Una señora está parada frente a la entrada del cine. Al frente suyo tiene tres opciones, se decanta por Exodus y le dice a los hijos que van a ver esa historia edificante en donde un señor muy viejo y barbado decide sacar al pueblo de Dios de Egipto abriendo los mares, haciendo caminar montañas, derrotando con solo un soplo al más poderoso de los ejércitos.
—¿Por qué ya no pasan esas cosas mamá? —le pregunta el más pequeño de sus hijos. La señora se rasca con el índice la nuca y poniendo los ojos en blanco sonríe y dice atribulada.
—Porque la gente de antes si tenía fe. Ahora solo tenemos feisbúk y teléfonos que hablan.
La señora y sus cinco hijos entraron a ver la última película de Ridley Scott, el mismo que una vez contó la historia de un golem que le sacaba los ojos al científico loco que lo había creado. Sí, ellos están contentos y yo por alguna razón estoy molesto y distraído. No quiero ver la película, no me interesa ver como esos judíos de Hollywood tratan de justificar la masacre palestina mostrándose como un pueblo perseguido por faraones, fuhrers y musulmanes. Al lado, un señor que parece un profesor universitario le dice a su hija ( o a su joven amante)
—Lo interesante, Julieta, es que nos van a mostrar la historia tal y como sucedió. Sin magia ni nada, ni efecto. Como la película que vimos hace poco sobre Noé.
La chica asiente y sigue embadurnándose la boca con la mantequilla de las crispetas. Al frente mío no pasa mucho, Joel Edgerton y Cristian Bale se trenzan en una homoerótica lucha por el amor de John Turturro y yo pienso en lo patético que es que el director de Los duelistas, una de mis películas preferidas de todos los tiempos, trate de darle el “Realismos serio e investigativo” como le explica el profesor universitario a su amante (ya comprobé que son pareja, ya las hijas no le dicen papi a su papá) a un mito inexacto, manipulado por algún judío loco a finales del siglo VI antes de nuestra era.
Moisés no escribió el pentateuco sencillamente porque Moisés no existió. No puede haberel tan mentado “Realismo investigativo” cuando estos hechos no ocurrieron, los arqueólogos no han podido encontrar un solo vestigio de presencia hebrea en Egipto en los años en los que presuntamente el hombre que portaba el arca de la Alianza puso a vagar a esta tribu de embaucadores por el desierto llevándolos a la árida tierra de Canaán. Entre otras cosas, ¿si eran el pueblo de Dios, por qué los puso a andar cuarenta años bajo el más inclemente de los soles y asentarlos en un peladero? ¿No hubiera sido mejor haber convencido a Ramsés y su corte que se abrieran del rico valle del Nilo y asentarse allí para siempre? Las respuestas se resumen a que el judío marihuanero que escribió El Éxodo tenía la suficiente imaginación para montar el argumento de una épica y costosísima película en Hollywood, como sucedió hace sesenta años con Cecil B. Demille y ahora con esta mamotrética producción a cargo del genio de Blade Runner.
Tres horas escuchando a un loco hablar con una alucinación hace que reconsideres seriamente esto de abandonar los placeres del encierro para visitar la oscuridad de una sala de cine. Esta gente con faldas y chancletas no para un segundo de hablar y de decir cosas solemnes y profundas, la dicen en un tono muy alto para que el viejo judío que escribe la Biblia las pueda anotar muy bien.
Lo interesante del largo y aburrido guion fue el intento por hablar de la coyuntura política actual desde el abismo del tiempo. Esa frase que dice Bale —lamento decirlo, pero qué horror de casting, nuestro Batman preferido está lejos de parecer un patriarca bíblico— “Estamos educados para marchar juntos pero no sabemos si podemos vivir juntos” es absolutamente premonitoria, al igual que la furia de ese Dios vengador que masacra niños egipcios con la misma ferocidad con que los israelitas bombardean Gaza, podría interpretarse como una autocrítica. Pero que va, el profesor universitario, quien ha llorado varias veces durante la proyección, putea a Ramsés cuando este tiene a su pequeño hijo inerme en sus manos, “Si ve mijo, por ponerse a creer en Osiris y en otros pajazos mentales”.
Y a todas estas ustedes me van a preguntar qué opino de la película, yo les diré solamente que es muy larga, que las actuaciones son terribles, que por ahí uno no se sale por ver a Menfis reconstruida, que la última media hora es trepidante y que teniendo en cuenta los estrenos de la semana Éxodo: Dioses y Reyes podría ser una buena opción para escapar de la solariana.
Pero amigo lector, si tiene algo mejor que hacer como jugar un partido de fútbol con su consola de Play Station, o llevar a ese viejo pastor ovejero que convive contigo a la ciclovía, no lo dudes un instante. La diversión, tal y como la conocemos, está ausente en estas larguísimas tres horas de proyección. La vida es muy corta para desperdiciarla de esa manera.
Se acaba la peli y voy saliendo sobre los espectadores que aún duermen. La señora con sus cinco hijos roncan como si fueran un coro perfectamente acompasado y el profesor despierta a su joven novia. Moisés ha muerto, los judíos se han asentado y empezará otra historia, esta si verdadera y cruel, en donde una potencia militar pretende exterminar a sus vecinos. Empieza otra historia, pero esta, amigos míos, no nos la van a contar. La gente que hace estas películas lleva la sangre de la tribu de Moisés.