“Una de las principales lecciones de la pandemia es reconocer el valor de la ciencia, entendida como el proceso sistemático y verificable de experimentación y aprendizaje de la humanidad acerca de la naturaleza y de sí misma.
En un horizonte donde se esperan amenazas mayores a la salud de las personas y del planeta, cambio climático y conflictos sociales de gran envergadura, las políticas públicas y la acción coordinada internacional tienen en la ciencia y en las prácticas científicas la fuente principal de soluciones” (declaración de la Misión de Sabios, Julio 14, 2021).
Bien lo señalaron Peter Medawar y Richard Feynman: la intensidad de la convicción en una hipótesis no implica que ésta sea cierta; como tampoco importa lo atractivo de una teoría o qué tan inteligentemente se plantee. Lo que importa es el resultado y la reproducibilidad de la misma.
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Según el artículo 71 de nuestra actual constitución, “la búsqueda del conocimiento y la expresión artística son libres”. En el primer caso, el conocimiento o la acción y el efecto de conocer la realidad, se espera que sea veraz y fáctico, preciso, verificable y reproducible, trascendente y comunicable.
La búsqueda del conocimiento a través de la ciencia es una apuesta improbable, hasta cuando la incertidumbre se convierte en certeza, o la hipótesis en paradigma, gracias al método científico y a un adecuado diseño experimental, que permiten dar respuestas correctas a preguntas pertinentes, originales e importantes.
De las cinco fuentes del conocimiento: tradición, autoridad, ensayo y error, razonamiento lógico y el método científico, este último es el que conduce a la verdad. No en vano el autor del Discurso del Método manifestaba que el método corresponde a las “reglas ciertas y fáciles en las que la observación rigurosa impide que no se suponga nunca por verdadero lo que es falso”. Descartes introdujo el concepto de error, tan importante en el diseño experimental y la interpretación de los resultados científicos.
Circula recientemente el documento de visión política de Irene Vélez-Torres y colaboradores titulado “Sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación para el buen vivir, el vivir sabroso y el ejercicio efectivo de una democracia multicolor”.
Se trata de una crítica a lo que se conoce como “ciencia hegemónica”, entendida como instrumento de poder y control “a través de dispositivos tecnológicos, de ordenamiento espacial y de conocimiento que han diseñado, facilitado, agenciado y no evitado la explotación de la naturaleza”. Hacen responsable los autores a la “ciencia hegemónica” de la “crisis ecológica, climática y alimentaria global, y del sometimiento de las comunidades locales a violentos despojos que han afectado la salud humana y el bienestar”.
En cuanto a la salud en particular, el documento de Irene-Vélez y colaboradores es modesto, vago y ambiguo. Señala que se necesita “profundizar en áreas del conocimiento moderno para comprender críticamente los procesos de contaminación de agua, hidrogeología y salud humana, pero dialogando de manera significativa con las comunidades locales para que dicha ciencia sea de dominio público, acceso abierto y empodere para una relación más horizontal con los demás actores del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación, para superar la ciencia logocéntrica, monológica, antropocéntrica, tecnocéntrica y patriarcal, para construir transiciones pluriversales y ecocéntricas en las que prime la vida”. Menciona en el apartado 4.1. a la salud pública, sin dar explicación alguna ni referencia que permita entender qué entienden los autores por salud pública.
En resumen, este documento, llamado de visión política, no se descarta que haya sido bien intencionado con algunas preguntas en las que coincidimos muchos, independientemente de las ideologías políticas.
Sin embargo, el documento parece más una arenga que una propuesta, y hace responsable a la ciencia de todos los males que vive el país, incluyendo “las brechas de género, edad y étnico-rurales”.
No contiene una sola referencia que sustente lo que otros autores han escrito acerca de la ciencia hegemónica, ni tampoco reconocen el esfuerzo y compromiso de cientos de científicos colombianos, que en diversos campos de la ciencia y sin ningún tinte político ni poder, han aportado al conocimiento en diversas áreas del saber. ¿No es acaso la ciencia también lo que hacen los científicos? ¿Nos espera un nuevo caso de complejo de Adán?
Que bueno fuese una discusión no hegemónica, abierta, dialéctica y sustentada alrededor de dicho documento. Bienvenidas y necesarias la equidad, la pertinencia y la investigación participativa.
Bienvenido el falsacionismo de Popper, y el diálogo como herramienta de investigación, donde “poco importe que la verdad salga de boca de uno o de boca de otro; que lo importante sea llegar a una conclusión, y en donde de qué lado de la mesa llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, sea lo de menos” (JL Borges). Bienvenido y necesario un mejor país para todas y todos.
