablemente la están convirtiendo en una farsa, en un sainete. La llevaron al campo de la polarización partidista, lo cual jamás debió suceder. Los esfuerzos e inversiones de la ciencia están en riesgo.
Hacen mucho daño al proceso que surtimos con ciencia y conciencia, para intervenir y controlar los factores de riesgo de las patologías crónicas, que salvarían muchas vidas. Desviaron el objetivo, para concentrarse en algo “políticamente correcto” y no en lo esencial: mejorar el bienestar, la vida útil productiva de las personas y evitar miles de muertes prematuras.
Apostilla: Las medidas de “pico y placa” y el impuesto a la bebidas azucaradas son similares en su mecánica. Son acciones coercitivas, que obligan pero no inducen, ni estimulan buenos hábitos. Ante la urgencia (necesidad de resultados a corto plazo) y el colapso se aceptan como “necesarias”.
**El hidrosulfito de sodio es una sal inorgánica que se obtiene a partir del dióxido de azufre, se conoce también como sufoxilato de sodio, hidrosulfito sódico y ditionito de sodio, su fórmula química es Na2S2O4 físicamente es un sólido blanco amarillento de olor azufroso. Producto asociado con la panela, una fórmula incompatible con la bioquímica humana.