Demonios y fantasmas
Opinión

Demonios y fantasmas

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diciembre 12, 2014
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"La mirada del otro puede cambiarle por completo la vida a uno. Y convertir todos los días en mera pose, en el acto que uno escenifica para los demás”, Tomás Gutiérrez Alea (Memorias del Subdesarrollo, 1968).

 

Fuera de las tumbas, de las otras vidas posibles, de los mitos y leyendas, hay quizá algo más aterrador que las propias brujas y vampiros y creo que muchos, sino todos, coincidiríamos en esto: nuestro mayor terror, es llevar una vida de angustia. Sigmund Freud exponía en su obra El malestar en la cultura, tres posibles causas del sufrimiento del ser humano, a raíz de: el cuerpo y su decadencia, los golpes de los fenómenos naturales, y —la que compete a este texto— las tensiones y desgracias producidas por las relaciones con otros seres humanos.

Uno de nuestros mayores sufrimientos, pudiera ser entonces ese de las relaciones interpersonales, que tendría que ver con no reconocer nuestros demonios y fantasmas, porque son ellos los que nos apartan de las otras personas; nos impiden el conocimiento de sus realidades, por el riesgo de inseguridad, de lo no conocido, y agrede a nuestro instinto egoísta de preservación evolutiva: el Yo. Y aunque a veces este instinto salga a flote sin que la situación exija la supervivencia, de igual manera nuestro salvajismo atenta contra el Otro. Así lo exponen Chris Marker, y Alain Resnais, en el documental Las estatuas también mueren, donde cuestionan el trato del humano blanco sobre el negro: “el negro era el color del pecado (…) Los blancos ya proyectaban en los negros sus propios demonios como una forma de salir de ellos”, y sus obras de arte, que ahora se contemplan en museos, no pudieron llegar hasta ahí, sin antes haber sido arrebatadas “de sus pueblos originarios”.

En ocasiones, solemos preferir aparentar, a asumir el dolor, aun cuando simulando, nos infligimos más daño. Ser más infelices no sería posible entonces, sin ser cómplices con nuestro Yo ideal (por tanto no real), y con el resto de personas ante quienes posamos con nuestro grano de irresponsabilidad, por acción o inacción. Si nuestros demonios y fantasmas nos atormentan, y no los aceptamos y trabajamos, otras personas nos los despertarán aun sin saberlo; o en el caso menos tranquilizador: los manipularán conscientemente hacia nosotros. Todos tenemos abismos internos y aunque a veces no seamos culpables de sus existencias; sí que somos responsables de qué hacer con ellos y cómo enfrentar la vida en adelante. Hay que buscar cómo reconstruir o escalar los caminos de nuestros abismos (cuál es mi postura frente al pasado), tal como lo sugiere otro psicoanalista, Luis Darío Salamone; se espera “lograr que el sujeto no le sume a las miserias naturales de la vida, las estúpidas miserias de su propia neurosis”.

Un ejemplo de estos demonios y fantasmas, es la depresión. A veces cuando la hemos llegado a sentir, preferimos ocultarla. La herida narcisista nos empuja a ser perfectos y no a perfeccionarnos; buscamos vernos “bien”, “limpios”, “cordiales”, etc.; cuando reprimir las tensiones solo provoca más malestar. Un caso al respecto, podría ser el suicidio del actor Robin Williams en agosto del 2014: al cabo de unos días, especialistas de todo tipo hablaban sobre los orígenes de su decisión; y de todo el bombardeo mediático, quizá esto fue lo que retuve en mi memoria: un video animado llamado Yo tenía un perro negro llamado depresión. Al igual que en el video, ¿cómo hacemos el reencuentro con los demonios y fantasmas —que tienen para mí en ocasiones una connotación de temores—, aun cuando en la mayoría de oportunidades, quizá van más allá de un miedo aparente?: va tal vez, más por las vías de qué sentido se ha instalado en cada sujeto desde su historia de vida, para hacerle ver que la vida debe y tiene que ser vivida de una manera y no de otra; qué tipo de placeres debe procurarse y a costa de qué; ser exitoso pasando por encima de todo aquel que se atraviese; ayudar a todo el mundo cuando ni siquiera se ayuda a sí mismo; hacer estudios por doquier, comprar todo lo que sea de moda, exponerse con osadía a deportes extremos por el miedo a morirse sin haberlo hecho, etc.; y pese a todo, esa cantidad desbordada de aparente placer, bien pudiera dejar algunas veces, una profunda desolación, un sentimiento de vacuidad. Al respecto resume Jacques-Alain Miller: “al nivel de la pulsión, el sujeto está siempre feliz. Es un axioma del psicoanálisis: la pulsión siempre se satisface, ‘de forma directa, indirectamente, de manera económica, dolorosa o agradable...’”.

Estos son los fantasmas y demonios reales que van detrás de la máscara de los temores que reinciden: parecieran ser a su vez, el contraste de lo real-izado y lo que no, que se escapa en palabras o sufrimiento.

Y saliendo del ejemplo de la máscara, y pasando del arte en las tablas a los castillos en el aire: “en una ocasión le preguntaron al Dalai Lama por qué no estaba enfadado con el Gobierno comunista chino, después de haber tenido que exiliarse, entre muchos otros percances. Su respuesta fue: ‘Si me enojara, entonces no sería capaz de dormir por la noche o de comer mis comidas en paz. Me saldrían úlceras, y mi salud se deterioraría. Mi ira no puede cambiar el pasado o mejorar el futuro, así que ¿para qué serviría?’” (Ver más).

 

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