Alguien de este mundo me debe un azul y yo le debo un patio. Un azul de luz correteando el aire de Diciembre.
Y un patio profundo de astromelias y de noche, poblado por luciérnagas y diminutas aves.
Quien quiera que haya dejado en mi olvidado aquel azul, yo lo guardo entre las más secretas rendijas de la infancia; entre mis párpados recién abiertos a los enigmas de las tinieblas y el sueño.
Aquí mis ojos esperan por el azul; aquí mi patio por los pasos del caminante como una epifanía de pájaros y nubes; como canto y luz que no se extinguen; crepúsculos y lluvias que no cesan.
Si nadie lo ha olvidado en mí, yo devuelvo a todos este azul que delata mis nostalgias y me lleva otra vez por los senderos de un tiempo que se resiste a sucumbir al tiempo; por el espejo que nos devuelve un rostro parecido a nosotros.
De alguien escondiéndose del sol entre aquel patio que crece en la memoria y espera por alguien; tal vez por uno mismo; tal vez por un ausente, Jorge Efraín, que nunca volverá a respirar el olor de pesadumbre de los ciruelos y los tamarindos.
Yo voy por ese azul, por aquel patio; por las ráfagas de viento que vienen de un invierno recién caído; por las virutas de un verano que nunca acaba de pasar y se esconde entre antiguas tinajeras fraguadas por las manos de una bisabuela cuando apenas el barro había engendrado a Adán.
En el rescoldo de un fogón de leña de este patio que por alguien espera, calentaba mamá la esperanza; multiplicaba con sus manos blancas el pan del alba; correteábamos cándidos los duros días del presente y los por venir.
Ahí, en medio del breve jardín de mamá y los aparejos de papá recién muerto, fuimos príncipes y princesas del reino de las fantasías y el candor; príncipes azules de la imaginación; barqueros que surcaban las aguas conocidas y volvían exhaustos de travesías alrededor de sí mismos.
Desde el quicio de la casa que alberga ese patio entrañable, vi llegar la noche con sus legiones de estrellas y luceros; vi por días incontables asomarse gigantes y esplendorosas las primeras lunas de la epifanía; unas tras otras las lluvias que después fueron largos, rotundos inviernos.
Me vi, desde aquella angosta puerta que se levantaba sobre el quicio y que hoy recuerdo como una larga ventana que daba contra el cielo presentido de azul, atravesar infinitos corredores que igual iban a dar al infierno y la gloria.
Ahora que me busco en la memoria ya no soy. Otro es el que corretea por las aceras y juguetea con los copos blancos que caen de un árbol de majagua. Otro el huérfano de luz de aquellas lluvias de atardeceres prematuros.
En el fondo del patio, entre los ciruelos y el tamarindo, papá me hace señas y sonríe.
Otra vez es Diciembre. Hay un cielo de azul hosco pintado. Un patio de astromelias, heliotropos y lluvias rojas.
Y unas manos blancas en el rescoldo del fogón de leña calentando la esperanza.
Todo vuelve en este instante: la cena interrumpida, la luz apagada, las ausencias.
Poeta
@CristoGarciaTap